Nota de la autora ~> Casi todo el capítulo narra los recuerdos de Julian sobre su pasado cuando tenía 10 años, pero no está en cursiva porque a algunas personas les era incómodo para leer.
Este capítulo tiene muchos paralelismos jeje~ Espero que os guste y tengo la duda sobre si este tipo de capítulos (contando el pasado de 'x' personaje) se os hacen aburridos. Decídmelo por favor.
AHHH, por si no os acordáis, el Julian de sus recuerdos acaba de llegar a la casa de los Geneviev, por si os perdisteis.
Un beso enorme Submundianos. ¡Disfrutad la lectura!
El
niño se distrajo al verlos llegar y su contrincante lo derribó de
un golpe.
Julian
pensó en ir a ayudarlo a levantarse, pero Laplass Geneviev empezó a
aplaudir con una clara cara de satisfacción.
—Muy
bien Deban, si sigues esforzándote tanto quizás consigas vencer a mi
hija cuando empieces a tener canas.
La
niña giró sobre sus talones e hizo una reverencia burlesca al
muchacho que acababa de derrotar. No parecía mucho mayor que ella,
pero sí la superaba en grandes proporciones en altura y sin duda
alguna, en fuerza. Julian se sintió un poco intimidado ante la
mirada de rabia que les dirigió el chico. Recogió su espada y se
fue quitándose el sudor de la frente, sin mediar una palabra más
con ellos.
Cuando
se hubo ido, la niña de alborotada melena rubia se acercó a ellos
casi dando saltitos y clavó unos grandes ojos grises en Julian, el
cual, cada vez se sentía más incómodo.
—Da
gusto ver que sigues en forma, princesita—comentó jovialmente su
padre, dándole una fuerte palmada en la espalda. Julian no estaba
seguro de que el término “princesita” le cuadrara mucho con esa
fierecilla—Te presento a Julian DuFrain, el Elementar del Viento.
Julian
se encogió sobre sí mismo. La niña tenía la misma altura que él,
portaba una espada, que aunque pequeña, no dudaba en que estaría
afilada, y no tenía una constitución flacucha como la suya, sino que
se la veía fuerte y saludable.
—¡María!—la
regañó el señor Geneviev—Qué modales. Es nuestro invitado de
honor y será uno de tus compañeros desde ahora.
María
se carcajeó y hubo algo en su risa que la hizo parecer más una niña
y menos una fiera. Le tendió una mano a Julian.
—Entendido.
Seguro que nos llevaremos bien, ¿eh, renacuajo?
—¿Renacuajo?—farfulló
el muchacho, frunciendo el ceño.
No
contestó. Simplemente le dio el apretón de manos más doloroso de
su vida y sin previo aviso, lo arrastró por el patio hacia saben los
Dioses dónde.
El
señor Laplass desapareció dejándolo en manos de su hija y llegó
un punto en el que entraron al interior de la mansión. La cual era
lujosa, sí, pero estaba muy lejos de lo que Julian había esperado.
En vez de los cientos de criados que pululaban por los pasillos en su
imaginación, lo que correteaba por los salones eran niños, muchos
niños. Su primer pensamiento fue que los señores Geneviev tenían
muchos hijos. Al parecer, su acompañante debió notar que estaba
patidifuso, porque le dio un tirón en la ropa para apurarlo.
—Son
aspirantes al puesto de Guardián.—explicó—En mi familia
entrenamos a muchos de ellos, aunque también hemos sido líderes de
la Casa Blanca desde hace generaciones.
—Oh...
Pararon
delante de una preciosa puerta tallada en la más exquisita madera.
María entró y cuando Julian pretendió hacer lo mismo, le sacó la
lengua y lo echó afuera de un empujón.
El
muchacho se quedó esperando, sentado en el suelo viendo como los
demás niños pasaban a su alrededor, mirándolo intrigados, hasta
que una figura alta se plantó en frente de él.
—¿Uno
nuevo?—inquirió con voz amable.
—¿Qué?
—Te
pregunto si eres nuevo por aquí. No te había visto nunca.
Julian
se enderezó y encontró a un joven moreno de espalda corpulenta. Era
más mayor que él, eso seguro, pero tenía una mirada tan benévola
que le sonrió con un poco más de seguridad.
—Sí,
creo. Soy Julian, ¿y tú eres...?—quizá podría irse con él en
vez de con la niña rubia, que aún lo amedrentaba un poco.
—Mark
Geneviev, un placer—le dio un suave apretón de manos y luego su
voz se volvió un poco más severa—Y dime, Julian, ¿qué haces
sentado en la puerta del cuarto de mi prima?
Era
un Geneviev. Sí, definitivamente había algo en la forma en la que
los otros niños lo observaban, como si fuera alguien importante.
Antes
de que pudiera contestar, María salió de su habitación, cambiada
en un vestido rosa pastel con una diadema blanca y unas preciosas sandalias que se enroscaban como serpientes en sus pantorrillas.
—¡Mark!—dijo
la niña saliendo de su habitación. Tras abrazar a su primo, dirigió
su mirada a Julian—Veo que ya os habéis conocido.
No
era como si con ese drástico cambio dejara de ser un tanto
intimidante, solo que ahora lo echaba hacia atrás su aspecto noble;
la vestimenta que se pondría una niña de clase alta. Y la actitud.
La actitud tampoco había cambiado, los aires de confianza en sí
misma, que no solo los notaba en María, sino también en su primo.
Comparado
con ellos, Julian pensaba que el apodo burlón que había recibido le
encajaba a la perfección. Se sentía como un renacuajo nadando entre
grandes y opulentas ranas.
—Si
sigues hablando con nosotros vas a llegar tarde a tu clase de
arpa—advirtió Mark.
—¡Ah!
¡No! ¡Adiós!—María salió corriendo, provocando las riñas de
todo adulto que se cruzaba en su camino.
Aunque
Julian aún no sabía qué pensar de ella, le cogió por sorpresa su
repentina marcha y empezó a temer quedarse solo rodeado de completos
desconocidos. Mark pareció notarlo y le dio una palmadita de ánimo
en los hombros.
—Ya
me habían avisado de tu llegada, ven.—Al ver que Julian no andaba
lo fue empujando desde atrás—Vamos, vamos. Te enseñaré nuestra
habitación.
<<¿Nuestra?>>
Mark
le mostró el que sería su cuarto. A Julian le agradaba: era
acogedor, no muy grande y tenía estanterías repletas de libros.
Había dos camas que estaba deseando probar después del viaje en
carroza y una ventana que daba a un patio arenoso cubierto.
Tras
instalarse bajaron a cenar. Por costumbre, Julian fue hacia la
cocina, pero Mark le explicó que allí solo comían los criados.
El
comedor en el que entraron era enorme. Había un cúmulo de mesas
apiñadas en las que una veintena de niños devoraban la carne de
cerdo y sorbían con la felicidad de quien no tiene preocupaciones la
sopa. En el medio de la sala se extendía una mesa redonda que
parecía presidir la cena. Pudo distinguir en ella al señor Laplass
Geneviev y a María. Los demás rostros no le resultaron conocidos.
María los vio y los saludó con fervor, seguido de una riña por la
mujer que tenía al lado, instándola a que no gritara.
Julian,
que en esos momentos ya había atraído casi toda la atención del
comedor, estaba demasiado avergonzado como para devolver el saludo.
Siguió a Mark con la cabeza gacha y las mejillas encendidas.
Laplass Geneviev se levantó y le indicó que se sentara frente a él,
entre Mark y una anciana de rostro amable.
Esa
noche conoció a Moria, la mujer que había estado regañando a María
y señora de la casa, de la cual solo aprendió que le gustaba
mantener el orden. También conoció a Renela, la tía de María y
Mark.
Al
subir las escaleras para volver a la habitación creyó notar que
algunos niños lo miraban con hostilidad.
Apenas
pudo dormir aquella noche. Pensó en su padre, que había salido para
traer de vuelta a su madre, desaparecida hacía meses. Cerró los ojos
con fuerza y deseó que los dos volvieran sanos y salvos pronto.
Le
dejaron unos días para acostumbrarse a su temporal nuevo hogar. El
sitio dejó de darle tanto miedo, pues casi nadie le hacía mucho
caso, lo cual él apreciaba, ya que así podía andar a sus anchas.
De vez en cuando algún niño se le acercaba, pero al ver que Julian
era tan callado, se marchaban. Julian comenzó a preocuparse de que
pensaran que estaba siendo descortés con ellos. Simplemente, le
costaba abrirse a los desconocidos y tampoco creía que esos chicos
quisieran ser sus amigos si lo llegaban a conocer de verdad.
Sin
embargo, hubo alguien con quien decidió intentar hablar: Mark.
Era
un muchacho extraño, pero interesante. En apenas un año, con sus
quince recién cumplidos, debutaría en las Pruebas Guardianas y toda
la Casa Blanca estaba emocionada por el acontecimiento, sobre todo
los Geneviev, que esperaban ansiosos el asegurado éxito de su
sobrino. Mark le había confesado que no compartía la emoción, pues
él habría preferido estudiar y convertirse en médico.
A
Julian le caía bien Mark, en especial porque a este no le molestaba
su timidez, ni lo forzaba a hablar. Pero cuando hablaba de su prima,
Julian dejaba de escuchar. Tenía una especie de complejo de hermano
mayor que lo obligaba a alabarla más de lo que sería considerado
normal y sobreprotegerla. Julian pensaba que esa niña necesitaba
cualquier cosa menos protección. A veces, cuando se aburría, echaba
una ojeada por la ventana de su cuarto, cuya vista estaba orientada
al patio interior de entrenamiento. Allí era donde los aprendices de
Guardián practicaban el manejo de las armas, el combate cuerpo a
cuerpo y desarrollaban las habilidades que necesitarían para entrar
en la Guardia. Y se lo tomaban muy en serio...casi todos. La pequeña
María, con sus siete años de edad, rebosaba seguridad, fuerza y
entusiasmo. Hasta el momento, Julian solo la había visto derrotada
por los chicos veteranos, que le llevaban unos cuantos años y unas
cuantas cabezas.
Casi
no hablaba con ella, un simple saludo a lo lejos cuando se
encontraban por los pasillos, ella de camino a un entrenamiento, o a
una clase de música, o quizá de costura.
Pronto,
sus días de descanso terminaron. Le comunicaron que iba a iniciar su
preparación, pero que al no contar con ningún otro Elementar,
tendrían que aplicarle las lecciones generales.
Lo
pusieron en la clase de los principiantes, algo que Julian agradecía.
Aún así, no se pudo evitar ver la incompatibilidad que tenían el
chico y la lucha.
Los
días posteriores fueron un desastre: las armas más ligeras le
resultaban pesadas, no poseía la fuerza bruta ni la resistencia
física de los otros muchachos, pero al menos era ágil y lo
suficientemente rápido para defenderse a su manera.
Su
maestro, harto de que no devolviera los golpes, le sugirió que
soltara la espada e intentase hacer algo con el aire, que para algo
era su elemento.
Julian
no comprendía muy bien a qué se refería y para empeorarlo, Mark y
María habían decidido pasarse a mirar.
Aún
no había descubierto mucho acerca de su don, pero lo que sabía con
seguridad era que no funcionaba bajo presión; necesitaba
tranquilidad y no podía conseguirla con todos los ojos centrados en
él. Con el presentimiento de que estaba a punto de hacer un gran
ridículo, decidió al menos no rendirse sin intentarlo, así que
cogió aire, cerró los ojos e imaginó que no había nadie más a su
alrededor. Escuchó a su rival aproximándose e hizo lo primero que
se le vino a la mente: echar la respiración contenida.
Antes
incluso de abrir los ojos, oyó una carcajada. Al parecer, el soplo había sido tan fuerte que su contrincante perdió el equilibrio y
cayó. La carcajada venía de María.
Julian
sonrió, contento de haberlo logrado, justo antes de ser derribado de
un golpe, perdiendo definitivamente el combate.
Los
niños habían pasado el resto de la clase riéndose de Julian, pero
el entrenador parecía satisfecho y cuando terminaron, María se
acercó a darle un codazo y felicitarlo.
A
partir de ese día, fue a verlo con Mark las pocas veces que tenía
tiempo libre. Julian también empezó a verla desde la ventana con
más interés y terminó por tomar la costumbre de bajar hasta la
arena para hacer una silenciosa observación de sus progresos. No
obstante, por mucho que intentase imitar sus movimientos, su uso con
las armas seguía siendo bastante lamentable. Por otra banda, su don
evolucionaba más rápido, aunque no lo suficiente para ganar una
pelea.
Al
principio eso era lo único que los conectaba; ver como luchaba el
otro. Hasta que un día, Julian se ganó su amistad con unas simples
palabras.
—Mmmm...—murmuró
degustando un pastelillo de moras—Creo que podría comer solo esto
durante todo el año.
Lo
dijo, por supuesto, sin saber que había sido la propia María quién
lo preparara. Así que durante la siguiente semana fue atiborrado a
dulces por la niña, que estaba encantada.
Julian
acabó sintiéndose culpable de que malgastara el tiempo que los
otros empleaban jugando cocinando para él.
<<Tiene
siete años, debería estar divirtiéndose>> pensaba.
Pero
María no tenía tiempo para eso. Siempre se la veía feliz,
corriendo de un lado a otro y siendo reprendida constantemente, sobre
todo por su madre. Era la mejor en las clases, mas Julian jamás vio
al entrenador elogiándola, sino exigiéndole más.
Por
lo tanto el Elementar decidió tomar cartas en el asunto. Dejó de
pasar las noches leyendo para dedicarse a inventar juegos con el
viento que pudieran entretener a la niña.
Cuando
hacía temblar las camas con María y Mark encima, como si estuvieran
en mitad de una tormenta marina, o pasaba con un soplo las páginas
de su libro de cuentos favorito para que ella gritara emocionada:
“¡Alto!” y así escoger cuál les leería Mark aquella noche...
Fueron
esos pequeños juegos los que los fueron convirtiendo poco a poco en
un trío inseparable.
Julian
no había dejado de ser tímido, es más, con el resto de niños ni
siquiera hablaba y a estos no les agradó descubrir que había
trabado amistad con los dos Geneviev.
Sencillamente,
Mark y María eran diferentes. Ella era la más pequeña de los tres
y aún así llamaba a Julian renacuajo, riéndose de que tuviera casi
la misma altura que ella a pesar de la diferencia de edad. Pero a él
no le molestaba, porque sabía que en cuanto viera una araña se
subiría a su espalda y le pediría al borde del llanto que la
echase.
Mark
era mucho más tranquilo, y aunque solo hubiera cuatro años entre
ellos, simulaba ser mucho más mayor. En las lecturas nocturnas que
ya se habían convertido en una costumbre, era Mark quien sostenía
el libro y les leía en voz alta, hasta que los dos se habían
quedado dormidos, por lo que los colocaba cada uno en una cama y él
se dormía en el suelo.
María
recibía grandes broncas por ello. A todos les parecía indignante
que una señorita como ella durmiera en un cuarto de hombres, y
además hiciera dormir a su primo en el piso.
De
poco servían las amenazas de sus padres, pues si la obligaban a ir a
su cuarto, por la madrugada se escapaba y se colaba en la cama de uno
de los chicos.
Puesto
que ella insistía en estar con ellos y ellos tampoco la echaban, al
final no tuvieron más remedio que instalar allí una tercera cama.
Lamentablemente,
la felicidad de Julian no duró mucho.
Varios
meses después de su llegada a la mansión, recibió noticias de su
padre: lo habían encontrado, no solo a él sino también a su madre.
El señor Laplass le decía esto con un tono sombrío, pero Julian no
lo dejó terminar. En cuanto mencionó que un carro los había dejado
en la entrada, salió corriendo a reunirse con ellos, sin escuchar
las advertencias tras él.
Su
primer pensamiento al abrir las puertas de la entrada fue preguntarse
por qué estaban dormidos.
Los
cuerpos habían sido colocados con toda delicadeza sobre un carro,
dejándolos en una posición natural y relajada. Los ojos estaban
cerrados, pero sus caras lucían demasiado pálidas, sin vida.
Julian
cayó de rodillas con la mirada fija en ellos, sin pestañear.
Escuchó un grito y no supo si provenía de él o de otra persona.
Notó una mano en su hombro.
—Lo
siento mucho, muchacho—dijo alguien irreconocible debido a que
tenía la vista emborronada—Tu padre fue a por el híbrido que
tenía a tu madre, pero...las criaturas de sangre mezclada siempre
son unas ratas engañosas. Estoy seguro de que tu señor padre luchó
con valor...
Julian
se acercó al carromato sin contestar y cogió la mano de su madre.
Estaba fría.
—Mamá...
Las
siguientes semanas Julian no habló con nadie. Ignoraba a todos
cuando se le acercaban y recibía más atención que nunca de parte
de Mark y María, lo que aumentó la antipatía del resto de
candidatos a Guardián. Ya antes les parecía débil, pero el ponerse
así por la muerte de sus progenitores había sido la gota que colmó
el vaso. La mayoría de sus padres eran Guardianes o soldados y
sabían que cada día arriesgaban la vida.
—¡Su
padre era zapatero! ¿Acaso tú te esperarías que un zapatero
muriera asesinado por un híbrido?—decía María a los niños,
tratando de defenderlo.
Pero
eso solo les dio nuevos argumentos.
—¡Por
eso los plebeyos no deberían intentar entrar en la Guardia!
Dos
días más tarde, ocurrió el accidente.
Mark,
Julian y María bajaron hasta la ciudad para visitar la librería. El
chico ya charlaba con ellos, aunque seguía sumido en una espesa nube
de tristeza. Se habían separado, yendo María hacia la pastelería
acompañada de una escolta y Mark entrando en la librería, mientras
el otro muchacho quedaba fuera mirando el escaparate. Julian ni se
enteró cuando una mano lo agarró por el cuello de la camisa y lo
empotró contra la pared maciza de la casa contigua a la tienda. Eran
cinco niños de su edad, todos ellos provenientes de la mansión
Geneviev.
—¿A
qué viene esa cara de miedo, DuFrain?
El
más alto de ellos lo tenía levantado un palmo del suelo.
—¡Vamos!
¿No eres un Elementar? ¡Enséñanos alguno de tus trucos!—rió
otro.
Julian
estaba demasiado asustado para reaccionar.
—El
único poder que tiene este...—dijo el que lo mantenía sujeto,
tirándolo al suelo—es ser el perro faldero de los Geneviev.
Julian
apretó los dientes, queriendo replicar pero sin saber qué decir.
—Eso
es, no abras la boca y ahora trágate esto como el buen perro que
eres—dijo dándole un rodillazo en el estómago—Se ve que a ti de
poco de han servido los entrenamientos, ¿eh, Elementar?
No
había visto ese golpe venir y sentía unas horribles ganas de
vomitar. Quiso levantarse para huir, pero uno de ellos lo volvió a
empujar al suelo.
—¡Quédate
donde perteneces, plebeyo!
El
que lo había empujado sacó algo brillante y puntiagudo de su
bolsillo.
—¿Qué
os parece si dejamos una pequeña cicatriz en esa cara suya?
Tras
eso, todo ocurrió muy deprisa. En el momento que la navaja avanzaba
hacia él, alguien lanzó al niño hacia atrás y este giró
demasiado rápido para deshacerse de quien lo sujetaba. La pequeña
arma se escapó y unas gotitas de sangre cayeron al suelo.
—¡Dejadle
en paz!—gritó la niña con los ojos húmedos del dolor y una mano
pegada a su cuello, en la herida.
Julian
estaba petrificado miranado las manchas escarlatas.
—¡Señorita
Geneviev!—gritó el agresor presa del pánico—Yo...yo...no
quería...
—¡Discúlpenos!—rogó
otro.
—¡Largaos
de aquí!
El
grupo salió corriendo y la niña se acercó a Julian, tendiéndole
una mano para ayudarlo a levantarse.
—¿Estás
bien?
Julian
temblaba, no por miedo, sino porque había visto la herida.
—¿Por
qué...?—susurró, sin dejar de mirar fijamente a su cuello—¿Por
qué interveniste?
María
lo malinterpretó y le dio unas palmaditas en la cabeza, como si
fuera la adulta responsable de él y no una diminuta chiquilla que
luchaba por contener las lágrimas y se sorbía los mocos.
—Porque
si no hacía algo les habrías dado una paliza, renacuajo—mintió
con una sonrisa.
Mark
salió de la tienda unos segundos más tarde y estuvo a punto de
desmayarse al ver a su prima herida. Volvieron a la mansión con la
mayor prisa posible y al llegar, Mark empezó a hacerle las curas al
borde de un ataque de nervios. María insistía en que no dolía,
pero sus gestos eran más sinceros que ella. Julian no entró en la
habitación, ni dijo una palabra durante el trayecto de vuelta. Se
encontraba apoyado en la puerta en completo sislencio, escuchando la
conversación que se mantenía en el interior.
—¿Cómo
se te ocurre meterte en una pelea así?
—Estaban
pegando a Julian.
—¿¡Y
si la herida hubiera sido peor!? ¿¡Y si yo no hubiese estado allí!?
—¡Estaban
pegando a Julian!
—¡Tendrías
que haber pedido ayuda, no inmiscuirte tú, María!
—¡Julian
es mi amigo!
—¡Podrían
haberte matado!
El
corazón del Elementar se paró un instante.
—Esos
niños no matarían a nadie.
—¡Podría
haber ocurrido un accidente! Espero que al menos estés
arrepentida...Dioses, María, fuiste muy insensata. Tenías que
haberme llamado.
—¡No
me arrepiento!
—¡María!
—¡No!
¡Y volveré a hacerlo si es por proteger a mi amigo!
La
niña salió a trompicones de la habitación y chocó de golpe contra
Julian, mirándolo unos instantes sorprendida, antes de cogerlo de la
mano y llevarlo a rastras con ella. Mark salió por la puerta y María
le echó la lengua, sin parar de correr. Los dos pararon su carrera
en la mitad de un pasillo. Julian seguía temblando y María volvió
a interpretarlo mal.
—No
te preocupes, ya pasó...
¿Lo
estaba consolando? Mark tenía razón. Podría haber ocurrido un
accidente...podría...con lo insensata que era podría...La imagen
del cadáver de su madre le vino a la mente.
—María,
quiero que me escuches con atención, ¿de acuerdo?
La
niña lo miró curiosa y se quedó en silencio, brindándole toda su
atención.
—No
soy tu amigo—dijo Julian.
—Claro
que eres mi amigo.
—No—repitió,
con firmeza. Le temblaban los puños, pero no dejó que se le notara
en el rostro—Ni quiero que tú seas la mía.
—P-pero...—la
pobre chiquilla titubeaba, confusa y dolida.
<<No
quiero ver a nadie más morir. Y no quiero verte a ti en peligro por
mi culpa>>
Lo
único que le quedaba tras la muerte de sus padres era su futuro. Su
futuro como Guardián. Un futuro que pensó que compartiría con sus
dos amigos, sus dos únicos amigos, pero no podía ser. Ella era
insensata y pequeña y se preocupaba demasiado por los demás. En
algún momento de ese futuro, quizá intentase sacrificarse por
salvarlo...y eso solo lo haría si lo apreciaba. Tenía que dejar de
ser su preciado amigo en ese mismo momento.
—Eres
muy molesta. Te crees muy fuerte, pero nada más ver un bicho te
asustas—unas ligeras arruguitas de frustración cruzaron por la
frente de María—Y comes como si fueras un viejo fraile gordo, en
vez de una chica de clase noble. No tienes modales, no sabes
comportarte.
Julian
quiso abofetearse a sí mismo. Porque sabía que le estaba echando en
cara las mismas cosas que le decía su madre todos los días. Estaba
despreciando a una niña de la que nadie parecía sentirse orgulloso
nunca. Julian quiso decirle que él sí estaba orgulloso, y que la
admiraba. Pero en vez de eso, continuó.
—No
sabes estarte quieta y solo te dedicas a importunar a los demás. No
le tienes respeto a tus mayores, le llevas la contraria a tus padres
y ahora incluso a tu primo. Eres testaruda y desobediente—le dio la
espalda—¿Y aún esperas que sea amigo de alguien así?
Esperaba
oírla llorar o que le pegase enfadada o que se marchara corriendo.
Esperaba esperanzado que se hubiera ido, pero ahí seguía. Habló
con claridad, con el tono que ponen los niños pequeños cuando están
a punto de tener una pataleta.
—Eres
un renacuajo—dijo, como si fuera lo más ofensivo del mundo. Hizo
una pausa y lanzó un grito con su aguda vocecita—¡Y te odio!
Entonces
sí, salió corriendo.
Intentó
hacer lo mismo con Mark. No obstante, el chico era mucho más mayor y
no se dejó llevar por las palabras de Julian, solo lo dejó acabar y
suspiró. Se sentó a su lado.
—Si
a partir de ahora vas a actuar así con todo el mundo, adelante, no
voy a detenerte—lo miró seriamente—Pero no esperes que funcione
conmigo.
Y
así fue. Pasó el tiempo, primero los días...en los que Julian
seguía igual que siempre, ignorando a todos. La única diferencia
era su trato con María, no solo la ignoraba sino que cuando se
dirigía a ella lo hacía de la forma más detestable posible. Eso,
de alguna forma extraña, aumentó la simpatía de los otros
muchachos hacia él, pues significaba que ya no era el favorito de
una de los Geneviev.
Luego,
las semanas y los meses...Julian ya no jugaba, se dedicaba a
perfeccionar su don, que iba creciendo a grandes pasos, cosa que se
notaba en las clases de adiestramiento. Pronto empezó a ganar los
combates con relativa facilidad sin necesidad de un arma o si quiera
tocar a su rival.
Tras
un par de años, todo había cambiado. Julian solo tenía un amigo,
Mark, que había sido prácticamente desterrado de la familia tras
fallar en sus pruebas Guardianas. Fue acogido en la Casa Gris por el
capitán Ahelod, así que el Elementar estaba solo. Completamente
solo. El desprecio que le había hecho a María le estaba viniendo de
vuelta y ella parecía odiarlo de verdad. Se había acostumbrado
tanto a su nuevo muro para mantener a los demás a raya que ya no
podía dejar pasar a nadie. Aunque de vez en cuando, por las noches
solo en su habitación, pasaba con un soplo de aire las páginas de
un viejo libro de cuentos y paraba con un: “Alto” para elegir qué
relato recordaría.
El
Julian del presente volvió en sí. Se había perdido en sus
recuerdos. Los imbéciles de Strone y el resto seguían discutiendo a
gritos, esta vez el tema de conversación volvía a centrarse en él.
Julian estaba sorprendido de la cantidad de atención que atraía,
aunque fuese por malos motivos. Decidió seguir leyendo y dejar de
prestarles atención, a pesar de que algunos insultos no le pasaron
desapercibidos. Al parecer cierta persona estaba algo enojada por
tener que seguir lidiando con un Elementar en la siguientes pruebas.
De repente, una voz distinta intervino en la conversación y Julian
bajó el libro, volviendo a mirar la escena.
—Tranquilo,
Strone, intentaremos no ponértelo muy difícil en la segunda prueba.
Strone
Walter miró con desdén a quien acababa de llegar y rió.
—No
ponérmelo muy difícil...lo que hay que oír...Oh, ¿pero es que ya
está bien vuestra pelirroja? ¿O sigue sin poder andar?
Julian
dio un salto desde la barandilla y cayó con ligereza en la arena,
sin hacer ruido. Faltaba poco para terminar con su paciencia.
—Está
perfectamente y dispuesta a machacarte. ¿Nervioso por tener a dos
Elementar contra ti?—lo desafió la muchacha.
—Uno
de ellos no tiene ningún poder que yo haya visto y el otro fracasará
en alguna de las pruebas, es bastante obvio.
—Yo
no veo la obviedad.
Strone
sonrió.
—Por
mucho que lo tengáis escondido entre las mantas de los Geneviev,
sigue teniendo la sangre con la que nació...—se encogió de
hombros—Solo es un zapatero con ansias de poder que acabará
viviendo en una pocilga, donde nació y donde debería seguir.
—No
te atrevas a hablar así de mi compañero, Walter.
A
Julian le daba igual las ofensas del hijo del general, no era como si
a esas alturas se fuera a sentir dolido por semejantes tonterías,
pero...era otra cosa lo que lo estaba sorprendiendo, y que le impedía
salir a acabar con esa estúpida discusión, pues quería seguir
escuchando.
—Ya
han manchado suficiente el nombre de tu familia, niña. Primero tu
primo...luego tu tía...y ahora tú poniéndote del lado de ese
plebeyo como si no fuera una falta de respeto hacia nuestra clase que
este aquí...¿Sabes? En cuanto nos digan cuál es la prueba mortal,
me aseguraré de que sea el primero al que mate.
Lo
siguiente que escuchó Julian fue el desagradable sonido de algo
partiéndose. María le había dado un puñetazo en la nariz a Strone
Walter, que se la tocaba sin poder creérselo, empezando a sufrir una
hemorragia.
—Te
he dicho que no hables así de él, imbécil.—dijo la chica,
frotándose los nudillos que le habían quedado enrojecidos.
Los
otros chicos habían quedado con la boca abierta, pero estaban a
punto de intervenir cuando repentinamente Julian avanzó casi
corriendo hacia ellos y cogió a María por las piernas, subiéndola
a su hombro y dejándola en el aire, manteniéndola sujeta solo con
un brazo por su cintura.
—¡Eh!
¡DuFrain, suéltame!—gritó María pataleando.
Julian
no le hizo caso y dio media vuelta, comenzando a andar en dirección
contraria a donde se encontraban. Un grito lleno de blasfemias les
llegó desde atrás y María contestó con otro grito aún peor.
Strone reaccionó furioso ante esa contestación y fue tras ellos,
pero el Elementar se giró y lo miró desde arriba, aprovechándose
de que era más alto que él para intimidarlo. Arqueó una ceja.
—Más
vale que te estés quieto.—le advirtió.
Volvió
a girarse para seguir caminando con la chica aún cargada en su
hombro gritándole, pero Strone seguía persiguiéndolos y sus
compañeros parecían haber hecho lo mismo. Julian se cansó y se
giró una última vez, haciendo ademán de dar una bofetada al aire y
mandándolos a todos varios metros para atrás, con una violenta
ráfaga de viento, que no solo los hizo desplazarse, sino que los
tiró al suelo sin contemplaciones.
—He
dicho que os estéis quietos.
No
volvieron a hacer ademán de seguirlos.
Julian
subió con suma tranquilidad las escaleras de la entrada, luego cruzó
la recepción, subió las escaleras de esta, cruzó un pasillo, luego
otro, volvió a subir unas escaleras de caracol, otro pasillo...todo
esto mientras la pequeña rubia se desgañitaba y prácticamente el
castillo en su totalidad los miraban como si estuvieran locos. Paró
frente a una puerta y por fin, la dejó en tierra firme. María no
esperó ni un segundo para seguir gritándole.
—¡¿Por
qué has intervenido?!
Julian
suspiró y con cara de malas pulgas, le dio unas palmaditas en la
cabeza. En esos momentos estaba asombrado por muchas cosas. Le
fascinaba como cambiaba la gente con el tiempo...y a la vez, lo poco
que lo hacían. Ahora la muchacha rubia le llegaba apenas a la altura
del pecho.
—Porque
si no hacía algo les habrías dado una paliza, renacuajo.
El
chico dio dos toques en la puerta y esta se abrió, dejando ver a
Scarlett. Los miró con una leve sonrisa y Julian le dio un empujón
a María para que entrara.
—La
dejo en tus manos, intenta que no se meta en más líos por hoy.
—¿Ha
pasado algo?—preguntó Scarlett preocupada.
Julian
dio gracias al cielo porque esa pelirroja existiese. De alguna forma,
sentía que si estaba con ella, todo iba a salir bien y que nadie,
bajo ningún concepto, estaría en peligro. María empezó a quejarse
de Strone y a remarcar que no necesitaba la ayuda de Julian y que su
aparición fue innecesaria. Scarlett rió al escuchar lo del puñetazo
y María intentó ocultar una sonrisilla orgullosa.
Antes
de cerrar la puerta, Julian también sonrió.