Nota de la autora ~> Quería preguntaros si os molestan los pequeños/medianos saltos en el tiempo que hay de vez en cuando. En este capítulo, por ejemplo, se ve que han pasado dos semanas desde el último y más tarde, se pasa de la mañana a la noche. ¿Os es muy confuso? Me sería muy útil si me lo dijerais y más cómodo de leer para vosotros^^
También quería saber si creéis que pasa todo demasiado rápido o está bien (me refiero a la acción).
¡Un beso y espero que os guste!
Ya
habían pasado otras dos semanas y en tres días
comenzaría la primera parte del examen para los Guardianes
novatos de todos los reinos que se reunirían en Regardezt para
que unos pocos fueran seleccionados y pasaran a la que sería
su casa de por vida.
El
mes que les había otorgado el rey Tulio terminaba justo el día
en que sucedería la primera prueba, así que no tuvo más
remedio que alargar el plazo para que pudieran presentarse a las
tres.
Las
puertas de madera pulida crujieron cuando abrió el armario,
agarrando el primer camisón que encontró, casi sin
mirar, tanteando con las manos.
Se
lo puso en un abrir y cerrar de ojos, deslizando la prenda color
salmón por su pequeño cuerpo de muñeca de
porcelana y corrió de puntillas a meterse entre las sábanas
para no despertar a su compañera.
Echó
un último vistazo a la persona con la que compartía
habitación.
Scarlett
dormitaba con una expresión de paz y tranquilidad que le
quitaba los nervios del cuerpo automáticamente. Refunfuñó
algo en sueños agarrándose a la almohada con fuerza y
se dio la vuelta, dejando ver únicamente una mata enmarañada
de pelo rojo.
María
suspiró. <<Esa chica nunca se peina, ¿eh?>>
pensó mientras se recogía el pelo en dos trenzas
sueltas. Estiró las sábanas hasta el cuello y miró
al blanco techo, pensativa.
Tenía
miedo de dormirse. Sabía que si lo hacía volvería
a tener esas pesadillas, pero ya quedaba muy poco para la primera
prueba y era preciso que estuviera despejada durante los últimos
entrenamientos: darían información importante.
La
verdad era que las pruebas no la preocupaban ni lo más mínimo.
Sentía una gran confianza en sí misma, como si dar por
sentado que ganaría fuera lo más lógico. Hasta
el momento no había encontrado a nadie que pudiera derrotarla
entre los otros aspirantes a Guardianes. Era la más fuerte, la
más rápida y la más hábil con las armas.
Cuando eres una diminuta mujer en un mundo de hombres, o matas su
orgullo al instante o te comen viva. Y eso había hecho.
Chelsea pasó por algo parecido, se lo había contando
miles de veces, sobre todo hacía unos años, cuando
María tenía ciertos momentos de pequeñas
depresiones por el modo despectivo en el que la trataban todos. Al
final consiguió hacerse respetar y ocupó un puesto en
una Casa como aprendiz de un capitán, algo que pocos habían
conseguido.
Bostezó
sin querer.
—No,
no puedo dormirme—se frotó los párpados con fuerza.
Sus
pensamientos fueron divagando de esa manera que solo ocurre cuando
estás por la noche acostada, en la inmensa oscuridad nocturna,
arropada por las mantas y dejando que tu mente vuele.
Los
rostros de Julian y Scarlett aparecieron ante ella.
De
alguna forma, eran como una pequeña familia. No solo ellos, si
no todos los miembros de la Casa Gris. Sin embargo, desde que se
inició la preparación para las pruebas, ellos tres se
había vuelto más cercanos, como un equipo.
Incluso
Julian estaba casi amable, lo que era algo increíble. Sabía
que tendrían que trabajar juntos, que es la única
manera de sobrevivir cuando te echan al campo de batalla.
María
frunció el ceño.
La
verdad, no podría decirse que Julian y ella fueran amigos.
Nunca se habían llevado bien, estaban peleando constantemente
y no podían permanecer en la misma habitación cinco
minutos sin empezar a gritarse el uno al otro. Desde que eran
pequeños fue así, solo Mark, aún siendo un niño
como esos dos, conseguía separarlos y hacer que se
reconciliaran.
<<Mark...>>
Lo
echaba tanto de menos. Era mucho más que su primo, casi como
un hermano mayor. A su lado siempre se sintió segura,
protegida. Como un enorme muro que no permite pasar el viento.
Sonrió
ante su propia metáfora. El muro era Mark y Julian el viento.
Su
imaginación empezó a soñar, dejándose
llevar a un mundillo de significados ocultos.
Scarlett
sería como un junco. Al llegar el terrible vendaval, es
flexible y paciente, dejando que pase, pero nunca, nunca se rompe.
Fuerte y blanda a la vez.
Dáranir
era como un gran roble, imponiendo su lugar en el bosque, mas dejando
que los viajeros se refugien a su sombra.
Y
Chelsea...
Sus
párpados se cerraron lentamente, dejando entrar a algo nuevo,
algo misterioso, algo...
Hija
mía. Escúchame.
No
confíes en dulces ojos como el mar pues albergan una traición
que costará una vida.
Debes
encontrar al viajero y el viajero debe encontrarte a ti. Su
importante papel en esta historia aún no ha sido revelado,
pero la portadora del medallón lo necesitará tanto como
tú.
No
juzgues antes de conocer. Quien parece un enemigo, será un
amigo y quien parece inexistente, es el peligro que trata de
esconderse entre la sombra de una mentira.
Si
los oyes galopar, huye, huye aprisa sin mirar atrás. Tú
no eres quien de vencerlos, solo uno conseguirá hacer que se
arrodillen...a un gran precio.
El
que fue vencido retornará para usurpar un trono que nunca
mereció. Junta al dragón negro con la flor roja y será
enviado al abismo una vez más, para desaparecer durante toda
la eternidad.
Mi
pequeña, deberás vivir otras dos pérdidas. El
Guardián que representaba el honor ha decaído, sin
embargo, el valor y la lealtad caerán ante el paso de un gran
monstruo de lengua viperina.
La
lealtad morirá, es su destino. Aunque, presta atención.
Si el valor continúa con vida cuando se desate el fin de los
tiempos, habrá esperanza para una victoria. Mas, si el que
representa al valor decae...no habrá nada, ni nadie, que os
salve de lo que está por venir.
Ya
llegan. No hay tiempo. El mar se teñirá de rojo mañana
al anochecer. Tu obligación es ayudarlos. Tendrás que
convertir a un asesino en un salvador. No hay tiempo. Visualiza el
lugar y corre. Corre. Corre.
—¡El
puerto de Dunkan!—gritó enderezándose de repente, con
los ojos abiertos como platos y el camisón adherido a la piel
por causa del sudor.
A
su lado, sentada de rodillas sobre el suelo y colocándole una
compresa fría en al frente, estaba Scarlett lanzándole
miradas de preocupación.
—Quieta,
no te levantes tan rápido o te marearas—le aconsejó
ayudándola a salir de la cama. Dejó que la chiquilla
respirara profundamente durante unos minutos de silencio y luego
habló—Otra pesadilla.
No
era una pregunta.
María
la miró con ojos asustados y asintió lentamente,
temblando. Había sido tal el terror que había visto en
un fugaz instante que la dejó petrificada. Scarlett ya parecía
estar acostumbrada a sus repentinos despertares en medio de la
madrugada, pues le estaba acariciando el pelo de forma constante y
suave, algo que la tranquilizaba muchísimo. Pero con el miedo
de volver a dormirse, la apartó a un lado y se puso los
primeros zapatos que encontró, saliendo al pasillo bajo los
gritos en voz baja de Scarlett.
Tenía
que contarle a alguien su sueño, aunque sabía que nadie
la creería excepto él. Correteó por los salones
del castillo, por cuyas ventanas entraba la luz de las dos lunas. Al
no encontrarlo por ninguna parte, ni tan siquiera en su pequeña
habitación que compartía con otros criados, salió
a la intemperie, abrazándose a sí misma para soportar
el viento gélido que provenía de cada rincón de
los bosques que rodeaban la fortaleza.
Salió
por la parte del puente levadizo, que se encontraba cerrado por las
noches y atravesó las arenas de combate para subir por las
escaleras de caracol que llevaban hasta las almenaras. Había
una de ellas, medio destruida por una antigua batalla entre reinos
que era la favorita de Kira porque nadie iba allí nunca. Subió
a toda prisa y se lo encontró sentado en la torre, con las
piernas colgando al aire y el viento nocturno azotándole en la
cara, haciendo que una maraña de cabellos oscuros revoloteara
por doquier. Estaba tan concentrado en un punto del infinito
horizonte que ni siquiera se dio cuenta de su presencia. Tenía
una mirada que jamás le había visto antes: era gélida,
inaccesible, como un témpano de hielo y en sus labios no se
encontraba su habitual sonrisa si no que las comisuras formaban una
línea recta y seria. La mandíbula tensa y los codos
apoyados en las rodillas, como si estuviera esperando a que sucediera
algo. Pero había algo más. Una especie de aura mágica,
peligrosa, que te incitaba a alejarte lo más posible. María
dio un paso al frente, no muy segura de sí misma y de repente,
tenía las hojas de dos espadas sobre su cuello, formando una
cruz que con un solo movimiento podrían decapitarla.
—¡Soy
yo, Kira, soy yo!—chilló asustada por el repentino ataque.
El
joven volvió a guardarse sus armas y se quitó la
gabardina negra, tirándosela por encima de la cabeza. Su
expresión seguía igual de seria y no había
pronunciado ni palabra.
—¿Qué
has visto?—dijo al cabo de un rato.
—He
tenido otro sueño...una premonición, creo—lo miró
con ojos implorantes, pero este no se giró, parecía
otear el cielo buscando algo o a alguien—Habló una mujer,
dijo un montón de cosas sin sentido que parecían
enigmas sin resolver. No entendí casi nada. Luego, fue solo un
momento, pero...vi una escena. Era el puerto de Dunkan, en llamas y
con las aguas teñidas de rojo...la voz me dijo que sucedería
mañana al anochecer. Kira, ¿qué está
pasando? ¿Qué está pasándome?
El
muchacho vestido de negro apartó la vista de lo que estuviera
buscando y la miró a ella.
María
se asustó. Nunca había visto a su amigo con un aspecto
tan cansado, pero el detalle en el que más se fijo fue en su
cuello. Al quitarse el abrigo para prestárselo a ella, dejaba
entrever un enorme corte no muy profundo que lo atravesaba como una
línea. Aún estaba enrojecido.
—¿Qué
es eso? ¿Cuándo te lo hiciste?—intentó
tocarlo, sin embargo, el híbrido le cogió la mano con
delicadeza pero fuerza y la apartó. Al ver la cara de asombro
de María, alzó las cejas y forzó una media
sonrisa—Kira...no pasas todas las noches en el castillo, ¿verdad?
—Hazme
un favor y no se lo digas a nadie—guiñó un ojo,
procurando dejar atrás la faceta fría y tan diferente a
la que María conocía. Era tarde, ya la había
visto—Mucho menos a Scarlett.
—Soy
una tumba—le tiró de la manga y el joven se agachó
para ponerse a su altura. María bajó la mirada,
preocupada—Si estuvieras metido en problemas...me lo dirías,
¿no? Porque somos compañeros, somos amigos. ¿O
no lo somos?
Kira
se rió como si fuera obvio, una risa perfecta, una perfecta
actuación en la que María no pudo detectar el pequeño
tono de mentira que había escondido.
—Claro
que somos amigos, princesita—cuando María se irguió
para marcharse, un poco más tranquila y bajó dos
peldaños de las escaleras de piedra, miró de reojo a
Kira, que volvía a tener esa expresión que no le
pertenecía, pues era la de un desconocido sin ningún
afecto por nada—Mañana iremos a Dunkan, estate preparada. Y
no te preocupes, tendrás tiempo para dar tu última
clase con el general antes del inicio de las pruebas.
María
no se quejó, aunque por dentro se estaba preguntando como
demonios llegarían en menos de un día al otro extremo
del reino.
De
pronto, recordó que aún llevaba puesta su gabardina
negra y retrocedió sobre sus pasos para devolvérsela.
Mas cuando entró en la torre, no había nadie.
<<Los
humanos normales y corrientes no desaparecen como si nada...Kira, ¿qué
me estás ocultando?>>
***
A
la mañana siguiente, las dos Guardianas de la Casa Gris
desayunaron en el comedor con excesivas prisas, bajo la mirada
orgullosa y seria de sus superiores, Dáranir y Chelsea.
Habían madrugado más que de costumbre para estar
perfectas en la última clase que impartiría el general,
además de que sería la primera vez que los salvatores
irían a verlos.
Estos
eran nobles que pagaban considerables sumas de dinero a la corona del
reino donde se celebraran las pruebas, para elegir a un aspirante a
Guardián y, cuando las batallas empezasen, tener la
posibilidad de salvar la vida o conceder privilegios a su favorito.
—Creo
que los salvatores van a pelearse por ti—sonrió
Scarlett alisándose la capa roja por última vez antes
de abrir las puertas del patio.
—Oh,
no estés tan segura. Los Elementar siempre atraen a las
masas—contestó con un guiño. Las dos escucharon una
especie de estampida detrás y el que faltaba apareció
con la respiración agitada—DuFrain, ¡llegas tarde, ya
terminó!
Julian
puso una expresión horrorizada y su piel se volvió
blanca de repente. María no pudo contenerse más y se
echó a reír, dándole un empujón cariñoso.
—¡Mira
que eres inocente! Anda, entremos.
Nunca,
en ningún otro entrenamiento, habían visto la arena tan
sumamente llena. Desprendía energía por todas partes y
los Guardianes, inquietos, se arremolinaban alrededor del soldado,
mirando impacientes hacia las gradas, donde se sentaban una gran
parte de la nobleza.
Scarlett
se tambaleó un poco impresionada por la multitud reunida.
Julian lo percibió y la cogió de la mano, dándole
un ligero apretón para hacerle notar que estaba a su lado.
Avanzaron
hasta la muchedumbre, donde el general empezaba a hablar para todos,
con el tono autoritario y brusco que lo caracterizaba. Scarlett solo
lo escuchaba a medias, pues su mirada se desviaba constantemente
hacia los observadores que clavaban en ellos sus ojos como afilados
cuchillos a la espera de que cometieran un error.
—Hoy
es la última vez que nos veremos en el mismo nivel—anunciaba
Septimus Walter—Dentro de dos días os veréis metidos
en un mundo inexplorado por vosotros hasta ahora. La batalla. Hemos
trabajado duro y bien durante un mes, algunos mejor que otros, pero
el rendimiento ha sido bueno. No creáis que os estoy alabando,
porque aún os queda un largo camino por recorrer y mucho que
mejorar. De todos los que estáis aquí presentes, al
final de las rudas dificultades que encontraréis, solo unos
pocos conseguiréis llegar hasta el último obstáculo
y con suerte, superarlo. Las pruebas de la Guardia no son una niñería
y como espero que sepáis, una de ellas, a elección del
jurado, será a vida o muerte. El año pasado solo
quedaron siete Guardianes, confío en que podáis
superarlo.
Una
voz masculina temblorosa se elevó para hacer una pregunta.
—¿Siete,
señor? Eso significa...¿que los otros murieron?
El
general alzó los ojos al cielo, exasperado.
—¿No
escuchas lo que te digo, Ladler? Solo una de las pruebas es mortal,
sin embargo, podéis ser eliminados de otras formas en las
restantes—bufó, pasándose una mano por el canoso pelo
y clavó sus ojos en Scarlett—Como veo que algunos prefieren
prestar más atención al público antes que a mí,
os explicaré quiénes son y qué hacen aquí.
Vamos, mejor será que me lo contéis vosotros. ¿Alguien
lo sabe?
Julian
fue el primero en responder.
—Son
los salvatores, están aquí para analizarnos y
elegir a quién ayudarán en las tres pruebas. Escogen a
un único Guardián y solo pueden intervenir una vez en
cada prueba. También tienen la opción de asegurar la
vida de su predilecto desde el principio, sin embargo, si hacen esto,
no podrán ayudarlo en ninguna otra cosa—declaró.
—Exactamente.
Supongo que vuestros capitanes y superiores os habrán contado
sus experiencias en los exámenes de la Guardia y como el
último día de entrenamiento les hacían demostrar
sus habilidades frente a los salvatores. Pues bien, este año
es diferente. Algunos de vosotros ya tenéis a vuestro propio
salvator, pues durante todo el mes han estado observándoos
sin que lo apreciarais.
Un
murmullo mezcla del pánico y la emoción recorrió
al gentío.
Julian
y María estaban tranquilos. El primero sabía que siendo
un Elementar no desperdiciarían la ocasión de
reclutarlo y la segunda tenía claro que después de todo
un mes demostrando sus habilidades y dejando quedar a los demás
a la altura del betún, siendo a parte de la sangre de una de
las familias fundadoras, debían ser unos inútiles si no
se interesaban por ella.
No
obstante, Scarlett no estaba tan convencida. Si bien era cierto que
había mejorado mucho en casi todos los ámbitos, seguía
siendo la que menos preparación había desarrollado a lo
largo de su vida, pues su adiestramiento se basaba en las prácticas
con Chelsea y el severo mes con el general Walter.
—No
os diré quienes habéis sido elegidos, lo sabréis
a su tiempo—el soldado caminó con determinación
alrededor de los muchachos, alzando la mirada de vez en cuando hacia
ellos—Mañana tendréis el día libre para
descansar y prepararos, así que hoy os daré las pautas
principales para la primera prueba, que tendrá lugar en las
arenas del coliseo de San Inary a las siete de la tarde dentro de dos
lunas. Formaréis diez equipos, con cuatro integrantes en cada
uno, así que id pensando con quién queréis
luchar hombro con hombro. Esto es de lo único que tengo que
comunicaros por el momento. Recibiréis el resto de la
información en el coliseo. Hemos terminado.
Dicho
esto, los Guardianes le hicieron hueco para que pudiera marcharse y
en cuanto se hubo ido, todos comenzaron a charlar animadamente,
debatiendo los equipos y preguntándose si tendrían un
salvator y en ese caso, quién sería.
Scarlett,
Julian y María se apartaron un poco. Con una mirada entre los
tres supieron que como obviamente presentían, formarían
parte del mismo equipo.
—Vale,
estamos juntos en esto, pero tenemos un pequeño
problema...—dijo Julian.
—Sí.
¿Quién será el cuarto miembro?—suspiró
mirando a los otros jóvenes—He conocido a alguno que podría
sernos útil y no es un imbécil redomado, pero creo que
ya han formado grupos.
Scarlett
oteó hacia la multitud de Guardianes que discutían.
—Parece
que los mejores ya se han unido—puso los ojos en blanco—Pensé
que Ruber quizá querría venir con nosotros, pero al
parecer se ha ido con Walter hijo.
María
soltó una maldición seguida de un considerable montón
de blasfemias.
—Siempre
nos queda la opción de que Scarlett intente
seducirlos...—apuntó la rubia con una sonrisa divertida.
Julian le lanzó una mirada asesina y le pellizcó la
mejilla, haciéndole soltar un quejido—Bueno, de acuerdo, tal
vez no.
Scarlett
rió algo azorada.
—Estoy
segura de que encontraremos a alguien.
***
Esa
misma noche...
María
estaba esperando frente a los establos, en la cuadra número
siete, tal y como se lo había pedido. Habían dado ya
las campanadas que indicaban las once de la noche.
Escuchó
un resoplido que venía de detrás de ella y se giró
sorprendida, viendo como la cabeza de un enorme caballo negro
asomaba, mirándola fijamente con unos grandes ojos oscuros y
bufando en su nuca. Le costó un poco, pero reconoció al
animal.
—¡Ecoh!—susurró—Dioses,
qué susto. Estás ensillado...¿dónde
andará tu amo?
—Aquí—respondió
una voz desde dentro. Kira terminó de ensillarlo—Abre el
pestillo, ya lo he preparado.
María
obedeció y caballo y jinete salieron de la cuadra. La bestia
negra era realmente impresionante, nunca se había visto uno
tan grande, robusto y sobre todo, con esa mirada tan expresiva que no
parecía pertenecer a un animal corriente.
—Tengo
que ir a buscar al mío, pero aún así, Kira,
¿cómo vamos a llegar a Dunkan en menos de un día?
—Estaremos
de vuelta antes del amanecer—la cortó el chico—Te ayudaré
a subirte a Ecoh, ven.
A
pesar de no estar muy segura, dejó que Kira la ayudara a
subirse al enorme semental, subiendo este detrás de ella y
agarrando las riendas al mismo tiempo que la cubría con sus
brazos para que no se cayera. María vio como sonreía.
—Será
mejor que te agarres fuerte—murmuró—Odipar, Ecoh.
¡Odipar!
El
caballo reaccionó al segundo saliendo disparado como una
flecha sin necesidad de toques de espuelas ni otra orden. María
soltó una exclamación ahogada y se pegó a los
brazos de Kira, asombrada por la velocidad que había cogido en
un solo instante.
Viajaron
a galope tendido, mucho más rápido que cualquier otro
caballo, pasando por el bosque como una exhalación y tomando
un atajo por un camino perdido que la muchacha no conocía.
Cada
obstáculo que se cruzaba en su travesía, fuera tronco,
piedra o agujero, Kira maniobraba con palabras en susurros para que
el animal los esquivara con rapidez y agilidad. Cuando llegaron a un
río, lo cruzaron sin detenerse a pensar ni un momento. Al ser
tan alto, las salpicaduras solo les llegaron levemente hasta los
tobillos.
Así,
después de dos horas de viaje al más veloz galope que
María hubiera visto en su vida, vieron detrás del
primer grupo de casas de pescadores una elevación de humo que
emergía desde el puerto.
—¡Creo
que llegamos tarde!—gimió María, saltando para pisar
tierra firme.
—Vamos—la
apremió Kira—Antes de nada debemos saber quiénes
están atacando.
Corrieron
por un lateral, escuchando los gritos de pánico que emitían
los habitantes, hasta llegar a esconderse detrás de unos
arbustos donde tenían el umbral de visión libre.
El
puerto era una locura. Casi todas las gentes habían salido de
sus casas para intentar escapar de sus asesinos y los que no, eran
forzados a hacerlo. El mar ya no era azul, negro o verde, si no que por zonas estaba teñido de rojo. Una gran hoguera en medio de la plaza rebosaba de
cadáveres de ciudadanos, hombres, mujeres y niños.
María estaba tan horrorizada que se levantó para
intervenir, pero Kira la detuvo.
—Quieta,
señorita intrépida. Mira, hay seis jinetes negros. ¿Los
viste en tu sueño?—preguntó, asiéndola del
brazo para que no se fuera.
—¡No
lo sé, fue todo muy rápido! Creo que sí...pero
había otro. Oh, Kira, ¡tenemos que hacer algo! ¡Los
están masacrando!—imploró María,
forcejeando—¿Y por qué no han venido ya los
Guardianes? ¡Deberían haber oído la alerta!
Kira
seguía agarrándola y como vio que la muchacha estaba
entrando en pánico, la obligó a agacharse y mirarlo a
los ojos.
—María,
mantén la cabeza fría. ¿Acaso nosotros la oímos?
No. Mira la torre, han matado al guarda, seguramente llegaron en
silencio y atacaron primero al que podía avisar a la Guardia.
—¡Pero
yo soy una Guardiana y tengo que...!
—No,
tú eres una chiquilla de quince años que por muy fuerte
que sea, no puede acabar con siete jinetes mucho más
experimentados que, si mis teorías están en lo
correcto, provienen del Inframundo—la sujetaba fuerte, pero no la
miraba. Volvía a tener esa mirada fría y calculadora,
cuando se apartó un poco de su posición para ver mejor
una marca en el suelo: dos líneas curvas que formaban ondas—La
marca...así que estuvo aquí...
María
vio aterrorizada como lo que parecía una mujer de piel y
cabellos azulados como la noche, avanzaba con un hacha alzada,
cubierta de sangre, hacia un niño de unos doce años que
tiraba piedras para defenderse desde un refugio improvisado que
consistía en una pila de leña chamuscada.
En
un descuido del híbrido, María consiguió escapar
de su agarre, pero no dio ni un paso cuando este la volvió a
coger de la tela de su camisa y la tiró al suelo, a su lado.
—¡María,
vas a conseguir que te maten!
—¡Esa
mujer va a asesinar a un niño!
—¿Mujer...?
Kira
pareció comprender algo y María asintió, con los
nervios de punta.
—Tienes
que ayudarlo—rogó la Guardiana, ya que a ella no la dejaba
moverse—¡Por el Dios Petram, Kira, no me puedo creer que
vayas a dejarlo morir!
—¡Antes
de que nos maten a nosotros, sí!—contestó.
María
lo miró espantada, como si acabara de ver un lado nuevo de su
amigo, una faceta oscura que tenía oculta y que era totalmente
inhumana. Se quedó petrificada y notó como recibía
un golpe seco en la nuca, cayendo al suelo lentamente y poco a poco,
cerrando los ojos.
Una
lágrima le resbaló y su último pensamiento antes
de perder la consciencia fue la de acabar de perder a alguien basado
en una mentira.
Cuando
volvió a abrir los ojos, notó al tacto una textura
suave e inconfundible: las sábanas blancas de su cama sobre el
mullido colchón. Lo primero que vio fue el sol salir entre las
colinas del horizonte, acababa de amanecer. Estuvo a punto de sonreír
al notar tan confortables sensaciones, pero luego recordó lo
que había sucedido esa misma noche y el dolor le llegó
como un rayo.
Al
girarse hacia el otro lado, la recibieron tres pares de ojitos
castaños.
María
soltó un grito de la impresión y se enderezó de
golpe, tapándose con las mantas por si acaso.
—¿Q-quién
demonios sois? ¿Y qué hacéis en mi
alcoba?—preguntó.
Fue
otra persona la que contestó. La puerta se abrió y
entraron por ella Scarlett, seguida de la persona a la que menos
quería ver en esos momentos.
—Se
llaman Turi, Cara y Odri. Son hermanos—comentó la pelirroja,
dándole un vaso de leche con una sonrisa—Y desgraciadamente,
huérfanos desde ayer.
María
no parecía comprender la situación, hasta que se fijó
mejor en ellos.
Eran
dos niños y una niña, los tres de ojos castaños
y pelo rizado, que la contemplaban con una sonrisa triste y
agradecida cargada de hoyuelos. Le recordaban a algo, aunque no sabía
a qué.
Hasta
que se fijó mejor en el más alto. Era el niño
que casi había matado la mujer de azul.
Viró
al vista bruscamente, buscando con la mirada a Kira hasta encontrar
sus ojos, que oteaban hacia el pasillo. Tenía los brazos
cruzados y fruncía el ceño, pero era inevitable no ver
la media sonrisa lobuna que se extendía por sus labios.