Nota de la autora ~> ¿¡Qué ven vuestros ojos!? ¡Oooooh! Sí, sí, ya subí. ¿Depués deeeeee...? Mejor no llevar la cuenta. Este capítulo lo divido en dos partes, pero la segunda la tendré antes de lo que tuve esta, seguro. Cuando acabe junio empieza el verano, así que tendré MUCHO más tiempo libre. ¡Horror de exámenes finales, jesús!
Y es el primer capítulo en el que pongo un gif. ¿Mejor gifs o fotos? A mí personalmente me gustan más los gifs por eso del movimiento y tal, pero como queráis vosotros.
Por cierto, si no pilláis lo último que dice María, tranquilos, es normal, ya se explicará con detalle próximamente. ¡AH! ¿Y leéis bien la letra? Si hay algún problema, ¡decid! Ñe, es que la veo como muy pequeña...
¡Disculpadme otra vez por la tardanza! e_e Espero que no vuelva a suceder~
Los
distintos olores se mezclaban en sus fosas nasales.
Tenía
el sentido del olfato muy agudizado debido a que le habían vendado
los ojos. Obviamente no querían que supiera el camino por el que lo
conducían.
Olía
a fresco, a vegetación, casi podía vislumbrar en su mente los
árboles que los rodeaban. Un viento frío le acarició la piel de la
cara y confirmó que seguían en el exterior.
Habían
mantenido la caminata durante un buen rato, aunque fueron
extrañamente amables y hasta le permitieron pararse a descansar de
vez en cuando. Eso fue lo que más le sorprendió: el cordial trato
que estaba recibiendo de parte de sus secuestradores. Por eso mismo,
al verse seguro de peligro, actuó cauteloso, sin llamar la atención
ni hacer intentos de rebelarse. Ya ejecutaría un plan de escape
cuando no estuviera maniatado y ciego.
Lo
poco que tenía era tiempo, tiempo para pensar. Le había estado
rondando por la mente el por qué alguien que no tuviera relación
con el Inframundo querría atraparlo, y desde luego, estos no eran
demonios ni mucho menos. Durante su cautiverio había aprendido a
analizar el comportamiento de los que estaban a su alrededor,
bastante diferente al de los humanos. Todos los demonios que había
conocido seguían unos patrones similares: tranquilos, fríos y
directos. Aún así, había excepciones, y la más sorprendente fue
la del Supremo y un híbrido de ojos azules y sonrisa traviesa.
Ambos tenían afición por bromear y hacer extraños juegos,
disfrutando de ver la reacción confusa de los demás. Norian, por
supuesto, lo hacía menos a menudo y con claras intenciones de
intimidar o desmolarizar a quien iba dirigida su burla. Kira, por el
contrario, parecía gozar inocentemente, como un niño, a pesar de
que a veces pudiera parecer incluso más frío que su hermano.
—No
te pares—le ordenó una voz masculina, tirando de la cuerda que lo
ataba a la silla de su caballo para que mantuviera el ritmo.
—Haz
el favor de ser un poco más delicado, ¿quieres?—lo regañó otra
voz que le resultó conocida.
Gales
hizo caso y aumentó la velocidad de sus pasos, pero siguió
meditando con tranquilidad.
La
siguiente pregunta que llegó a su cabeza fue cómo sabían que era
un Elementar. No había pisado el Submundo desde que era apenas un
crío y tras su desaparición suponía que todos lo habrían dado por
muerto. ¿Quién era aquella gente?
—Hemos
llegado—anunció esa voz que le parecía tan familiar—Quitadle la
venda, pero que siga atado, no vamos a arriesgarnos. Por aquí hay
demasiada agua.
El
joven sonrió interiormente. Habían sido advertidos, pero no lo
suficiente. Ahora tendría una salida asegurada, aunque prefirió
descubrir antes por qué lo quisieron traer allí y quiénes eran.
Pronto tuvo la respuesta, cuando un hombre le quitó la venda de los
ojos. Esperaba quedar cegado por la luz del sol, mas esos rayos nunca
llegaron, pues ya había caído la noche. Las dos lunas, redondas como
monedas alumbraban a las estrellas, impresionadas ante el fulgor de
sus coloridas compañeras. Se hallaba en un claro del bosque, donde
los nogales eran la mayoría de la población arbórea y gran parte de
ellos sostenían cabañas de madera en sus copas, sin ramas, de donde
salía la cálida luz anaranjada tan propia del fuego.
En medio del
claro, había carros, baúles, hogueras, armamento amontonado en
pilas, redes de pesca, algunas pequeñas tiendas donde podrían
dormir dos personas como máximo y una larga muralla hecha de troncos
acabados en afiladas puntas y unidos por cuerdas que protegía el
campamento del exterior.
Porque
era eso lo que parecía: un campamento.
Se
fijó especialmente en un riachuelo que atravesaba un lateral de la
tierra, sin embargo, fingió no darse cuenta y rodó los ojos hasta
sus captores. Los siete jinetes habían desmontado y sus caras se
mostraban por fin. Seis de ellos eran hombres, hombres comunes, sin
ningún rasgo que los destacara en especial, todos adultos que
podrían fácilmente haber entrado en la cuarentena. La séptima era
una muchacha bastante joven, con grandes ojos azules y el cabello
oscuro cayéndole liso hasta los hombros. La reconoció de inmediato:
era aquella criada que ayudaba a la dueña de la granja. La miró
confuso, pero ella apartó la mirada, incómoda.
Con
prisas, lo guiaron por entre toda la gente que los observaba con
curiosidad, hacia una de las cabañas plantadas en el suelo.
Gales
devolvía las miradas e inspeccionaba a los habitantes de aquel
extraño lugar.
Gente de todas las edades, desde niños hasta
ancianos y de ambos sexos, gente que bien podría pertenecer a
cualquier pueblo cercano, con caras normales y ojos inocentes, aunque
algunos más serios y hoscos que otros, como si hubieran visto muchos
horrores en sus vidas.
—Esto
nos traerá desgracias...—cuchicheó un hombre calvo, molesto.
—No
más de las que ya tenemos—replicó otro, de una estatura mucho más
elevada y de cabello rubio platino, el cual no le cubría del todo
dos orejas puntiagudas que sobresalían de su cabeza—Volvamos al
trabajo.
Gales
estaba perplejo. Después de los problemas que tuvo que pasar para
cruzar el Muro sin que lo vieran (aunque fue relativamente fácil
encontrar el alcantarillado y camuflarse entre las aguas podridas de
allá abajo) tenía claro que la gigantesca construcción seguía en
pie, cumpliendo su labor y muy bien vigilada. ¿Qué hacía un ente
allí, en Regardezt?
Con
un crugido se abrió la puerta de la cabaña y lo metieron dentro. Lo
obligaron a sentarse y frente a él se quedó de pie la chica que
había visto en la granja. A Gales no le pareció especialmente
malvada, así que se relajó. Los dos hombres que hacían guardia la
miraron no muy complacidos, pero no dijeron nada. Ella, por el
contrario, tomó la palabra.
—No
estás entre enemigos, no tienes nada que temer—dijo, aunque su
tono casi amenazador no resultó muy convincente.
Gales
continuó callado, sin quitarle la vista de encima.
—Sabemos
quién eres, Elementar del Agua. Te seguimos la pista desde que
llegaste a tierra firme. ¿Sabes tú quiénes somos?
Lo
incitaba a hablar haciéndole preguntas directas. El joven hombre no
tenía ninguna expresión en el rostro, nada que delatara qué estaba
pensando. Ignoró la pregunta. Demasiado tiempo viviendo entre
criaturas infernales que no podían sentir más que indiferencia,
había aprendido a controlar sus expresiones faciales tras varios
años.
—Te
he dicho que estás entre amigos, pero si no nos das respuestas, no
puedo asegurarte que esos de allá atrás no se pongan algo
agresivos—tanteó la chica, alzando las cejas esperando algún
titubeo por su parte.
Gales
empezaba a aburrise. Si lo quisieran matar, ya lo habrían hecho. No
tenía miedo a los golpes ni a las torturas. Norian se había
encargado de que ignorara el dolor practicando en él las dotes para
causar un calvario en sus esbirros de vez en cuando. <<Esto te
hará más fuerte. Nunca podrás compararte con un demonio, pero
llegará un día en el que dejarás de sentir el dolor. Mas para que
una herida cure...debe sangrar primero>>
Era
una cruel mentira. El suplicio nunca cesaba. Porque Gales era humano y
por mucho tiempo que hubiera pasado entre los hijos del Inframundo,
seguiría siéndolo.
—Ya
veo. Bien, si no quieres hablar con nosotros quizá estés menos
reacio a hacerlo con un amigo tuyo—eso atrajo su atención y Anya
lo notó—¿No sabes de quién hablo? No es tan difícil, dudo que
tengas muchos amigos en el Submundo, así que ya es un mundo menos
dónde pensar...
<<Kira>>
—Sabemos quién eres—repitió—y también a quién buscas. Te lo ponemos en
bandeja: ella vendrá a ti. Si sigues con nosotros, claro.
Gales
dudó. Podía estar diciendo la verdad...o podía estar mintiendo. No
iba a poner en peligro a Scarlett ni a Kira preguntando por ellos
como un mendigo por pan. El silencio era su único aliado.
De
pronto, una figura masculina entró en la cabaña como un relámpago,
seguida de una marabunta de gente que armaba un enorme jaleo tras él.
Era un hombre de mediana edad, de rostro curtido y severo y piel
morena como la tierra húmeda que destacaba sobre su cabello rubio.
Muchas arrugas poblaban su frente ceñuda y las ojeras bajo sus
pequeños y amables ojos indicaban que apenas habría dormido. Miró
a Gales, luego a Anya y de nuevo a Gales. Se llevó la mano a la
cabeza, exasperado y giró sobre sus talones para pegarles cuatro
gritos a todos lo que lo seguían.
—¡LARGO
DE AQUÍ AHORA MISMO, GRANUJAS! ¡Más vale que no os vea hasta la
cena o os juro por los Dioses que...!
—¿Qué
qué?—rió una personita del grupo. Gales no pudo evitar echar un
vistazo. Eran niños, todos ellos—¡Siempre haces muchas amenazas y
luego nunca las cumples! ¡Solo eres un viejo gruñón, Yven!
—No
soy tan viejo—sentenció y tras echarle la lengua al crío en un
gesto muy infantil que no cuadraba del todo con su apariencia, empujó
sin miramientos a los dos guardias hacia fuera y cerró de un
portazo. Volvió a girarse, hacia la muchacha esta vez—Y tú...
Anya
se tensó y comenzó a hablar muy deprisa.
—Traje
al Elementar, como nos ordenaste. Lo capturamos antes de lo que
habías calculado, está en perfectas condiciones, ni un rasguño, y
tampoco mi cuadrilla está herida. Ahora mismo lo estaba interrogando
y a punto de descubrir...
Gales
se sentía relajado. Todo el respeto que le pudiera imponer su
captora se esfumó en cuanto vio que solo era una chiquilla asustada
ante las posibles riñas de su superior.
—Disculpa
la brusquedad con la que te trataron mis hombres, al fin y al cabo,
los capitanea una niña.
—Ya
tengo diecisiete años, casi dieciocho—se quejó Anya.
—Lo
que yo decía: una niña. Anda, mejor será que te vayas de aquí
por ahora, quiero hablar a solas con él—al ver que ni ella ni los
guardias se marchaban, lo repitió—A solas.
Se
marcharon. El extraño hombre lo desató y Gales
pudo estirar las articulaciones.
Se puso en pie decidido a marcharse
si no lo iban a retener por la fuerza.
—Vaya,
qué prisas tienes. Vamos, vamos, siéntate por favor. Solo quiero
tener una pequeña charla contigo, Elementar. ¿Puedo llamarte Gales?
Supongo que es incómodo no saber con quién hablas. Soy Yven, líder
a la cabeza de la Alianza y Unión Rebelde de Regardezt.
Todo
encajó en la cabeza del joven. Kira hacía poco se había estado
tratando con los rebeldes anti-monarquía, por eso lo conocían. Y el
motivo por el que lo habrían secuestrado parecía bastante evidente:
tener un poder como el suyo en sus filas sería una gran ventaja...
—En
verdad, señor, sí tengo prisa. Excesiva. El tiempo es lo que menos
me sobra, así que si me disculpáis...—hizo incapié en irse e
Yven no mostró señas de detenerlo, solo volvió a hablar.
—Pierdes
el tiempo yendo en la busca de Scarlett Chevalier, me temo. Ahora se
encuentra en el castillo real de Regardezt, pero sus días allí
están contados.
Ante
semejante amenaza, Gales se giró sobre sus talones con ira
contenida. Yven sonreía con calidez y tranquilidad.
—Pronto
estará con nosotros, como tú. Y no será la única. Nuestro querido
amigo Kira nos ha prometido traernos a ciertos...invitados de honor,
cuando sea el momento propicio.
—No
si yo hablo con ella antes—respondió Gales.
Yven
se rió con compasión.
—Ay,
mi pobre muchacho...¿y por qué confiaría ella en ti? ¡Eres un
completo desconocido!—eso, aunque supiera que era verdad, lo hirió,
o quizá solo profundizó una herida ya pasada—Te contaré, porque
mereces saber qué sucederá. Pueden pasar dos cosas: la primera, que
la encuentres antes. Entonces la Elementar del Fuego tendrá que
elegir entre ir contigo, un extraño del que lo único que sabe es
que procede del Inframundo y servía a Norian, o quedarse con Kira, el
cual, créeme, se ha ganado cierto lugar en su corazón. La segunda
opción es que llegues tarde y tengas que pelear por ella. Algo que
sería tan heroico como estúpido. ¡Ah, sí! ¡Tus poderes! De los
cuales no dudo, de verdad, pero tú solo contra toda la base rebelde
y un medio demonio...Ugh, muchacho, te auguro un futuro negro.
El
ánimo de Gales cayó por los suelos. Tenía razón. ¿Entonces
cuáles eran sus opciones? ¿Rendirse ahora, después de tanto
esfuerzo, de tanto sufrimiento?
—Yo
no soy un rebelde, ni siquiera detesto a los reyes como vosotros. Y
jamás utilizo mis poderes para atacar a menos que sea en defensa
propia. De nada os serviría mi ayuda.—dijo, y fue sincero con sus
palabras.
Yven
dio palmas, complacido.
—¡Ya,
ya! Eso lo sabemos. ¡Lo sabemos todo!
—¿Cuánto
es todo?—preguntó Gales, desconfiado.
—Todo
es todo. Sabemos que naciste siendo de alta cuna, un noble de sangre
pura, educado para respetar y adorar a la realeza. Sabemos que esos
pensamientos que te metieron a presión de pequeño no se eliminan
tan fácilmente. Pero, muchacho, allá afuera hay más que palacios
y tronos. Lejos, o cerca, según se mire, se alza un gran muro que
divide el Submundo. ¿Y cuál es nuestro principal objetivo
ahora?—hizo una pequeña pausa—¡Destruírlo!
Gales
había quedado bastante impresionado con lo que se proponían. El
Gran Muro no se llamaba así por casualidad. Había que tener en
cuenta que dividía en toda su extensión los cuatro reinos.
—Bah,
discúlpame, solo era una metáfora—Gales quedó más confundido
aún que antes—El gran muro del que hablo no es una masa de roca y
cemento. Actúa de la misma forma, pero es mucho peor.
—Creo
que no os comprendo, señor.
Yven
asintió, como si se esperara que no lo entendiese.
—Una
nueva amenaza se cierne sobre nosotros. Hasta el momento solo había
habido susurros, rumores entre las sombras, un temor silencioso a que
el pasado nos atrapara. Y pronto lo hará. Un enemigo que tú conoces
mejor que nadie está preparándose para acabar lo que empezó hace
casi trescientos años.
Gales
lo entendió todo de pronto. Se refería a Norian. Frunció el ceño
y decidió seguir escuchando lo que aquel hombre tuviera que decir.
—Nadie
se lo cree. O mejor dicho, no quieren creérselo. Sus Guardianes han
vuelto con la alerta de que nuestro peor adversario sigue vivo y los
monarcas se quedan sentados, engordando su incredulidad con orgullo y
egoísmo, dividiendo cada vez más su propio mundo. ¿Cómo
defenderán sus reinos si no ven la amenaza? Pronto tendrán el
enemigo en sus puertas.
—¿Cómo
sabéis todo esto?
—¿Debo
recordarte que tenemos un amigo en común?—Gales negó, pensando en
Kira—Nadie va a defender nuestro mundo por nosotros, muchacho. Y el
tiempo de quedarse de brazos cruzados ha acabado. Si estás con
nosotros, nunca te pediremos que ataques en contra de tu voluntad.
Solo quiero protección para mis gentes. Dicen que el Agua es un
elemento bondadoso y compasivo. ¿Es cierto?
Gales
lo meditó. Hablaba con sinceridad, podía notarlo. Y volvía a tener
razón. Su único deseo hasta el momento había sido encontrar a
Scarlett, contarle la verdad y estar junto a ella de nuevo. ¿Y
después? Norian atacaría el Submundo tarde o temprano.
—Aquí
no hacemos distinciones. Todo aquel que quiera pelear por nuestra
causa es bienvenido, sin importar su procedencia, raza, clase o
género. Aún así tenemos muchos niños, ancianos y mujeres que no pueden o no saben luchar, a los cuáles debemos proteger. Es para
esto que requiero tu ayuda.
Gales
estaba a punto de aceptar y sellar el trato cuando se echó para
atrás.
—Esperad.
Hay alguien más a quien debo encontrar.
Yven
arqueó las cejas.
—¿Quién?
—No
sé su nombre. Es la hija del Oráculo de Trisania, y ha heredado los
dones de la madre tras su muerte.
—¿Sabes
algo más de ella? Te ayudaremos a encontrarla, tienes mi palabra.
—La
Oráculo dijo...que cuando encontrara a Scarlett, la encontraría
también a ella.
—Perfecto
pues. Porque falta poco para que ambos os reunáis.
Anya
paseaba nerviosa delante de la cabaña, dejando una distancia
prudencial para no invadir la privacidad de la conversación. Si no
estuviera tan metida en sus pensamientos, se habría dado cuenta de
que un joven se acercaba a ella por detrás.
Algo la sorprendió
antes: alguien, sentado encima de un árbol, que observaba el
campamento en completa quietud. La reconoció.
Justo
cuando dio un paso oyó una risa venir de sus espaldas. Se giró y
vio a Jens, un chico de su edad, con el cabello perfectamente peinado
(puesto que era algo vanidoso), rubio ceniza y unos enormes y alegres
ojos castaños mirándola detenidamente.
—¡Hola!—saludó
con energía.
Dado
que la rebelde estaba a punto de entrar en pánico por lo que
acababa de ver hacía unos segundos, intentó deshacerse de su amigo
lo más rápido posible.
—¿Sabes?
Quería preguntarle algo...algo importante...
—¡Lo
siento, Jens, no tengo tiempo! ¡Nos vemos luego!
Anya
salió corriendo sin darle tiempo a seguir hablando. Mientras se
alejaba creyó oír un murmullo enfadado <<Para mí nunca
tienes tiempo...>> y al instante se sintió culpable.
Avistó
de nuevo la figura: seguía sentada en las alturas, sin pestañear,
sonriendo. Cruzó las murallas y les dijo a los guardas que iba a
hacer una ronda cerca y que volvería pronto. Cuando se aseguró de
que ya no la veían, se escabulló hasta el árbol y miró hacia
arriba, a las ramas, pero ya no había nadie.
—Tienes
buena vista si me has reconocido desde tan lejos—ronroneó una voz
en su nuca.
Anya
contuvo un grito que amenazaba con salir y encaró a la mujer. Tuvo
que levantar el cuello para mirarla. Era raro verla a plena luz del
día, raro y siniestro.
—Señora...¿qué
hacéis aquí? Podrían veros.
La
mujer de las sombras rodó los ojos.
—Tengo
muchas formas de no ser vista si lo deseo, mi querida niña—Anya se
estremeció cuando clavó en ella su mirada—Mas dejemos de hablar
de mí. Vengo por ti. A felicitarte.
Anya
no estaba segura de que aquello fueran buenas noticias.
—¿No
te alegras? ¡Has hecho un muy buen trabajo! Conseguiste traer al
Elementar a los rebeldes, estoy complacida con eso. Y Kira se llevará
el mérito de la idea, bien, bien.
La
muchacha esperó. Casi nunca comprendía como funcionaba la mente de
esa mujer, si se le podía llamar así. Ella simplemente obedecía,
pero muchas veces le daba órdenes que no tenían sentido o que se contradecían con cosas que había ordenado antes. Quería
que Kira se llevara los méritos de conseguir al Elementar del Agua
para la Alianza, pero al mismo tiempo quiso que Gales y Scarlett
desconfiaran de él. ¿Por qué?
—Voy
a liberarte.
Anya
creyó haber oído mal.
—¿Perdonad,
qué...?
—Has
oído bien. Tu cometido ha terminado, estoy satisfecha y ya no me
eres de más utilidad. Al fin y al cabo, eres humana—suspiró la
mujer de las sombras, como aflijida.
—Pero...mi
hermano...
—Oh,
de veras te preocupas por él, ¿eh? ¡Qué ternura! Me conmueves el
corazón, de veras—no se oía ironía en sus palabras, pero Anya
dudaba que incluso tuviera corazón—También liberaré a tu
hermano. Y, para demostrarte cuán generosa soy, aún te ofrezo un
último regalo más. Librarte de toda esa culpabilidad sobre tu
conciencia. ¡Puf, te sentirás una santa, te lo aseguro!
Anya
se mordió el labio inferior, confusa y emocionada a partes iguales.
—¿Y
cómo podría conseguir eso?
—¡Fácil,
cielo! Yo chasqueo los dedos, digo unas palabritas y ¡tachán!, tus
recuerdos sobre mí, todos y cada uno de ellos, serán borrados de tu
memoria—al ver la cara nada segura de la joven, rió, con esa risa
tan característica suya, mezcla del ronroneo de un gato y el silbido
de una serpiente, y aún así, hermosa al oído—Solo mis
recuerdos. No temas por el resto de tus memorias. ¿Qué me dices?
¿Tenemos un trato?
Extendió
una mano de dedos y uñas largas.
Anya
la cogió.
—Por
cierto, me pregunto cómo va a encontrar tu hermano el camino de
vuelta a casa si tú no recuerdas nada y él no sabe dónde
está...¡vaya!
Anya
quiso apartar la mano, demasiado tarde.
Al
instante las venas de su brazo se remarcaron, pues donde antes había
sangre ahora parecía que un líquido negro ascendía hacia su
cuello. Eso la asustó, pero cuando el líquido llegó a su cerebro,
todo se volvió blanco y una sensación de paz la invadió por
completo.
Minutos
más tarde, despertó y volvió al campamento con un terrible dolor de
cabeza. Jens la esperaba allí y el chico no pudo estar más feliz de
ver que la joven estaba de un humor excelente y con ganas de oír lo
que fuera que quería decirle. No obstante, afuera, tras las murallas
de madera, una criatura de ojos audaces seguía observándolo todo
entre la espesura de los árboles, sonriendo.
—Sois
cruel, mi señora—dijo con sorna una segunda voz.
—No
le iba a servir todo en bandeja, ¡qué aburrido! Los humanos son tan
melodramáticos...—suspiró— Bueno, chiquilla, creo que pronto
podrás empezar a trabajar. Te he tenido conmigo en las sombras
demasiado, seguro que quieres entrar en acción.
—Cuando
ordenéis.
Súbitamente,
un temblor agitó la tierra y justo después, un trueno se oyó como
un rugido en el cielo, un cielo celeste y despejado.
—¿Está
empezando?—preguntó la subordinada.
—Oh,
sí. Él siempre fue muy melodramático también. Querrá dar un
espectáculo antes de hacer su aparición.
***
Abrió
los ojos de golpe, de par en par. Estaba sudando por cada uno de los
poros de su cuerpo y el vestido dorado con el que se había quedado
dormida se le pegaba a la piel. Se incorporó en la cama, aún
aconcojada. Ya no recordaba una noche en la que no tuviera
pesadillas. Esa última en concreto había resultado especialmente
sangrienta: una carnicería y el asesino, cubierto de sangre, huyendo
entre unos matorrales. Nada concreto, todo muy confuso y borroso.
Salió
de la cama y vio su reflejo en el espejo. Estaba hecha un desastre.
—¡Agh,
por la Madre Creadora!—escupió alporizada, corriendo a acicalarse.
En
medio de sus carreras para cambiarse de ropa y peinarse, se percató
de que su compañera no estaba en la habitación. Un dolor agudo le
recorrió el estómago. Se sentía mal por haberle gritado a
Scarlett, nunca antes se habían peleado.
La noche anterior apenas la
había dejado excusarse.
Era uno de sus pocos días libres, así que
salió de la habitación y cerró con llave. Ahí fue cuando se dio
cuenta. ¿Dónde habría dormido Scarlett? ¿Y si había tocado en la
puerta para entrar y ella ya estaba dormida? Emitió un gruñido de
preocupación y se apresuró en su busca. ¿Y si la había dejado
toda la noche a la intemperie?
Estuvo a punto de bajar las escaleras
y dirigirse al cuarto de Kira, junto al servicio, pero pronto se
quitó esa idea de la cabeza. Siguiendo una corazonada, cambió la
dirección y fue hacia el de Chelsea, pero al llegar a la puerta de
tablas moradas, se quedó inmóvil en el sitio. Levantó una mano
para llamar, no obstante, la puerta se abrió antes de que pudiera
hacerlo.
Chelsea
se quedó mirándola durante un segundo interminable, hasta que
decidió hacerse a un lado y dejarle pasar.
María
cruzó el umbral y se topó de frente con una personita muy
concentrada haciendo la cama y silbando por lo bajo una melodía como
para notar su presencia. Tosió.
De
inmediato Scarlett apartó la vista de las sábanas. Dejó de silbar
y levantó las cejas con un gesto algo temeroso, como si esperase una
reprimenda.
María
se horrorizó. Esa es una cara que nunca le pondría a ella, era una
expresión perfecta para hablar con Julian DuFrain, ¡no con ella!
Con los ojos húmedos por haber espantado a su amiga la noche
anterior, corrió sin decir una palabra y la abrazó con tanta fuerza
que ambas acabaron tiradas en la cama.
Scarlett se dejó abrazar y
María no dijo ni una palabra hasta que oyó a la otra reírse.
—¿Ahora
me vas a dejar que te explique todo?—preguntó la pelirroja.
—¡Sí!
Estuvieron
hablando largo y tendido durante casi una hora. María hizo un gran
esfuerzo para no interrumpir y al fin, Scarlett pudo
aclarar el asunto.
—...su
interés no va más allá de que soy una Elementar, así que puedes
estar tranquila. Todo tuyo—acabó, aunque parecía tener una duda—A
todo esto...a pesar de que sea de la realeza y de que deba poseer un
atractivo que yo no veo...¿hay un motivo especial por el cual te
guste tanto?
La
pregunta la pilló desprevenida.
Suspiró
y luego llevó a sus labios una sonrisa triste:
—Es
mi última oportunidad.
***
La
balaustrada de la entrada del castillo había resultado ser un
asiento increíblemente cómodo y no podría encontrarse un mejor
respaldo que las columnas pegadas a ella. El sol de la mañana
primaveral centelleaba con suavidad sobre un montón de libros
colocados cuidadosamente unos encima de otros. Una mano cogió el de
la parte superior y lo abrió por las primeras páginas.
“Casas
y Guardianes” rezaba el
título, grabado en grandes letras enrevesadas.
Había
decido tomar un descanso en la búsqueda de los demonios y centrarse
en lo que le era más cercano: las pruebas. Aún quedaban dos, y por
un día que no tenían entrenamiento, podía aprovechar para
documentarse.
Saltó
las páginas dedicadas a la Casa Gris y se sumergió en la lectura de
la Casa Esmeralda, en Arkiria. Julian se sorprendió al encontrar que
Selendre Chevalier había sido capitana en sus años de servicio.
Aparecía un retrato en miniatura de ella; de vivaces ojos verdes,
con el rostro cubierto de casi invisibles pecas y el cabello
anaranjado, como si las llamas lo lamieran. Se parecía muchísimo a
su nieta, solo que cargaba con más años, que se notaban en su
mirada dura y sus arrugas. Era hermosa, a su manera.
Solo
el ruido de unas grotescas carcajadas pudo devolverlo a la realidad,
pues se había quedado estancado en la misma página durante varios
minutos. Alzó la cabeza y vislumbró a Strone Walter, el hijo del
general y a tres muchachos que iban con él, de los cuales solo
reconoció al hijo de los duques de Andurias. A decir verdad nunca
prestaba atención a los demás postulantes a Guardián a menos que
tuviera que pelear contra ellos.
Se
sintió tentado de mandar una ráfaga de aire gélido hacia Walter
hijo y congelarlo en el sitio, ya que todavía le guardaba rencor por
cómo hirió a Scarlett en la primera prueba. Así que hizo ademán
de erguirse, no obstante, al final recapacitó y se sentó de nuevo.
No sería una idea sensata armar un altercado sin motivo aparante
cuando los jueces podrían estar rondando por allí.
Escuchó
su conversación a grandes voces prestando más atención de la que
estaría dispuesto a admitir. En el fondo esperaba oír algo sobre
Scarlett, pero no mencionaron ni una palabra. La charla se basó en
prostitutas y sus planes futuros, nada de interés.
Julian
estaba a punto de volver a centrarse en sus libros cuando creyó
escuchar el apellido Geneviev. De inmediato, se tensó y agudizó el
oído.
—¡Comprados, todos comprados!—gritaba Strone—Y que no os extrañe si la rubita gana las pruebas...es la niña de papá de Laplass Geneviev al fin y al cabo. ¿Y el bibliotecario? ¡Lleva años con esa familia del demonio por interés! ¿Sabéis quién es el más honorable y honesto de todos los Geneviev?
—¿Quién?
—¡Nadie! ¡No hay ni uno solo!
Julian no podía estar más en desacuerdo. Porque él había conocido a dos personas que eran tan honorables como honestas en el seno de esa familia.
Sabiendo que entraría en un ataque de furia como siguiera escuchando, creyó más inteligente concentrarse en recordar aquellos con los que "solo estaba por interés".
Había
una pequeña zapatería incrustada entre una panadería y una casa
medio abandonada. Era un barrio pobre, pero no destrozado por la
criminalidad como la mayoría de los otros.
Allí
vivía buena gente, humilde y trabajadora. Estaban bastante cerca de
Athoras, la ciudad, por lo que aún podían comerciar con lo poco que
tenían o, en un caso extremo, mudarse para buscar trabajo.
La
zapatería tenía un cartel que presentaba el lugar con unas
elegantes letras negras que no cuadraban con el sitio. Podía leerse el
apellido de los dueños: DuFrain.
Hacía
poco había anochecido, las estrellas brillaban débilmente,
esperando que la oscuridad absorbiera todo el cielo y pudiera ser
protagonistas.
Un niño pequeño las observaba por un viejo catalejo
oxidado con los ojos brillantes de la emoción. De pronto, la puerta
de la zapatería se cerró y el niño se dio la vuelta.
Sonrió y
dejó el catalejo sobre el alfeizar de la ventana. Corrió hacia la
persona que acababa de entrar y se colgó de su cuello.
—¡Papá!—susurró
aliviado.
El
padre del pequeño no sonreía, mas se esforzó en levantar las
comisuras de sus labios cuando su hijo lo miró. Abrió la boca para
darle las malas noticias, las que siempre le daba cuando volvía,
pero al ver aquellos ojos marrones mirándolo con esperanzas, se echó
hacia atrás.
—Estoy...—hizo
una pausa—estoy seguro de que la próxima vez la encontraré.
Quizá...quizá me tenga que ir durante tiempo, Julian.
La
siguiente mirada que recibió le dejó claro que el niño no entendía
a qué se refería.
—Vas
a quedarte con tus tíos por ahora, ¿de acuerdo?
Tampoco
era como si pudiera negarse. Asintió muy lentamente, como si al
darle el tiempo suficiente, se arrepentiría. Pero no lo hizo. El
hombre llevó al chiquillo hasta su cama, lo arropó y le dio un beso
en la frente.
A
la mañana siguiente, cuando se despertó, estaba solo en casa. El
letrero de cerrado estaba puesto; no habría clientes ese día.
Sin
embargo, por la tarde llegaron un hombre y una mujer de ropas rotas y
deslucidas, con los rostros decrépitos de quien sabe lo que es
pasar hambre.
Julian
los esperaba, con una diminuta bolsa con sus pertenencias y algo de
miedo por el futuro incierto que le aguardaba.
Pasaron
los días, luego las semanas. Pronto se acostumbró a su nueva
vivienda, todo era parecido, ni siquiera se habían marchado del
barrio. Lo único diferente era que su padre no estaba.
Un
día, sus tíos lo vieron moviendo cosas sin tocarlas. Y
columpiándose sin hacer impulso. Y enfriando la sopa sin soplar.
Julian
no comprendía por qué parecían tan sorprendidos, su padre nunca lo
estuvo.
Poco
tiempo después, un lujoso carruaje paró enfrente de su casa. Nadie
bajó de su interior, solo el cochero se aventuró dentro y señaló
al muchacho. Sus tíos le ordenaron que fuera a su habitación mientras
ellos hablaban con él.
Cuando
la charla acabó, el cochero abrió la puerta de su cuarto y le dijo
educadamente que recogiera sus cosas, pues debían irse.
Preguntó
a dónde.
—El
señor Geneviev os espera fuera. ¿Conocéis a la familia Geneviev?
—¿Los
Guardianes?—preguntó Julian sorprendido y algo intimidado por el
tono tan cordial que empleaba el hombre.
El
cochero asintió.
—¡Lo
siento!—exclamó—No puedo ir, tengo que esperar a mi padre...y a
mi madre.
—Estamos
enterados, no debéis preocuparos. ¿Acaso tiene importancia si
esperáis el regreso de vuestros padres aquí o en otro lugar?—eso
lo convenció un poco—Vuestros tíos saben a dónde vais, y cuando
vuelva vuestro padre, se lo dirán. Mis señores tienen mucho que
contaros.
Julian
intuía de qué querían hablar. Aceptó la mano que le tendía y
ambos salieron de la casa, tras despedirse de sus tíos. Lo miraban
orgullosos, como si hubiera conseguido una gran hazaña.
Al entrar al
carruaje, un hombre de alta estatura se hizo a un lado para dejarle
un sitio junto a él. Julian se sentó tímidamente sin decir
palabra.
Sin
embargo, el líder de los Geneviev parecía ser un gran conversador.
Durante
el trayecto, se mantuvo todo el tiempo hablando con el niño,
explicándole a dónde iban, con quién y por qué, mientras que
Julian escuchaba atento asintiendo de vez en cuando.
Como
ya le habían dicho, se dirigían a la mansión de una de las
familias fundadoras de la Guardia. Estaba muy lejos de su hogar de
origen, incluso tendrían que cruzar el Muro, del pequeño reino
humano Narendil, hasta Ozirian, infestado de entes.
Los
entes preocupaban a Julian. Había oído las historias, esas que
nunca le dejaban dormir después de escucharlas, y si tenía algo
claro, era que no eran criaturas buenas para nada.
Pero
al fin y al cabo, iba a estar con unos de los mejores Guardianes del
Submundo, así que no tendría nada que temer.
—...y está también mi sobrino Mark. Un chico prometedor—dijo el señor
Geneviev con un deje de orgullo—Debe tener tu edad, quizá unos
años más. ¡Oh, vaya, disculpa! Aún no te he dicho mi nombre, soy
Laplass. Puedes tutearme, muchacho.
Quién
sabe cuánto camino llevarían recorrido, pues aunque Julian había
dejado de prestar atención hacía ya rato para fijarse en el
paisaje, estaba totalmente desorientado.
Hasta
que lo vio. El Muro. Era la primera vez que lo veía.
Y siempre había
pensado que cuando eso sucediera, se sentiría protegido o quizá
impresionado. Pero no sintió nada.
Pues
era una estructura de piedra gris, fría y extraña, como si hubiera
sido construida aprisa sin tiempo para detalles. Recordó lo que venía
en sus libros: se construyó justo después de la Guerra entre Mundos,
así que tenía sentido que no se hubiesen demorado en exceso. Había
que aprovecharse de que los entes estaban débiles y eran pocos.
Aproximadamente
una hora después, el sentimiento de indiferencia de Julian se
convirtió en exasperación. Eran los únicos que querían cruzar por
aquella entrada y aún así, no los dejaban pasar. El señor Laplass
estuvo, lo que a ojos de Julian fueron años, dentro del Muro, y
cuando salió, se le veía cabreado. Comentó algo de acampar allí
esa noche.
A
la mañana siguiente, consiguieron retomar su camino y pasar la
enorme muralla.
—¿Sabes
lo que es un Elementar, chico?—preguntó el señor Laplass tras
zamparse otra pata de pollo.
—Un
humano al que un Dios cede una mínima parte de su poder,
permitiéndole controlar su elemento natural—contestó Julian
automáticamente. Lo habría leído cien veces, cien definiciones
diferentes que su padre insistía en que debía entender. Si los
Geneviev esperaban sorprenderlo hablándole sobre su naturaleza, iban
a fallar—En otras palabras; yo.
Laplace
sonrió y le dio un manotazo que pretendía ser cariñoso en la
espalda, pero que casi lo deja sin respiración.
—¡Vaya,
chico! ¿Por eso accediste tan rápido a venir con nosotros?
—Mi
padre me lo explicó. Me dijo que algún día tendría que cumplir
con un deber que los Dioses me habían encomendado y que seguramente
ese deber me llevaría lejos de mi hogar y mi familia—al ver la
mirada lastimosa que le dirigía Laplass, le sonrió con
amabilidad—No me molesta. Sabía que pasaría desde hace tiempo, solo me preguntaba cuándo.
Gran
parte del camino lo hicieron en silencio o dormidos.
Hacían pocas
paradas, solo las estrictamente necesarias, pero daba igual. Según
se iban acercando a su destino, más nervioso estaba Julian, y los
nervios llevaban a la impaciencia.
No
tenía ni una mínima idea de qué se iba a encontrar. Se había
estado imaginando una casa grande, con muchos criados y una fuente
que en vez de agua tenía oro.
Quería
ver todas aquellas maravillas soñadas, todos los lujos que provenían
de la riqueza. Y también tenía miedo. Miedo de no ser aceptado, de
no ser lo bastante bueno, de que le dijeran que debía volver y no
regresar jamás al reino. ¿Y si no era lo que todos esperaban de un
Elementar? Apenas sabía unos cuantos trucos... ¿Y si consideraban
que alguien de tan baja alcurnia como él no podía pisar el suelo de
alguien noble? Porque nunca había siquiera visto a un noble antes. Y
no sabía como comportarse. Y haría el ridículo. Y se reirían de
él.
De
pronto cayó en la cuenta de que el carruaje se había detenido.
El
señor Laplass salió el primero estirando los brazos exageradamente
y riendo.
Quieto
como una estatua, vio como el cochero le abría la puerta para que
saliera él también.
Esperando
encontrar un jardín con una banda de violines tocando, lleno de
nobles vestidos con caras túnicas y un montón de sirvientes yendo
en completo silencio a servir el té a sus amos...
...no
pudo menos que sorprenderse cuando lo primero que vio fue a un niño
y una niña combatiendo ferozmente entre ellos. Con espadas. Y no de
juguete.