Nota de la autora ~> ¡Sí que he tardado, sí! Aunque creo que ya estáis acostumbrados/as, pobres.
Hoy vengo a hacer publicidad del blog de mi queridísima prima, al que estáis más que invitados a entrar:
¡No puedo estar callada! Clickad, malditos Es nueva en esto de Blogger y va a dedicar el blog a hacer recomendaciones de libros, películas, canciones...tiene un gusto bastante interesante, así que os lo recomiendo. Y es una rana. Literalmente. [Fin de la publicidad]
¡Disfrutad del capítulo (que es laaargo) y si no es mucho pedir ya, dejadme un comentario, por favor! *w*
Al
hacer el viaje a pie, Gales tuvo que pararse a descansar y tomar
aliento varias veces, a pesar de que la dirección de la aldea que le
habían indicado no estaba muy lejos del punto de partida.
Llegó
junto al crepúsculo a la desolada aldea, ahora un conjunto de madera
quemada y cenizas. Había una marca negruzca en el suelo en forma de
un círculo imperfecto, la cual dejaba constancia de que alguien
había quemado allí una pila de cadáveres. Quien lo hizo se había
tomado la molestia de clavar una pequeña lápida en honor a los
difuntos.
Su
temor comenzó a incrementarse por momentos. Si los dos ancianos que
lo atendieron estaban el lo cierto, no habría esperanza de encontrar
supervivientes y la joven había dicho que la última mujer a la que
atacó el supuesto monstruo era una muchacha pelirroja. Pero
pelirrojas había muchas en el Submundo, aunque...
<<Se
rumorea de su aspecto, que tiene los ojos azules como el hielo,
capaces de petrificarte y el cabello negro como la noche y los
cuervos. Aparenta ser un apuesto muchacho, pero en realidad es...>>
la
chica nunca había llegado a terminar la frase, pero a Gales no le
hacía falta.
Un
demonio.
Le
había dado una descripción exacta de Kira Madness, el único
demonio en el que confiaba. Pues muchos años atrás le había
salvado la vida y hecho una promesa, por lo que estaría en deuda con
él hasta que pudiera devolver el favor. No se podía creer, ni se le
pasaba por la mente, que su viejo amigo fuera el culpable de tal
crimen como el que presenciaba, y mucho menos que hubiera atacado a
Scarlett Chevalier.
Cada
vez se sentía más cerca de la muchacha, pero también más cerca
del borde del abismo. A esas alturas, el Demonio debía haber notado
su huida y estaría removiendo cielo y tierra para encontrarlo. Aún
seguía sin creerse que después de once años encerrado en el
Inframundo hubiera conseguido salir con tanta facilidad...era
excesivamente perfecto.
Rebuscó en la vieja armadura que le habían prestado los sicarios con los que
había compartido el viaje en barco y sacó un pequeño cuchillo
dañado por el paso del tiempo. Se aproximó al poste de madera donde
se apoyaba la lápida y dibujó dos marcas con forma de ondas
marinas.
Al
acabar, volvió a guardar el cuchillo. Oía el repiqueteo de un
riachuelo cerca, así que se enderezó con intención de ponerse en
camino hacia él: llevaba días sin acicalarse ni un mínimo,
empezaba a oler y se moría de sed.
En
el instante en que se puso de pie, el filo del acero le acarició el
cuello por detrás y una voz habló.
—Por
fin te encontramos, Elementar del Agua.
Gales
se giró lentamente, cauteloso y sin hacer movimientos bruscos para
poder ver a quién lo había descubierto. Siete jinetes encapuchados.
Uno de ellos avanzó por delante del resto y dio órdenes, sin
descubrirse el rostro.
—Vendadle
los ojos y amordazadle. Nos lo llevamos—el joven dirigió su vista
hacia el río, pero sus intenciones eran demasiado claras—Yo de ti
ni lo intentaría, está muy lejos, mi espada será más rápida.
Pero es un consejo, claro.
***
Scarlett
tuvo que morderse la lengua cuando la curandera le echó el unguento
sobre la piel. Removió en círculos con poco cuidado, haciendo
incapié en el corte más hondo. Al ver las muecas que hacía la
chica en silencio, paró un momento y la miró.
—¿Os
duele mucho?
—Oh,
no, no, continuad, por favor—murmuró la paciente.
—Esto
es lo que ocurre cuando obligan a una dama a luchar, vaya
desfachatez—gruñó la buena señora, siendo más suave con las
manos—Cuando yo era joven jamás habría pasado tal cosa, los
hombres tenían claro que nosotras debíamos estar protegidas en
casa, es su deber guardar el reino. Vaya desfachatez.
Scarlett
no pudo evitar responder con una pequeña sonrisa ante los
pensamientos de la señora y aunque en un principio había pensado
que no responder nada sería la mejor opción, tuvo que comentar en
un susurro lo que se le estaba pasando por la cabeza.
—Tal
vez yo no sea una dama.
Para
su sorpresa, la curandera a pesar de su edad tenía muy buen oído y
la escuchó. Acabó de hacerle las curas y guardó las cremas y
unguentos en un bonito cofre.
—Pertenecéis
a la dinastía de los Chevalier, mi señora, por supuesto que sois
una dama.
Dicho
esto se fue tan dignamente, dejando a Scarlett cavilando sobre su
familia. Pues desde el descubrimiento de que la reina de Arkiria,
Vitorea, era su madrina, sus ansias por saber más y más acerca de
su pasado no habían hecho más que aumentar. Allí, tan alejada de
donde había estado su antiguo hogar, poca información podía
conseguir, pero aún así, sus hallazgos no fueron pocos o sin
importancia. Por ahora ya sabía que el miembro más importante de su
familia había sido su abuela materna, Selendre, la cual antes de
morir era Elementar del Fuego y Guardiana. Nada más saber de esto,
quiso conocer el motivo de su importancia y su ruego se cumplió: fue
la primera mujer que entró en la Guardia. Su padre, Jeffro, también
había sido Guardián e incluso pudo ver una preciosa ilustración de
él con su madre, Rouna, en la biblioteca de la Casa Gris. La reina
le había hablado de sus dos hermanos, Aiden, el mayor y Minna, la
pequeña, lo cual la convertía en la mediana. También estaba su
abuelo paterno Durius del cual había heredado el carácter, según
dijo.
Así
fue como la encontró, perdida en sus pensamientos, la dama de
cabellera rubia que entró sigilosa como una gata hasta llegar al
borde inferior de su cama.
—Soñando
despierta, para variar...—suspiró Larissa jugando con un frasquito
violeta de forma cilíndrica en sus manos.
Scarlett
se fijó en el objeto antes que en la persona y contestó con voz
neutral.
—¿Qué
haces aquí?
—Lamer
tus heridas y curarte los rasguños, querida—le tendió el
frasco—Te he traído algo, es medicina, para tu pierna.
La
muchacha observó el curioso recipiente con desconfianza, sin
aceptarlo.
—¿Y
por qué extraña casualidad piensas que cogería algo que tú me
dieses?—alzó la mirada e intentó fulminarla, sin efecto, pues los
ojos color miel de la ninfa ni pestañeaban y mantenerle la mirada a
alguien tan bello como peligroso era imposible—Claro, ya sé. Al
tener la certeza de que quieres separarme de cualquier Guardián o
humano que te parezca mínimamente indecente, debería tomar una
sustancia que desconozco. Sabiendo también que si no consigo
recuperarme para la siguiente prueba y me descalifican, te haré la
mujer más feliz del mundo. Vaya. Cuántos puntos a tu favor.
Larissa
seguía manteniendo el temple tranquilo y la sonrisa peligrosa, pero
por dentro se encontraba paralizada ante la agresividad con la que la
había atacado su amiga. No esperaba que hubiera confiado ciegamente
en ella, mas al menos un poco de timidez o de nostalgia hacia su
amistad en los ojos. Nada. Tenía delante a una joven Guardiana
desconfiada y violenta. Casi se le escapó una mueca de decepción.
—Yo
nunca te daría algo que pudiera hacerte daño—sentenció, seria y
firme—No soy un monstruo.
Las
palabras parecieron marcar huella en Scarlett, pues la tensión de
sus hombros disminuyó y se la vio un tanto más relajada.
—Nunca
he dicho que lo seas—contestó—¿Y cómo es que has conseguido
esa medicina? Ya están haciendo todo lo que pueden, no creo que vaya
a ayudar mucho.
—Ayudará—aseguró
Larissa, quitándole el tapón de corcho—Porque tiene algo de lo
que carecen en este reino. Magia.
—Eso
no responde a mi pregunta. ¿Cómo la has conseguido?
Larissa
pronto comprendió que sí deseaba un poco de participación por su
parte, debería contestarle la duda.
—Conozco
a un mago, y bueno, ya sabes, estaría más que dispuesto a
satisfacer cualquiera de mis deseos solo por poder verme en
persona—no había arrogancia en sus palabras, solo un tono de
astucia escondido—Yo he cumplido. Es tu turno.
Esperó
hasta que la muchacha de cabello escarlata hizo un leve gesto de
afirmación. La ninfa se dispuso a echarle el líquido en la pierna,
tan solo un par de gotas. Un curioso humo púrpura comenzó a levitar
por encima de donde se había vertido la pócima, llegando casi
hasta el techo y disolviéndose. Apestaba.
—Funciona
mejor de lo que huele—aseguró Larissa, sonriendo victoriosa. Su
expresión fue variando al notar que ya no tenía ninguna excusa más
para seguir allí—Tal vez es hora de que me vaya.
—Tal
vez—coincidió Scarlett.
Parecía
decepcionada de que no le hubiera pedido que se quedase más tiempo
con ella, pero cerró el recipiente de la pócima curativa y se
marchó, no sin antes echar un último vistazo para comprobar con pesar
que Scarlett ya no se fijaba en ella; volvía a estar sumida en sus
cavilaciones.
Solo
cuando se hubo marchado por completo, Scarlett fue capaz de suspirar
con libertad. Quizás había sido muy fría con quien en algún
momento fue su mejor amiga, sin embargo, no podía perdonar aún la
forma en la que los había tratado y como intentaba manipular a todo
el mundo. Cuando ella le demostrara que de verdad había cambiado,
entonces y solo entonces, la perdonaría. Y sabía que iba a costar,
pues Larissa podía ser muy testaruda, pero Scarlett también.
La
segunda persona aquel día que la encontró pensativa mirando a las
musarañas fue la criada que se encargaba especialmente de las
habitaciones. Como le habían hecho las curas en el dormitorio de
María y suyo, al ir a recoger los montones de ropa que la pequeña
rubia había desperdigado por todas partes -algo bastante habitual en
ella- vio a Scarlett y por consiguiente, la herida. Sin caber en su
asombro, dio una palmada de alegría y se acercó correteando como
una niña con zapatos nuevos.
—¡Milady,
mirad vuestra pierna! Seré yo mas parece que esté casi curada en su
totalidad. ¿Cómo os encontráis?
Scarlett
se encontraba mejor, mucho mejor y eso que apenas había pasado una
hora desde su encuentro con Larissa. Sonrió ante la alegría de la
sirvienta, cuyo nombre no lograba recordar.
—Estoy
bien, el dolor ha menguado bastante, creo que puedo caminar.
Se
arrepentiría de haber dicho eso instantes después.
—¡Magnífico!
¡Esto es un milagro! ¡Podréis ir al teatro nocturno de esta noche,
pues! Informaré ahora mismo al capitán Ahelod—dijo la muchacha,
apenas unos años más joven que ella.
—No
creo que sea...—intentó disculparse Scarlett.
—¡Oh,
cómo me gustaría a mí asisitir...!—de repente, se tapó la boca
como si haber dicho aquello fuera un pecado y murmuró unas disculpas
en bajo, antes de seguir recogiendo.
Scarlett
gruñó cruzándose de brazos y fue escurriéndose poco a poco entre
las sábanas hasta quedar con la cara medio tapada por ellas. En
realidad no quería ir a esa obra. Sabía que era el festejo para los
aspirantes a Guardián que habían superado la primera prueba, pero
aunque pensar en poder ir al teatro por primera vez en su vida,
teniendo en cuenta lo divertido que parecía ser, era una oferta muy
tentadora, casi toda la velada serían meras conversaciones entre
altos cargos sobre política y cotilleos, una sarta de cumplidos
donde se esconderían los verdaderos pensamientos. A Scarlett le
gustaban las fiestas. No hacía mucho, cuando vivía en la granja,
bajaba todos los años, el veintiuno de junio, escondida con su amiga
ente para presenciar los bailes exóticos y malabares mágicos que
ocurrían en las calles de Ozirian infestadas de brujas, elfos,
fuegos fatuos y demás entidades misteriosas. Era un espectáculo
precioso, hasta que llegaban los soldados del rey e imponían el
orden, mandando a todos a sus casas.
No
obstante, había conocido como eran las fiestas entre los humanos
nobles; mucho más aburridas, todo se basaba en el protocolo y la
rectitud. Una sola palabra podía ofender a cualquiera y debías
cuidar tus gestos si no querías parecer descarado.
Para
su fastidio, hubo una tercera persona en lo que llevaba de tarde que
interrumpió sus pensamientos.
María
entró como un feliz torbellino rebosante de energía. Tenía un
vestido perfectamente doblado enganchado al brazo, el cual extendió
en su cama con cuidado. Lo miró como quien mira a su hijo recién
nacido y luego se giró hacia Scarlett.
—¿No
es precioso? No hace falta que contestes, sé que te abruma su
belleza—suspiró con placer—Me lo voy a poner para esta noche, ya
lo he probado, realmente. Cinco veces. Quizá seis. ¿Qué importa?
¡Nunca me canso de verme con él! ¡Y tú, mi descuidada y herida
amiga! ¿Qué vas a llevar?
A
Scarlett le importaba bien poco lo que iba a llevar, así que lo
único que consiguió fue un encogimiento de hombros.
María
elevó los ojos al cielo.
—Eres
incorregible. Por el dios Ignis que hoy te pones algo decente, aunque
tenga que robárselo a alguna condesa. ¿A qué viene esa cara?—la
muchacha estaba impaciente—¡Recuerda el baile de hace casi dos
meses! ¡Estabas preciosa y te encantaba! No creo que Julian te
invite a ir con él si no pones algo de tu parte.
Lo
último que dijo provocó que Scarlett diera un bote en la cama y sus
mejillas se encendieran. Observó a María, que la miraba triunfante
por fin de haber conseguido su atención.
—¿Hay
que ir con pareja?—preguntó Scarlett, tragando saliva.
—Por
supuesto—contestó ella, como si fuera lo más obvio del
mundo—Aunque no te recomiendo que vayas con ese patán, le he
enseñado mi precioso
vestido y ha dicho que en mí lucirá como un trapo. ¿Te lo crees?
Menudo idiota.
Scarlett
rió y se levantó con cuidado, para ir a ver la tan preciada prenda
de su amiga. Era un vestido dorado, largo hasta los pies y con algo
de cola, solo con una manga en diagonal sobre el hombro izquierdo.
Era muy bonito.
—Vas
a ser toda una princesa—la alagó Scarlett sabiendo que eso era lo
que más quería oír.
—¿En
serio lo crees?—María la abrazó repentinamente, emocionada—¡Ya
lo sé! ¡Esperemos que el príncipe Rickard piense igual!
Scarlett
empezó a revolver en su armario a regañadientes, no disfrutando
para nada de la tarea de encontrar una prenda medianamente elegante y
escuchó la charla incansable de María sobre su maravilloso príncipe
y su maravilloso vestido.
Una
cansada hora después, Scarlett salió habiendo sido derrotada por su
armario y comprobó que la medicina había hecho un efecto increíble,
pues podía caminar casi sin problemas, aunque cojeando ligeramente y
notando algo de dolor.
Solo
al recordar el suplicio que fueron las primeras horas con la herida
sin cicatrizar, se sentía algo culpable al no haberselo agradecido a
Larissa. Había sido un tanto descortés por su parte. Se prometió a
sí misma que esa noche haría algo útil y encontraría a Lidia
Jowell para darle las gracias, aunque nada más.
Iba
en bata y camisón, atrayendo las indignadas miradas de quienes se
cruzaba, pero le dio igual. Quería llegar hasta los dormitorios de
las criadas y hablar con ellas a ver si podían encontrar un vestido
cualquiera. Los pocos que tenía ella eran adeacuados para un día de
campo, no para una obra de teatro.
Cuando
casi iba a llegar a su destino, chocó violentamente contra una pila
de libros viviente que cruzaba una esquina a toda prisa. Cayeron
ambos al suelo y la pila de libros empezó a protestar y gritar que
tuviera más cuidado.
—¡Contigo
quería hablar!—se alegró Scarlett, en un intento frustrado de
levantarse, pues la pierna le fallaba—¿Un poco de ayuda, señor
gruñón?
—¿Scarlett?—preguntó
un sorprendido Julian, quien al acto fue rápido a socorrerla.
Pareció que se le contagiaba la alegría a él tambien, pero poco
duró hasta que puso una cara amarga—Mira por donde vas, siempre
igual.
Simulaba
enojado por algo.
Scarlett
cogió aire y comenzó su batalla contra el titubeo y la timidez.
—Esta
noche tenemos que ir al teatro—fueron sus primeras palabras. Lo
miró, no a los ojos, porque no sería capaz de aguantarle la mirada,
si no a un punto inconcreto de la cara. Y cada vez parecía más
enfadado—M-me han dicho que es obligatorio ir...acompañado.
—Ya—fue
la seca respuesta que recibió.
—Y
me preguntaba si...ya que no pareces dispuesto a pedirlo tú....—esto
último lo murmuró muy, muy bajo—si...querrías ir conmigo.
Como
si fuera la gota que colmó el vaso, el Elementar soltó un bufido
indignado y se agachó para recoger los libros que todavía quedaban
esparcidos en el suelo, ignorándola. Scarlett esperó pacientemente
hasta que se levantó y la encaró.
—Deja
de burlarte.
Y
con esas palabras la dejó ahí plantada, perpleja y sin entender de
la historia la mitad.
Lo
atribuyó a los repentinos cambios de humor de Julian y continuó su
camino hacia las habitaciones de las sirvientas. En cada una dormían
cuatro o cinco y eran bastante más pequeñas que la suya, donde solo
estaban ella y María. Básicamente todo era pequeño y sombrío
allí: las camas, con finas mantas grises que poco debían resguardar
del frío, las mesillas, estrechas, con la madera carcomida y un solo
cajón, cuando lo tenían. No había cuadros, ni un balcón, por lo
que la única luz que iluminaba la estancia era la que provenía de
los candelabros.
Scarlett
se dio cuenta de que estaba cotilleando cuando una mujer inclinó la
cabeza hacia ella a modo de saludo. Era la única que se encontraba
en el dormitorio, las demás estarían trabajando, pensó.
Su
petición fue antendida con amabilidad, pero Scarlett estaba bastante
segura de que la señora quería que se fuera más pronto que tarde,
así que tras asegurarse de que le encontrarían un vestido para esa
noche (a su pesar), se esfumó sin perder más tiempo.
Iba
de camino a su propia habitación cuando se encontró con el príncipe
e inmediatamente hizo una reverencia, la cual quedó un poco torpe
debido a que aún no podía mover bien la pierna.
El
príncipe lo encontró divertido.
—Os
curáis con rapidez. Espero veros esta noche.
Scarlett estaba pensando en una contestación educada cuando se le adelantó, interrumpiéndola.
—Si
no tenéis pareja, aunque tengo la seguridad de que os deben caer las
peticiones del cielo, estaría honrado de que fuérais mi
acompañante—dijo con una sonrisa cordial.
Scarlett
dudaba entre reírse por lo errado que estaba el príncipe o
asustarse por tan tremenda sorpresa. Su boca decidió hacer las dos cosas
a la vez y emitió una especie de gruñido raro en el que casi se
atraganta. Tosió ruborizada, aún sin quitarse la sensación de que
iba a ahogarse.
—Sería
un gran honor, Alteza, pero...—buscó por una excusa—me temo que
aún no estoy recuperada del todo, me han aconsejado que guarde
reposo.
<<Hasta
suena convincente y todo>> pensó, maravillada.
El
primogénito del rey pareció defraudado.
—Oh...de
acuerdo, la salud es lo primero. Qué lástima.
—Sí,
sí, una lástima...
Feliz
por la previsión de que no podría ir a la fiesta, Scarlett se pasó
lo que quedaba de tarde recolectando información sobre demonios en
la biblioteca del castillo. Desde que empezaron la búsqueda, poco
habían encontrado y cada vez estaban todos más impacientes y
cansados; la fe de los reyes en ellos se estaba desmoronando...
Las
escuetas descripciones que venían en los libros no servían de mucho
y Kira, el único que podría tener información valiosa de cómo
combatir a los de su especie o evitarlos, parecía reacio a ayudar.
Scarlett no sabía si era porque se veía a sí mismo en peligro o
porque le quedaba algo de lealtad hacia su hermano. Esperaba que
fuera la primera.
Las
campanadas que dictaban el comienzo de la obra sonaron por todas las
inmediaciones del edificio alertando a los invitados. Scarlett se
escondió tras una estantería esperando a que la avalancha de
criados nerviosos y nobles empavonados entraran en la sala. Sonrió
con malicia, como un niño que comete una travesura hasta que oyó la
puerta abrirse y la mujer a la que le había pedido el vestido
apareció ante ella. Perlas de sudor brillaban en su frente y tenía
la mayor parte de sus rizos oscuros colgando de lo que en algún
momento fue un moño perfecto. Al verla pareció muy aliviada.
—Gracias
a los dioses que la encuentro, mi señora—suspiró
con pesar—Llevo
toda la tarde buscando un vestido decente para vos y por fin lo he
encontrado. Siento la tardanza. ¿Estáis aquí escondida para que
nadie os vea así vestida?
Scarlett
agachó la cabeza, entre fastidiada y avergonzada por haberle hecho
pasar tantos trabajos. Resignada, cogió el vestido de terciopelo
esmeralda que le tendía y se lo agradeció debidamente.
Subió
a la habitación y se lo puso. No le quedaba mal, aunque tampoco
bien. Era demasiado ajustado y tenía demasiado escote para su gusto.
Ignoró el corpiño que había colgado en el pomo de su armario y los
delicados e incómodos zapatos frente a la puerta. Como la falda del
vestido le llagaba hasta el suelo, decidió hacer trampas y dejarse
puesta sus cómodas botas. Su pierna no estaba como para soportar
tacones.
El
teatro era un edificio anexionado con el castillo, fácil de
reconocer, sobre todo esa noche, por su gran entrada dorada
abarrotada de lacayos corriendo de un lado a otro, colocando abrigos,
facilitando bebidas y aperitivos... Hacía un tiempo agradable, ni
frío ni calor, sino la temperatura constante típica de los
comienzos de la primavera.
Cuando
Scarlett llegó, ya había entrado todo el público.
Reconoció
una cara familiar y se acercó a ella, quien la paró con seriedad.
—Vienes
un poco tarde—la
regañó—¿Dónde
está Julian?
Scarlett
se encogió de hombros. Ella no tenía por qué saber aquello, ¿no?
—Supongo
que ya habrá entrado.
—¿No
es tu pareja?—preguntó
Chelsea con el asombro brillando en sus ojos castaños.
A
Scarlett se le encendieron las mejillas, con algo de verguenza y algo
de irritación.
—No,
no tengo acompañante—de
repente, la situación se le asemejó perfecta—Creo
que no podré entrar. Volveré y...
—Eso
no es necesario—contestó
Chelsea señalando a alguien detrás de ella. Lo peor era que creía
estar haciéndole un favor—Seguro
que Dáranir está encantado de entrar contigo.
El
aludido, perfectamente peinado, con un hermoso jubón granate y más
atractivo de lo que Scarlett lo hubiera visto nunca, sonrió con
confianza y le prestó su brazo para que lo cogiera. La muchacha se
arrepintió de no haberse acicalado con más conciencia y aceptó el
brazo de su capitán, estrechándolo con suavidad.
Antes
de entrar, le susurró a Chelsea que cuidaría de él y esta,
visiblemente abochornada, pero aliviada, asintió.
Entraron
en silencio al salón, donde la actuación ya había comenzado. Las
luces se mantenían apagadas, excepto las del escenario y los sitios
semejaban estar al completo. Le preguntó a Dáranir dónde se
sentarían, pero este guardó silencio conduciéndola por unas
escaleras de caracol hasta la segunda planta.
Pararon
delante de la entrada del tercer palco, oculto su interior por una
cortina roja.
—Creí
que aquí solo podía estar la realeza...—conjeturó
Scarlett, curiosa.
—Creías
bien. Tengo que reunirme con el rey ahora, pero volveré cuando acabe
la obra. Aguanta hasta entonces—le
dio una palmadita cariñosa en la cabeza y antes de marcharse, la
miró con ojos culpables—Siento
que tuvieras que venir forzada.
Scarlett
no quería que se fuera, mas no podía hacer otra cosa que entrar en
el palco. Así que separó la cortina y quedó sorprendida al ver que
solo había dos asientos, uno de ellos ya ocupado.
El
príncipe Rickard giró la cabeza con un movimiento elegante y la
invitó a sentarse a su lado, para luego volver a clavar sus ojos
aceitunados en la representación.
Scarlett
obedeció, pues no tenía otro remedio y se sentó en una butaca que
resultó ser increíblemente cómoda. Tenía unos gemelos de oro a su
izquierda. Los cogió y fingió un gran interés en la obra para no
tener que empezar una conversación con él. Buscó a Julian y a
María durante un rato hasta que los encontró bastante más abajo y
con la pequeña rubita también buscando a alguien desesperada con
sus gemelos entre los palcos superiores.
Sin
embargo, el príncipe sí quería hablar.
—Te
preguntarás por qué estás aquí—aseguró,
sin perder detalle del acto. Al ver que ella no respondía,
continuó—Hice
una excepción contigo, a pesar de que no seas de la realeza, porque
quiero hacerte saber algo.
—¿Y
qué es, su Majestad?—dijo
Scarlett, pues pensó que era lo más correcto.
—Tengo
intención de verte ganar las tres pruebas. Y no solo yo, si no todos
los jueces, según tengo entendido.
Eso
atrajo la atención de Scarlett, que encaró al príncipe algo
incómoda. Era más fácil de lo que había imaginado mantenerle la
mirada. Comparado con los enfados de Julian o las transformaciones de
Kira, un príncipe que miraba al resto por encima del hombro parecía
un cachorro.
—Mejor
iré directo al grano: tanto yo, como mi padre, el rey, como todo
Regardezt, estaría dispuesto a asegurar, queremos que al finalizar
las pruebas jures lealtad a nuestro reino—dijo.
Scarlett
estaba algo confusa.
—Pero
yo soy Guardiana de Ozirian...
—Tú
no eres Guardiana de nada, aún—la
respuesta fue tajante y obligó a Scarlett a mantenerse callada—Hasta
que hagas el juramento, solo eres una aspirante, igual que los demás.
Veo que no entiendes mi propósito. Pareces una chica estudiosa, así
que dime, ¿conoces el motivo por el que en vez de un reino hay
cuatro?
—Para
que el poder no se concentre en un solo monarca—contestó
ella con seguridad.
—Bien,
bien. ¿Y sabes también cuando se han juntado dos Elementar antes?
Scarlett
lo pensó durante unos segundos antes de responder.
—Tengo
entendido que en mi familia mi abuela y mi padre eran ambos
Elementar.
—Tu
abuela sí, pero tu padre no—declaró
el príncipe—Nunca
antes, Scarlett. Esta es la primera vez que se encuentran a dos
Elementar en los cuatro reinos. La primera vez que se une tal poder.
Julian decidió que juraría lealtad a Ozirian, a pesar de haber
nacido en Narendil, supongo que porque vivió en ese reino ente gran
parte de su vida. ¿Y tú pretendes servir a Ozirian también? ¿Te
das cuenta de que se rompería el equilibrio que con tanto esfuerzo
hemos tratado de mantener?
—Yo
también viví en Ozirian y el capitán Ahelod y los suyos me
acogieron con total amabilidad y altruismo antes de saber sobre mi
poder. Es el único reino al que le debo lealtad y si tuviera que
elegir otro, sería Arkiria, mi país natal, no Regardezt.
Fue
tan franca y contundente que tuvo miedo por un instante de que el
príncipe se ofendiera. Pero el joven no se enojó, lo único que
cambió en su expresión fue la ligera marca del ceño fruncido que
apareció y la mirada, tal vez más dura.
—Lo
que llevas en el hombro y tu medallón son marcas de Guardián.
Dáranir Ahelod las vio, por eso te recogió, no hay tales motivos
altruistas de los que hablas. Los principios de la comunidad impiden
a un Guardián abandonar a otro. Fue deber, nada más. Es menester
que lo recuerdes—se
colocó el cabello en un gesto vanidoso y continuó hablando—También
si eligieras a Arkiria habría un desequilibrio, pues los reinos de
entes tendrían más potestad que los humanos, algo totalmente
ilógico y ridículo. Tu elección está entre Narendil y Regardezt.
Y creo que no eres del agrado de la reina Cala, mi señora.
Las
últimas palabras fueron irónicas y Scarlett lo notó.
—No
os debo nada, ni a vos, ni a vuestro padre, ni a la reina Cala. No
penséis que podéis obligarme a tomar una decisión que no desee. Mi
lealtad no se consigue con amenazas, ni advertencias y mucho menos
con coacción. Es menester que lo recordéis—habló,
sincera y sin apartarle la mirada.
Eso
no pareció gustarle al sucesor al trono.
—No
confundáis el orgullo con la arrogancia—la
avisó, con tono sombrío.
—Ni
vos el empeño con la pretensión—fue
la contundente respuesta.
—Pensad
en mi propuesta—dijo
el príncipe Rickard, tras unos segundos de tenso silencio—Y
disfrutad de la obra, estoy seguro de que será de vuestro agrado.
Salió
del palco, dejándola sola.
La
obra no fue de su agrado, para nada. La trama se basaba en un equipo
de Guardianes que se dedicaban a matar a todo ente que encontraban a
su paso, así protegiendo, supuestamente, a la población. También
había princesas y algún que otro dragón, pero Scarlett comprendió
el verdadero fondo de la historia. Estaban haciendo ver al público
de un reino en el que no existían los entes, que más allá del
Muro, los Guardianes trataban como escoria a la raza no-humana. Fue
entonces cuando Scarlett empezó a preguntarse si el rey Tulio y la
reina Vitorea mantenían oculta la verdad a los otros dos o le habían
estado mostrando una falsa realidad durante todo ese tiempo.
La
función terminó y los espectatores se levantaron de sus asientos,
dando pie a una marabunta de gente riendo y comentado sobre los
actores o las mejores escenas. Scarlett tenía intención de salir lo
más deprisa posible de allí, pero notó un horrible tirón en la
herida de la pierna y tuvo que parar a descansar en un banco de la
recepción del teatro.
No
paraba de darle vuestas a la conversación que acababa de tener,
cuando aparecieron María y Julian, la primera con aspecto deprimido,
pero hermosa y el segundo enfadado.
Los
saludó con la mano para que la vieran. Estos se acercaron y Scarlett
preguntó alarmada qué le ocurría a María.
—¿Acaso
te importa?—gruñó
Julian. Scarlett asintió, ignorando las malas pulgas del chico, a
las que ya estaba acostumbrada—Pues
quizá deberías tener en consideración a tus amigas antes de
lanzarte al cuello del primer miembro de la familia real que
encuentres.
La
muchacha pelirroja lo entendió de pronto.
—Oh,
no...así que era a él a quien buscabas...—Scarlett
negó varias veces con la cabeza—¡No
es lo que piensas! Intenté librarme del príncipe, pero era
imposible, quería...
—No
hace falta que me restriegues lo mucho que quería ir contigo—murmuró
María, dolida.
—¡Pero
no era eso lo que iba a decirte!—Scarlett
quiso explicarle de que habían hablado y de que no tenía que ver
con nada personal, pero María giró la cabeza, molesta—¡Y
estás guapísima! Tenías razón, el vestido dorado es precioso.
Scarlett
no mentía. María parecía mucho más mayor y la seda dorada le
quedaba a la perfección. Tenía un recogido de cintas de oro que la
hacían similar a una diosa de otra época y hasta estaba más alta
con los zapatos.
—¡Al
parecer no tanto como tú!—saltó,
mirándola con sus grandes ojos grises lagrimeando—Da
igual, me voy a la cama...
Scarlett
le gritó que lo sentía y que la dejara explicarse, pero la
chiquilla estaba tan apesadumbrada y furibunda que no la escuchó,
cruzó la entrada y se marchó corriendo. La Elementar del Fuego
ocultó la cabeza entre las manos, sintiéndose culpable.
—Es
una niñita tonta y llorona, pero su encaprichamiento con el príncipe
le ha golpeado fuerte. No tenías por qué hacerle eso, sabías que
le gustaba—la
acusó Julian.
Scarlett
alzó la vista, iracunda. Y golpeó el pecho del chico tres veces,
cansada de tantas cosas sin sentido juntas. Cada vez que daba un
golpe decía una palabra.
—¡Yo...no...quería!—Julian
la miraba muy enfadado—¡Y
no me mires así! ¡Ni si quiera quería venir a esta estúpida
fiesta, mucho menos con ese pretencioso del príncipe! ¿Por qué
crees que te lo pedí a ti?
Estaba
alzando mucho la voz y Julian la alzó más aún.
—¡Por
favor, Scarlett, no mientas! ¡El mismo Rickard me dijo que iba a ir
contigo, antes de que tú me pidieras nada!
—¿Qué
ese tipo hizo qué?—se
escandalizó Scarlett—¡Pero
si yo no tenía ni idea!
Julian
seguía frunciendo el ceño, mas parecía tremendamente aliviado.
—¿Quieres
decir que pensaste en mí como primera opción?
Scarlett
estaba tan estresada que ni se sonrojó al contestar.
—¡Obviamente!
Después
de eso, la atmósfera se volvió cálida. Julian tuvo que esforzarse
al máximo por reprimir una sonrisa y Scarlett siguió mirando hacia
la puerta hasta que decidió que el dolor de la pierna era soportable
y que debía ir tras María.
Julian
la miró seriamente antes de que se fuera.
—Estas
cosas no pasarían si estuvieras comprometida con alguien.
Scarlett
bufó, opinando que era una tremenda tontería.
Se
apresuró hacia su dormitorio, ignorando el dolor de la herida. No
obstante, cuando llegó e intentó abrir la puerta, la encontró
cerrada. Insistió un poco hasta que se rindió. Se sentó apoyada en
ella y le narró a María -la cual suponía que estaba dentro- lo que
realmente había sucedido con lujo de detalles. Puso énfasis en lo
vanidoso que le había parecido el príncipe y en que la había
llamado orgullosa y arrogante. Pidió disculpas varias veces, sin
recibir respuesta y empezó a preocuparse. Tras media hora de
explicaciones que no conseguían contestación alguna, se levantó
pesarosamente y al no poder entrar en su habitación, se fue a dar un
paseo a los jardines del castillo.
La
luna azul era la protagonista esa noche, mientras que la roja se
mantenía oculta. Cruzó los caminos de piedras entre rosales,
arrimándose para oler las flores, aunque apenada porque no hubiera
tulipanes. De todas formas, desde que en su cumpleaños había visto
los tulipanes del Prado Marchito, la segunda maravilla del Submundo,
no veía posible que alguna flor pudiera volver a gustarle tanto.
Llegó
hasta los estanques de carpas, su lugar favorito. Por la noche tenía
un ambiente especial, porque las lunas se reflejaban en el agua y las
carpas eran extrañemente cariñosas con cualquiera que se acercara.
Ni si quiera parecían un animal salvaje, se dejaban tocar y no se
asustaban a menos que hicieras mucho ruido. Caminó por los pequeños
puentecillos que había entre cada laguna individual y se paró en
uno de ellos, poniéndose en cuclillas para mirar su reflejo en el
agua.
Para
variar tenía el pelo hecho un desastre. Suspiró y tocó con un dedo
el líquido, haciendo círculos y ochos con él para atraer a los
peces, que nadaron a toda prisa para ver si les iba a dar algo de
comer. Al ver que no tenía nada, se fueron, menos algunas que se
quedaron nadando alrededor de su mano.
—¿Te
has perdido, pelirroja?—inquirió
una voz conocida cerca de ella.
—Hace
tiempo...—susurró,
melancólica.
—¿Qué
tal la noche?
Scarlett
no tenía ganas de hablar, ni de volver a explicarlo todo otra vez.
—Fatal.
—Comprendo.
Le
gustó su respuesta, pues sabía que no seguiría preguntando sobre
el tema. Decidió alzar la vista y hablar con él cara a cara. Casi
se cae al estanque al verlo con los brazos cubiertos de sangre, que
intentaba limpiarse al pantalón. Al notar que estaba siendo
analizado con terror, levantó la manos como excusándose.
—Antes
de que digas nada, la sangre no es mía.
—¡Eso
no me tranquiliza en absoluto!—gritó
Scarlett
Kira
la miró como si le molestara que estuviera tan intranquila y se
encogió de hombros, sonriendo como si estuviera limpio y reluciente.
Luego, le tendió una mano a Scarlett.
—Ven,
te enseñaré a mi víctima.
Sonaba
relajado, así que Scarlett acabó por seguirle, pero no agarró la
mano, la cual bajó un poco decepcionado. La llevó hasta los
establos. Ella no pudo evitar mirarlo de vez en cuando, en parte
porque seguía cubierto de sangre de otra persona y cada vez estaba
más alarmada. La condujo hasta la cuadra del fondo, donde había un
letrero que rezaba: Phuria
Kira
abrió el pestillo y la incitó a entrar.
Dentro
la yegua estaba tumbada, como abatida, respirando lentamente.
Scarlett se precipitó hacia ella.
—¿Qué
le ocurre? ¿Está enferma?
A
modo de respuesta Kira dijo:
—Vamos,
déjanos ver a tu pequeño. No seas testaruda.
Una
curiosa bola de pelo blanco con cuatro delgadas patas salió de
detrás de la yegua, mirándolos con unos curiosos ojos negros.
Entonces Scarlett se fijó en la paja de la cuadra, ligeramente
manchada de sangre y volvió a mirar a Kira. La criaturita pareció
enfadarse de que no siguiera observándolo a él y le dio un suave
cabezazo como protesta. La chica rió y se dispuso a acariciar
encantada su suave pelaje albino.
—¿Cómo
es posible? Llevo sin ver a Phuria...¿un mes?—se
sintió un poco mal al darse cuenta de aquello, aunque había estado
muy ocupada con los entrenamientos y la yegua estuvo muy bien
atendida—¡En
un mes es...totalmente imposible!
Kira
la miraba complacido y se apresuró a limpiarse los restos del
líquido escarlata como mejor pudo.
—Bueno,
verás, este pequeño es un poco...especial.
—¿Especial?—repitió
Scarlett, que no apartaba los ojos del animal—Es
tan atrevido, qué poco asustadizo. ¿Y quién es el padre si puede
saberse?
Había
comentado lo último medio a broma, pero Kira tosió y miró a otro
lado.
—Ecoh.
Scarlett
se giró de golpe y lo miró acusadoramente.
—¿Cómo?
—Ecoh
también es un tanto especial—comentó
Kira, cambiando de tema, cosa que no le pasó desapercibida a la
muchacha—Así
será este potro cuando crezca: más fuerte, más rápido y mucho más
inteligente que los caballos normales.
—¿Y
por qué tu caballo tiene esas cualidades?—preguntó
Scarlett por curiosidad. Siempre había notado algo raro en la
bestia, como si fuera algo mucho más peligroso que un simple
caballo. Aunque viendo lo cariñoso que era el potrillo de Phuria, no
podía creerse que fuera su padre—¿Qué
harás con este?
El
potro, quien demostraba ser realmente inteligente, resopló.
—No
le gusta que lo llames este. Habrá que ponerle un nombre—dijo
Kira, riendo alegremente—Ecoh
no nació en el Submundo, me temo. De ahí sus extravagancias. Y yo
no haré nada, si quieres puedo cuidarlo al igual que he estado
cuidado de Phuria, pero esta criaturita es toda tuya.
Scarlett
no sabía que había sido él quien atendía a su yegua, así que le
sonrió agradecida. El delgaducho potrillo seguía ingidnado por no
tener un nombre, no paraba de resoplar.
—Se
llamará Évein—lo
miró con dulzura—¿Te
gusta ese nombre?
El
potro dejó de resoplar, sosegado y volvió al calor de su madre.
—Crece
muy rápido, pero envejece muy lentamente—la
informó Kira—Te
recomiendo que no dejes que nadie se le acerque si no estás delante.
—¿Por
qué? Es tan afable...
Esta
vez fue Kira el que resopló.
—Contigo,
pelirroja. Si alguien intenta acariciar a Ecoh sin que esté yo con
él, puedes estar segura de que se llevará un mordisco que le
arranque media cara—aseguró,
con cierto orgullo.
—¿Y
cómo es que a un sujeto tan irritante como tú aún no lo ha
intentado aniquilar?—dijo
Scarlett divertida
Kira
soltó una risotada y la observó arqueando una ceja de color
azabache.
—Porque
fui la primera persona a la que vio, supongo, y después de haberlo
sacado del vientre de su madre, lo mínimo es que me tenga un poco de
respeto—fingió
indignarse—¡Además
soy su abuelo!
—¡No
eres su abuelo!—se
quejó Scarlett, intentando no reírse.
Pasaron
un rato entre chanzas y risas, limpiando la cuadra y a Évein.
Scarlett acabó por coger prestados unos pantalones y una camisa de
un mozo de cuadra con tal de poder librarse del incómodo y apretado
vestido. Kira simuló estar muy disgustado con esa decisión. Cuando
acabaron, estaban cansados -en realidad solo ella- y se sentaron a la
orilla del estanque, habiendo dejado durmiendo a ambos animales.
Metieron los pies en el agua y dejaron a las carpas que les hicieran
cosquillas entre los dedos.
—¿Esto
significa que ya no estás enfadada conmigo?—consideró
Kira mientras salpicaba con el pie a Scarlett sin llegar a mojarla
mucho, solo unas gotas.
Ella
ponía mala cara cuando le llegaba un poco de agua a la cara, pero
luego no podía evitar echarse a reír.
—Nunca
he estado enfadada contigo—le
comunicó, mirando al cielo nocturno—Solo
me decepcionó que no vinieras. Tenías que haber estado allí.
—Lo
sé—admitió
él—Algún
día podré contarte por qué no fui. Espero que pronto.
Scarlett
lo miró, tan seria, que Kira pensó que iba a regañarle, pero esta
se agachó rápidamente y lo sapicó con la mano, empapándolo por
completo. Rió malévola.
—Esto
por prometer cosas y no cumplirlas.
Kira,
con los ojos muy abiertos y sorprendido de veras, no supo como
reaccionar al principio, algo que nunca le sucedía. Poco a poco su
gesto de asombro fue convirtiéndose en una sonrisa perversa y sin
más dilación, le dio un empujón a la joven, que resbaló y cayó
de golpe al agua.
El
estanque tenía poca profundidad, así que Scarlett se quedó de
rodillas, con los brazos cruzados, mirándolo críticamente y con
ganas de pelea. Kira le hizo un gesto de provocación, altanero.
—Eso
por no estar besándome ahora mismo.
—Más
quisieras—replicó
Scarlett, agarrándolo de improviso por el tobillo y tirándolo con
ella al agua—Esto
por ser tan presumido.
Kira
se sacudió el agua del pelo como un perro, volviendo a mojar a
Scarlett, quien soltó un chillido entre risas e intentó escapar de
él, pero este la agarró de la camisa y la hizo retroceder, con una
tetral cara de estar teniendo demasiada paciencia.
—Vas
a coger un resfriado.
Scarlett
se puso de puntillas para procurar estar a su altura y lo miró
desafiante.
—No
parecía importarte cuando me tiraste.
Ignorándola,
la cogió por la cintura y la soltó con delicadeza en el borde del
estanque, sacándola del agua.
—Deberías
irte a la cama, arroparte como una oruga y dormir hasta mañana.
—No
puedo, mi habitación está cerrada—dijo
Scarlett, bajando los párpados y con la piel de gallina.
—Duerme
conmigo—dijo
él con total naturalidad.
Scarlett
le dio un golpe en el brazo, poniendo los ojos en blanco. Se levantó
y escurrió lo mejor que pudo sus ropas, que chorreaban por todas
partes.
—¿Sabes?
Creo que Chelsea está aún despierta y duerme sola en su habitación,
seguro que me deja quedarme por una noche...
Se
despidió del chico, que la contempló marcharse durante un rato, en
silencio.
El
graznido de un cuervo lo alertó a mirar hacia arriba. Estaba apoyado
en el techo de los establos, mirándolo fijamente, con un diminuto
papel atado a una pata. Alzó el brazo y el pájaro voló hasta
posarse en él.
Quitó
el mensaje y lo leyó:
"Tenemos
al Elementar del Agua. Mañana al anochecer"
Kira
sonrió y rompió el papel en varios trozos. Una llama azul apareció
en la palma de su mano y los devoró.