Nota de la autora ~> Siento que haya distinto tamaño de letra entre los diálogos y la narración, pero me es imposible cambiarlo, no sé cómo hacerlo T^T Espero que no os resulte muy incómodo para leer. Si queréis pongo la letra más grande para que esté con el mismo tamaño (?)
Un día antes...
Dio un paso hacia un lado para evitar que un cráter en el suelo le incinerara la pierna.
Suspiró, pasándose una mano por la frente para quitar el sudor. En ese maldito lugar siempre hacía demasiado calor y alguien como él, cuyo poder su fundamentaba en el agua, estaba más que incómodo. Después de tantos años, seguía sin acostumbrarse.
Bueno, no faltaba mucho. Pronto podría salir de allí.
Miró hacia los lados.
Nadie.
¿Nadie? Oh, pero si allí siempre había alguien...o algo...
Observó mejor y vio los cientos de pares de ojos amarillos escrutándolo atentamente en la oscuridad, clavando en él sus diminutas pupilas negras. Arqueó una ceja y con un ademán de su mano derecha un látigo de agua los golpeó, empapándolos y haciéndolos chillar y salir corriendo o volando, según el tipo de extremidades que tuvieran.
Abrió una celda de metal negro y se quedó fuera, observando. Allí estaba la chaqueta que le había prestado a ella para taparla cuando le habían destrozado el vestido. Giró la cara, mordiéndose el labio inferior. Cada día que pasaba era un infierno, llevaba tanto tiempo esperando encontrarsela de nuevo y ni siquiera lo recordaba. Un simple: <<Tu cara me suena de algo...>>
Pero no. Nada. ¡Nada! Era tan frustrante.
Quitó esas ideas de su mente de inmediato. Ya había perdido demasiado tiempo en tonterías, habían quedado allí y ni rastro de la mujer.
Esperó pacientemente durante un tiempo, no supo cuál, pues en el Inframundo nunca sabías qué hora era, hasta que apareció.
—Viniste.—susurró.
Tenía el pelo rubio ceniza lleno de canas, no por la edad, si no por el gasto de energía que había hecho en los últimos meses. Sus ojos casi ciegos eran grises como la niebla y a pesar de no estar capacitados para ver el mundo real, si lo estaban para ver el mundo de los espíritus. Aquel era un mundo que existía en la nada, un lugar donde el pasado y el futuro eran uno solo.
Sus ropas desgastadas parecían mantas blancas que cubrían su diminuto cuerpo, esquelético.
Alguna vez debía haber sido una mujer.
—Prometí que lo haría. Tenemos poco tiempo, Norian está interrogando a un humano.—dijo Gales mirando a los lados para asegurarse de que nadie los espiaba.
—Un humano que pronto morirá.
Gales hizo una mueca de disgusto.
—En estos momentos el único destino que me importa es el mío. Dijiste que podrías sacarme de aquí.
El Elementar del Agua estaba tranquilo, sabía que nadie podía oírlos. Había creado una capa transparente de agua por cada esquina, por lo que el pasillo de celdas en el que se encontraban estaba insonorizado.
—Antes debes escucharme.—la voz del Oráculo era apenas un murmullo, se podía percibir su fragilidad—Mi poder se agota, ya casi no recibo predicciones del mundo de los espíritus y los demonios han robado mi Revelador. Me temo que pronto...pronto moriré.
Gales frunció los labios y desvió la mirada. Sabía perfectamente esto desde hacía tiempo. Llevaban demasiado torturándola y ningún ser humano podría resistir mucho más.
—Sin embargo, haré un último acto antes de fallecer. Un acto que podría cambiar el destino de los acontecimientos futuros.—lentamente fue caminando hacia una pared y se apoyó en ella. Parecía que iba a derrumbarse en cualquier momento—Tengo una hija.
Eso último dejó al hombre sin palabras.
—¿Una hija?
—Sí. Mi poder no perecerá conmigo, puedes tenerlo por seguro. Hay un medallón que se encuentra siempre a su lado y es allí donde he depositado lo que quedaba de mi don.—lo dijo con tranquilidad, esperando su reacción.
Gales avanzó hacia ella a trompicones, cogiéndola por los hombros y sacudiéndola.
—¿¡Estás loca!? ¡¿Has metido aún más poder en esa cosa?! ¡¡¡La estás poniendo en peligro a ella!!!
El Oráculo se apartó con el semblante impasible.
—Y si no lo hago, nos pondría en peligro a todos.—clavó en él sus ojos grises—Eres inteligente, sabes que hay que poner el futuro del Submundo entero por encima del de una sola persona.
—No si es esa persona. Vendí mi vida para protegerla y ahora la expones a semejante peligro.—le devolvió la mirada, iracundo—Si le pasa algo...
—Por eso mismo te he de pedir un favor. Protégela.
—Menuda estupidez, siempre lo he hecho.
La adivina suspiró.
—Me refiero a mi hija.
—¿Por qué debería hacerlo?—preguntó Gales.
Pero fue otra voz distinta la que respondió.
—Porque si no no podrás salir de aquí.—siseó Cown, el demonio de cabello blanco.
Gales miró incrédulo al Oráculo.
—¿Qué hace él aquí?
—Te ayudará a salir.
—¿Has confiado en un demonio? Después de todo lo que has pasado, te creía un poco más astuta.
Cown llevaba una armadura con una serpiente negra y roja dibujada. Era el nuevo escudo del Infierno, el nuevo estandarte de Norian y sus tropas.
—Este es un demonio del tiempo, bien lo sabes. Él puede ver el mundo de los espíritus.—contestó el Oráculo, como si eso lo explicara todo. De pronto, cayó al suelo.—Salid de aquí...rápido. Me queda poco tiempo...he gastado toda mi energía en un último conjuro.
—¡Espera! ¿Cómo podré encontrar a tu hija?—preguntó Gales, sosteniéndola con una mirada desesperada.
Por primera vez en mucho tiempo, la mujer sonrió.
—Busca a quién deseas buscar, es allí donde estará.
Dicho esto, las comisuras de sus labios fueron descendiendo hasta echarse hacia abajo y sus párpados cayeron sigilosos, al mismo tiempo que su corazón se detenía.
—Apresúrate.—dijo Cown.
Deshizo con cuidado los campos de agua que había creado y se movieron deprisa, avanzando por el Inframundo en silencio, conocedores de que todos los ojos debían estar ya puestos en ellos.
Un cráter escupió lava de repente y Cown lo empujó hasta empotrarlo contra una pared.
Le hizo una seña para que se mantuviera callado y ambos miraron al interior de una estancia de roca. Gales tragó saliva al ver quién estaba dentro.
En esos momentos, Norian preguntaba con total calma a un hombre de avanzada edad dónde se encontraban unas criaturas voladoras.
El hombre, muerto de miedo, solo era capaz de negar con la cabeza y tartamudear. Tenía la piel muy morena y los ojos oscuros. Por sus ropas ligeras y de colores claros podías ver que provenía de las tierras desérticas.
—Nigrum Draco Volans...¿seguro que no lo conoces?—preguntaba el Demonio Supremo paseando delante del preso.
A su lado, dos serpientes, una negra y roja y otra verde lo seguían sigilosamente.
—N-no...
—Está bien.—una garra apareció en su brazo. Clavó sus eléctricos ojos azules en él y el hombre empezó a chillar—Tranquilo, no te dolerá mucho.
Con una alargada uña oscura hizo un corte fino a lo largo de su brazo, creando una línea de sangre casi imperceptible. El hombre capturado dejó de temblar y suspiró aliviado.
—Lamentablemente, esto sí.—Norian le dedicó una fugaz sonrisa y justo por donde había cortado, agarró la piel y tiró de ella hacia abajo de repente, arrancándole la piel del brazo a tiras. Su cara se ensombreció—Lo siguiente serán tus entrañas. Nigrum Draco Volans. Espero que ahora recuerdes algo más.
No siguieron mirando.
Cown volvió a coger de la camisa a Gales y lo arrastró hasta llegar a la gran puerta que daba a la salida del Inframundo.
Ambos contuvieron la respiración.
—No lo entiendo.
El demonio de pelo incoloro lo miró con cierta indiferencia.
—¿Por qué me ayudas? Sabes que no puedo encontrar la mitad de tu alma restante...no puedo concederte la libertad.
El hombre rubio lo miró sin comprender, excitado por la posibilidad de poder salir de allí después de once años encerrado.
Cown sonrió con una mirada misteriosa.
—Digamos que mi recompensa llegará a largo plazo.
Colocó una mano encima de la gigantesca puerta y esta fue abriéndose poco a poco.
***
El entrenamiento de ese día había sido incluso peor que el anterior.
El general Walter se había empeñado en que debían probar su fuerza antes de pasar a las armas, por lo que empezaron a organizar peleas de dos.
María aún estaba algo traumatizada por sus pesadillas y no peleaba tan bien como siempre, pero eso no fue excusa para que machacara a los seis chicos que decidieron batirse contra ella.
Scarlett estaba muerta de envidia.
Ninguno quería pelear contra ella porque la consideraban inferior y una pérdida de tiempo, así que el propio general tuvo que elegir a sus oponentes.
El primero fue un chico delgaducho sin mucho garbo al que casi consigue derrotar. Las risas cuando la tiró al suelo de una sencilla maniobra fueron espléndidas. Al menos servía de entretenimiento. A pesar de poder disfrutar del honor de ser el payaso de las clases, Scarlett comenzaba a sentirse un poco alicaída. Septimus Walter era un especialista en herir mental y físicamente a todos sus alumnos, pero parecía disfrutar en especial torturando a la novata. Ella recibía las pullas en silencio, sin quejarse, pues tampoco serviría de nada, mas en el fondo deseaba meterle todas sus muñequeras pesadas por lugares innombrables.
Ese día en especial se sintió terriblemente estúpida cuando Julian hizo una increíble demostración de su poder, lanzando a diez robustos muchachos a la vez por los aires sin tan siquiera despeinarse. Cuando se corrió la voz de que había un Elementar entre ellos, todos empezaron a mirarlo con ojos de admiración. A Julian le gustaba que le trataran con respeto, pero acabó enfadándose con uno de ellos y gritando que no era el único Elementar en el campo.
Scarlett quiso estrangularlo.
Todos se agruparon a su alrededor muertos de curiosidad para ver qué elemento podía controlar y ella respondió muerta de vergüenza. Oh, sí, fue maravilloso ver como hasta el hijo del general, ese muchacho de pelo negro tan antipático sonreía emocionado y se acercaba.
Claro, fue maravilloso hasta que les dijo que no podía controlar el fuego a su antojo.
<<¿Ni una chispita?>> rogó un chico alto con cara de zorro.
Ella se disculpó y negó con la cabeza.
Todos empezaron a susurrar entre ellos, de vez en cuando dejando escapar una risita y mirándola con ojos llenos de burla.
Scarlett apretó los puños e intentó ignorarlos hasta el final del entrenamiento.
Al principio intentó calmar a María con sus sueños, decirle que no pasaría nada de eso, que solo había tenido una mala noche...hasta que se cansó de que le dijera constantemente que Kira iba a morir y que ella iba a ser azotada y torturada.
Aquel día el castillo era un constante torbellino de movimiento.
No había nadie que no estuviera ocupado y en los pasillos siempre había gente corriendo como si la vida dependiera de ello. Cuanto más preguntaba qué sucedía, más se alarmaban, pero no respondían.
Solo Julian quiso responderle.
—¡La ceremonia de cacería!—dijo con una gran sonrisa.
Scarlett quedó atónita ante su alegría, pero se acostumbró y sonrió también. Si era algo que hacía feliz a Julian no podía ser malo.
—Este año la harán en total secreto...¡hoy mismo! Solo pueden ir los nobles, por lo que pensé que no me dejarían asistir, pero al parecer sí que podremos. El príncipe Rickard nos ha invitado personalmente, con la petición de que dejemos al híb...Guardián estúpido aquí.—parecía estar a punto de explotar de alegría—Ah...en realidad creo que solo iremos tú, yo y Chelsea.
—¿Por qué no vienen los otros?—preguntó Scarlett, apartándose para dejar pasar a un criado.
—No tiene importancia.
Dáranir apareció por detrás de Julian con aire malhumorado.
—Por supuesto que la tiene, DuFrain.
Julian puso los ojos en blanco.
—Scarlett, no creo que debas ir a la cacería. No te gustará.—dijo el capitán de los Guardianes con tono paternal.
—Bueno...es cierto que no me gusta ver como matan animales, pero...tengo que adaptarme a las costumbres algún día, ¿verdad?—ella sonrió levemente.
Dáranir le echó una mirada furiosa a Julian.
—¡Por la Diosa! ¡Si vas a hablarle de la ceremonia de cacería deberías contárselo todo!—cerró un libro que sostenía en la mano de golpe—¡Luego no quiero que me vengas llorando! ¡Qué barbaridad! ¡Animales, dice! ¡Animales!
Scarlett no tuvo tiempo para preguntar qué quería decir, porque un lacayo bajito y algo rechoncho entró en la sala para hacer un anuncio con su vozarrón.
—¡Los invitados a la ceremonia de cacería diríjanse a la entrada norte del castillo!
—¡Nos vamos!—dijo Julian con entusiasmo, agarrándola del brazo y arrastrándola.
Al llegar a la entrada vieron que los esperaban unas veinte personas subidas a sus respectivos caballos. Phuria, su yegua, ya estaba preparada y un siervo la sujetaba. Siguió aguantándola hasta que ella montó.
Solo reconoció al príncipe, al general Walter, Chelsea y Larissa.
¿Qué hacía ella allí? Frunció el ceño y giró la cara cuando pasó a su lado.
Muy en el fondo, admitió que la echaba de menos.
—¡En marcha!—gritó el príncipe, liderando la comitiva.
El camino hasta el bosque donde se celebraría la cacería era corto y Scarlett fue entre Julian y Chelsea todo el tiempo. Sabía que no le iba a gustar ver como cazaban, siempre había sido una defensora de los animales, pero estaba en otro mundo y había pasado demasiado tiempo, tenía que acostumbrarse. Cogió aire y sonrió.
De vez en cuando el príncipe se giraba a echarles un vistazo, mas cuando se encontraba con la mirada de la pelirroja giraba la cara rápidamente.
El resto de participantes en la ceremonia estaban muy animados y charlaban entre risas. De vez en cuando alguien sacaba una botella de vino de las bolsas que llevaban cargando sus caballos y comenzaban a beber, riendo cada vez más. Scarlett rechazó la bebida que le ofrecieron intentando ser educada, pero Julian aceptó, para sorpresa de ella y se unió a la celebración.
Chelsea se mantenía seria como siempre y también rechazaba el vino. Al ver que la estaba observando, apremió su montura para que se acercara a ella.
—Dáranir me pidió que te cuidara.—susurró en su oído.
Scarlett arqueó una ceja.
—¿Hay algún peligro? ¿Y por qué necesito escolta?
—Porque no estás acostumbrada a ver lo que vas a ver hoy.
Dicho esto volvió a ponerse en su lugar, vigilándola de lejos.
<<¿Lo que voy a ver hoy?>>
Al llegar a un claro del bosque el príncipe levantó una mano para indicar que debían parar ahí. A su lado había dos jaulas de hierro vacías, una grande y otra pequeña. Los hombres sacaron sus arcos y flechas de los carcaj y bajaron de los caballos. Se notaba que estaban emocionados.
Scarlett no sabía con seguridad qué iban a cazar, pero se imaginaba la escena como alguien disparando a ciervos o conejos.
El príncipe bajó con elegancia y aceptó el arco que le entregaba uno de sus súbditos.
Dio un grito y todos comenzaron a correr.
Se suponía que los que no cazaban debían quedarse allí para presenciarlo y luego ver las piezas obtenidas, o eso le había contado Julian de camino al bosque.
Estuvieron esperando un rato, no muy largo, hasta que una figura pasó corriendo cerca de sus narices, atravesando los árboles con rapidez y soltando pequeños chillidos con cada paso.
—¡Bien! ¡Hemos podido ver uno!—gritó Julian.
—¿Qué era eso?—preguntó Scarlett, curiosa y un poco asustada.
—Uhm...no estoy seguro, no pude verlo muy bien.
A lo lejos, un ruido entre los árboles hizo que giraran la cabeza a la vez. Una sombra pequeña venía corriendo directa hacia ellos, haciendo ruiditos extraños.
Al correr a esa velocidad sin ver a donde iba, acabó chocando de pleno con Scarlett.
Ambos cayeron al suelo por el impacto.
—¿Qué demo...?—no llegó a terminar la frase, porque delante de ella había un niño de orejitas puntiagudas que la miraba totalmente aterrorizado.
—¡Eris sa lambora! ¡Eneade, eneade!—gritó, protegiéndose la cabeza con las manos y apartándose.
Julian iba a ponerse a gritar para alertar a los demás, cuando Scarlett comenzó a entenderlo todo y le tapó la boca con una mano, mientras que con la otra aguantaba al chiquillo.
—¿¡Qué está pasando!? ¡No los llames! ¿Van a hacerle daño?—lo miró desesperada.
—¿Qué haces, Scarlett? ¡Se va a escapar si no! ¡Estropearíamos la cacería!—se quejó Julian, cruzándose de brazos como si intentara ser paciente.
Ella dio un paso hacia atrás, protegiendo al niño con sus dos manos y abrazándolo con fuerza, a pesar de que lo único que quisiera este fuera escapar.
—La ceremonia de cacería...todo esto...toda esta celebración...—lo miró sin poder creérselo—¿es para matar entes?
—Pues claro.—dijo él encogiéndose de hombros.
—¿¡Pues claro!?—cuando Julian intentó agarrar al pequeño elfo por una pierna Scarlett lo apartó bruscamente—¡No lo toques! ¿Estáis locos?
—Cálmate, Scarlett. Vamos, no te enfadarás por esta tontería, ¿verdad?
A continuación ni siquiera le dio tiempo a responder, se puso a gritar para avisar a los cazadores.
—¡No!—lo miró furiosa—¡Sois todos unos monstruos!
Salió corriendo con el niño en brazos a través del bosque. Ya no veía por donde estaba caminando, solo sabía que tenía que salir de allí cuanto antes y poner a los entes a salvo. Quizá la otra figura que habían visto fuera otro elfo.
El pequeño se rebelaba a estar entre sus brazos, deseoso de escapar, pero Scarlett lo apretaba contra su cuerpo para que no se fuera. Frenó de golpe y lo dejó en el suelo, cuando pensó que estaban lo suficientemente lejos como para que no los atraparan.
—No quiero hacerte daño.—dijo, intentando calmarlo.
—¿¡Vere es ma teena!? ¿¡Vere!? ¡¡¡TEENA!!!—chilló, echándose a llorar.
Scarlett comenzó a desesperarse, no podía entender su idioma y no tenía ni la más remota idea de lo que estaba diciendo.
Volvió a cogerlo en brazos y siguió corriendo hacia ningún lugar concreto. El bosque tenía que terminarse en algún momento.
El diminuto elfo agarraba su cabello castaño con fuerza, como si fuera lo único a lo que podía aferrarse, hasta que vio algo y sonrió entre lágrimas, extendiendo los brazos hacia aquella dirección.
—¿Qué? ¿Qué pasa?—preguntó Scarlett, haciéndole caso y yendo hacia allí.
—¡Teena!
La muchacha pelirroja cogió aire y avanzó hacia la figura, que salió no muy convencida de un arbusto con actitud amenazante. Era una elfa de melena castaña y muy rizada.
—¡Teena!—repitió el niño.
—¡Aliko!—contestó la ente, corriendo hacia él y arrebatándoselo de los brazos a Scarlett.
—¿Eres su madre?—preguntó con cierta timidez.
La elfa la observó durante unos instantes en silencio, y luego, muy despacio, contestó en un torpe lenguaje común.
—Sí. ¿Tú cazadora?
—¡No! Quiero ayudaros...—por primera vez los miró mejor y se dio cuenta de que estaban completamente desnudos. La madre se sonrojó y giró la cara—No debes avergonzarte.
Scarlett empezó a quitarse la ropa. Primero las botas, luego el chaleco, la capa, los guantes, la camisa...se quitó todo hasta quedar solo con la ropa interior y le entregó todo a la pareja de elfos.
La ente se quedó mirando incrédula lo que le estaba entregando.
—¿Por qué?—preguntó y de repente, las lágrimas cayeron por sus mejillas.
Scarlett se las limpió con cuidado.
—No hay tiempo. ¡Tenéis que iros!
—Da igual donde ir. Cazadores encontrar. Siempre.—tanto la madre como el hijo empezaron a sollozar demasiado fuerte.—Aliko morir si yo no...proteger...
—¡Nadie va a morir hoy!—dijo una voz nueva, colocándoles aprisa las ropas a los entes y subiendo al niño a un caballo que había aparecido de la nada.—Volvemos a vernos, pequitas.
Una chica de melena negra y ojos azules le guiñó un ojo.
—¡Anya! Menos mal que estás aquí, ¿cómo...? ¿cómo lo supiste? Se suponía que la cacería sería secreta.
Anya se rascó el mentón mientras ajustaba unas cuerdas de cuero para que el niño no se cayera. Antes de subir a la madre, sonrió a Scarlett.
—¿Sabes? Dicen que los híbridos tienen un oído por encima de la media.
—¿Él está aquí?—preguntó, mirando hacia todas partes.
—¡Cuidado!
Una flecha voló a toda velocidad por el aire y Scarlett se agachó una milésima de segundo antes de que se le clavara en la frente.
—Por poco me...—se giró y tuvo que taparse la boca para no soltar un grito.
La flecha había dado en el blanco, justo en el estómago de la mujer elfa, perforándolo y creando un reguero de sangre que chorreaba hasta caer en la hierba. El pequeño elfo se quedó petrificado, sin decir ni una palabra. Tenía los ojos llorosos y como platos. Empezó a temblar y las convulsiones revolvieron su cuerpo.
—¡Maldición!—Anya subió a toda prisa al caballo tirando el cadáver sin contemplaciones y lo espoleó, haciendo que girara y saliera al galope tendido en la dirección contraria al disparo.
Scarlett reaccionó y arrastró el cuerpo muerto hasta unos matorrales. No iba a permitir que lo encontraran, era lo único que podía hacer por esa mujer.
El corazón le latía a mil en el pecho, tanto, que de un momento a otro podría estallarle.
Cuando una rama se rompió en la copa de un árbol se giró asustada y puso las manos por delante de su cara, en un ademán protector. Una cosa oscura y suave cayó del cielo, justo encima de ella.
Su primera reacción fue pensar que la habían capturado, pero luego se dio cuenta de que no era una presa, si no una espectadora, y le dio tanto asco que tuvo ganas de vomitar.
Sus brazos consiguieron encontrar dos huecos por donde meterse y al fin alzó la cabeza y pudo volver a ver todo con claridad.
Llevaba puesta una gabardina negra.
—Parece ser que no está todo perdido, ¿eh, pelirroja?—dijo una voz desde arriba.
—¿Kira?
El medio demonio bajó de un salto hasta ponerse enfrente de Scarlett. Sin mirarla directamente le recolocó el abrigo y ató el cinturón de la gabardina ajustándolo a su cintura.
—Admito que no me lo esperaba.—la miró con aprobación y se arrodilló, dándole la espalda—Al fin y al cabo, siempre supe que no eras como ellos.
Scarlett comprendió lentamente que le estaba dejando que se subiera en su espalda. Intentó dar un paso, pero sentía que las piernas no paraban de temblarle, así que se rindió y subió, pasándole los brazos por el cuello para agarrarse.
—Tú...los salvaste...avisaste a Anya...—dijo Scarlett contra su nuca. Kira olía a tierra y fuego, se sentía cálida si estaba cerca de él, segura, protegida.
—Te equivocas. Yo simplemente informé a Anya de que cierta cacería se celebraría hoy...el resto lo hizo ella solita.—no lo podía ver, pero sabía que estaba sonriendo—Me tengo prohibido hacer más de una buena acción por día, así que tendrás que pagarme.
—Gracias.—susurró Scarlett, agarrándose con fuerza y cerrando los ojos.
—¿Recuerdas lo que te dije hace casi un año? ¿Lo de que cuando abrieras los ojos te asustarías porque verías la verdadera crueldad del Submundo?
Scarlett asintió.
—¿Los has abierto ya?
Volvió a asentir.