Nota de la autora: Creo que este capítulo me ha quedado muy corto. En realidad tenía pensando juntarlo con la prueba de Scarlett, pero prefiero separarlos para que se note que son dos turnos distintos. No sé, manías mías, me gusta más así. Siempre pienso que hago que todo pase demasiado rápido, pero es que no me gusta enrollarme TwT
El siguiente espero que sea el doble de largo.
Aunque sea cortito, vuestras opiniones y comentarios siempre son muy bien recibidos, gracias por estar ahí tras la pantalla leyendo n_n ♥
PD: 05/10/2014 aún no lo he repasado para corregir. Lo haré mañana seguramente. Disculpad los errores o incoherencias que podáis encontrar.
Los botes de los doce participantes se dirigieron hasta el centro del
lago con lentitud y precaución. No querían acercarse mucho unos a otros, pero
la cercanía les proporcionaba seguridad.
Julian y María mantenían las distancias. Era una prueba individual y no
querían estorbarse mutuamente.
Los Guardianes, el público y los jueces esperaban ansiosos, inquietos
en sus asientos, a que algo ocurriera.
Pasaron al menos cinco minutos antes de que una pequeña onda comenzara
a formarse en la superficie del agua.
Los nobles, los más alejados del lago, no podían percibir ese pequeño
detalle, y los plebeyos solo veían como la inquietud crecía entre los botes.
Pero ellos, los aspirantes, entendieron no sin cierto temor que algo
comenzaba a moverse en las profundidades.
Les habían procurado la misión de cortar una cabeza, así que todos
tenían más o menos una idea parecida sobre qué se estaba despertando
allá abajo: un monstruo, una bestia, un animal al que cazar y decapitar. ¿Pero
cuál? Para esa pregunta cada uno imaginaba su propia respuesta.
Algunos, como Julian, descubrirían en breves instantes que sus
predicciones eran correctas, y otros, como María, esperarían expectantes y con
más curiosidad que temor, lo que se avecinaba.
Y lo que se avecinaba no llegó con rapidez, sino lentamente.
Tras las ondas llegaron los ruidos. Gruñidos guturales de los que
quedaba un terrible eco en el aire.
Tardó un poco más en llegar el primer golpe. Un bote se balanceó con
brusquedad y los que estaban a su alrededor jurarían notar como algo rozaba la
madera. Algo grande.
Ni María ni Julian lo percibieron, hasta que una enorme ola subió
amenazante unos metros al este. Había salido de la nada, y todos habían estado
demasiado pendientes de lo que golpeó el bote como para fijarse en la causa de
la ola.
Todos los Guardianes miraron hacia la zona, agarrando sus armas. La gente
se estaba impacientando, pero la prueba parecía especialmente diseñada para
poner sus nervios a flor de piel antes de la acción.
Y entonces, sin previo aviso, una cabeza del tamaño de una persona adulta
salió de las aguas y partió en dos el bote más cercano de un mordisco. El
desgraciado Guardián que se encontraba dentro cayó al agua, espada en mano, y
se giró para contemplar horrorizado la visión del monstruo.
Era un gigantesco reptil de al menos nueve metros, y eso sin contar la
parte que estaría bajo el agua. Tenía la piel en una mezcla de color pardo y
verde, y el vientre amarillento. Un par de ojos dorados escrutaron al aspirante
que nadaba, o más bien flotaba, en círculos intentando no darle la espalda a su
enemigo. Una, dos y hasta tres serpientes salieron también de las
profundidades, como si la primera hubiera dado la señal de que podían empezar
la cacería.
El muchacho levantó su arma con fiereza y nadó hasta el monstruo que lo
atacó, pero al ver el resplandor de la espada, la serpiente abrió las fauces
mostrando dos hileras de dientes afilados como cuchillas y una lengua larga y
viperina.
Las ocho serpientes que faltaban por salir, aparecieron entonces atraídas
por el movimiento y el olor a miedo que desprendían los Guardianes.
En el momento en que esto ocurrió, todos parecieron olvidarse del único
participante que ya no tenía bote. No obstante, Julian aún tenía sus ojos puestos
en él y diciéndose a sí mismo que su único objetivo era acabar la prueba rápido,
abrió el saco que ofrecían como objeto. Cogiendo un puñado de los polvos
morados, los esparció en el aire, bien alto.
Acto seguido, con un giro de muñeca, transformó la ligera brisa
primaveral en una cuchilla de aire. De pie y fijando la vista en su objetivo,
Julian ordenó con otro movimiento de mano que la cuchilla fuera hasta la
serpiente que estaba a instantes de devorar al muchacho. La cuchilla de viento
y polvos viajó a la velocidad del relámpago y atravesó el cuello del monstruo
de forma limpia. El reptil no tuvo tiempo a mostrar signos de entender qué
sucedía, pues su cabeza se deslizó sobre su cuello sangrante y antes de que
cayera a lago, el Elementar del Viento la atrajo hacia sí flotando.
La zona donde había proporcionado el corte se fue tiñendo más y más
morada, cambiando hasta el mismo color de la sangre. Tal cual pareciera que
estaba pudriéndose allí mismo.
El cadáver decapitado se hundió y fue directo al fondo del lago. El
chico, que había sido salvado de una muerte segura, miró a Julian con gratitud
y recelo. Julian no perdió el tiempo mirándolo, sino que se giró en redondo, ya
con la cabeza reposando en el suelo de su bote y produjo un impulso en la parte
trasera de este, que lo obligó a moverse sin utilizar los remos.
Habiendo sido el primero en conseguir la cabeza, el público aplaudió,
silbó y gritó. No su nombre, sino su título.
“¡Elementar! ¡El Elementar del Viento lo ha conseguido! ¡La primera
victoria es para el Elementar del Viento!”
Las alabanzas también llegaron a oídos de aquellos que no eran tan
rápidos como Julian. Strone Walter, que remaba tan velozmente como le permitían
sus brazos, huía de uno de los reptiles y cambió su rumbo para interponerse
entre Julian y la orilla. Y con él, fue el monstruo que lo perseguía.
Julian chasqueó la lengua, molesto por tener que lidiar con estúpidas
rivalidades. Walter hijo estaba rompiendo las normas al intentar entorpecerlo,
pero tampoco era demostrable, así que el Elementar también varió su rumbo y lo
esquivó. Jamás podría haber hecho aquel tipo de maniobra forzada con unos
simples remos y por eso no los había utilizado.
La serpiente dio un golpe de cola que pasó rozando el bote de Strone.
Poco después, Julian llegó sano y salvo a tierra, dejando atrás la fiera lucha
entre humanos y serpientes. La ovación fue atronadora. Hicieron falta siete soldados
para poder cargar con la cabeza. Julian dejó que la cogieran y en cuanto
encontró a Scarlett, fue directo hacia ella. Sin embargo, dos soldados lo
detuvieron a medio camino.
— ¿Qué ocurre? —preguntó molesto.
—No podéis hablar con los que faltan
por participar, mi señor.
A sabiendas de que de poco serviría
discutir, se rindió y saludó a Scarlett desde su posición. Ella le devolvió un
energético saludo. Restringidos de poder verse, ambos esperaron a que
finalizara el primer turno de la prueba desde sus sitios y centraron su
atención en María.
Para María las cosas no estaban
resultando tan fáciles como para Julian.
A pesar de que las serpientes parecían
centrarse únicamente en un objetivo, el lago se encontraba en caos y a veces
las dentelladas y latigazos erraban de presa. De los doce botes que había al
principio, solo quedaban siete. Muchos de los aspirantes a Guardián habían muerto,
bien devorados por los monstruos o ahogados en el lago. Otros, aún sin bote, se
esforzaban por sobrevivir y devolver los ataques, aunque era sabido que en el
agua, eran presa fácil para las serpientes acuáticas.
María repelía como podía a su reptil
gigante, habiendo acertado con la hoja del bardiche repetidas veces, pero solo
causándole heridas menores. El monstruo estaba en peor estado que ella, quien
solo tenía algunas contusiones sin importancia de un cabezazo especialmente
fuerte que la había arrojado contra una esquina del bote, y por poco, tirado al
agua.
El cuello era ancho, y dudaba pudiera
arrancarle la cabeza de un solo tajo. Lo había intentado múltiples veces, y
aunque había tenido puntería, sus escamas eran gruesas y duras y el continuo
movimiento del animal no permitía que la hoja profundizase lo suficiente.
«Podría intentar montarla…pero aunque consiguiera cortarle
la cabeza, esta caería y se hundiría… ¿¡Qué hago!?»
Había cogido la cuerda porque siempre
había tenido un don para domar a las fieras. Existían fieras que no podía
domar, como el león de la primera prueba o las propias serpientes gigantes,
pero nada que no pudiera montar.
Se exprimió la mente, buscando una idea
que le permitiera conseguir la cabeza y llegar a la orilla. Miró hacia la
orilla. Lo primero que vio fue a Scarlett, con las manos juntas sobre su
corazón y la vista fija en ella. Un poco más a la derecha, Julian también la
observaba sentado en la tierra húmeda. Buscó a Dáranir y Chelsea entre los
Guardianes pero para su sorpresa, encontró dos rostros muy familiares: los de
sus padres.
Esto la distrajo por completo y recibió
una embestida brutal en el pecho, que la tiró al agua y la hundió. Las gélidas
aguas despertaron sus sentidos y la adrenalina subió a su límite, haciéndola
nadar con pura desesperación en busca de aire y luz. Su mano alcanzó la madera
y se agarró a ella como un niño con miedo a su madre. La serpiente quiso
aprovechar para volver a golpear, pero el ataque solo le sirvió de ayuda a
María para apoyarse en su hocico y volver a entrar en el bote.
Calada hasta los huesos y sin tener un
respiro, el monstruo volvió a la carga. Ella agarró la cuerda y el bardiche y
cuando bajó la cabeza para dar un mordisco, María saltó y subió encima. El bote
se rompió en la boca de la serpiente como quien destruye un trozo de queso. La
serpiente, en un primer momento, pensó que había devorado a María entre las
astillas y los maderos, y no percibió su presencia. María aprovechó para
pasarle la cuerda por el cuello y atar ambos extremos en un nudo irrompible.
Había ideado un plan.
La serpiente pronto la olió y empezó a
sacudirse para echarla abajo. María, sosteniendo con firmeza la cuerda y con
las piernas abiertas una a cada lado del cuello de la bestia, movió la cuerda
para obligarla a moverse. Sin embargo la serpiente no siguió el plan que María
había imaginado. En vez de nadar, se sumergió.
De nuevo en contacto con un frío que
quemaba la piel, María tiró hacia arriba de la cuerda, pero la poca fuerza que
tenía bajo el agua no amedrentó a la serpiente, que solo buceó más y más hondo.
A la muchacha comenzaba costarle
respirar. Estaban aproximándose al fondo del lago y notaba sus últimos alientos
escapando de sus pulmones.
Fue entonces cuando los vio. Pálidos,
hundidos, sin expresión en el rostro e inmóviles.
«Cadáveres»
Cuerpos inertes de los Guardianes que
habían sido derrotados por monstruos como el que la estaba llevando a la muerte
a ella. Eso la despertó.
Dejó atrás la desesperación y el miedo.
María Geneviev no iba a ser vencida por un estúpido monstruo acuático. Sus amigos,
su familia, su Casa…contaban con ella. Apretó tanto la empuñadura del bardiche
que los nudillos se le pusieron blancos. Solo podía sentir furia y orgullo.
Rabiosa, pero certera, apuntó a las
branquias de la serpiente y las apuñaló. Si no podía respirar en el agua,
tendría que salir a la tierra.
En efecto, el animal se revotó y paró
en seco, haciéndola chocar contra su hocico. María se alejó de la boca, pero en
cuanto vio que empezaba a ascender, se apresuró a agarrarse de nuevo a la
cuerda. Subía a gran velocidad, mucho más de lo que ella podría haberlo hecho y
se alegró, pues mantenía a duras penas el conocimiento. La garganta le ardía
por falta de aire.
Mientras ella subía, vio como otro
futuro Guardián era hundido y agitaba las extremidades de forma inútil. Una
garra le perforó el abdomen y un montón de burbujas salieron de su boca en un
grito mudo. María apretó los puños, deseando poder ayudarlo. Pero sabía que
ella nada podía hacer, aún si intentaba ayudarlo, perdería la consciencia antes
de llegar hasta él. Giró la cara y cuando ya veía que no aguantaría más, la
bestia salió, con ella en su cuello, a la superficie.
Bestia y humana respiraron aliviadas.
No le duró mucho el alivio a María
cuando vio que aún estaban demasiado alejadas de la orilla. Solo veía una
última opción posible.
—Veamos cómo cazas...
Antes de pensárselo dos veces y
arrepentirse, María saltó al agua esta vez por voluntad propia y nada más
tocarla, se puso a nadar hacia la orilla.
Alguna gente entre el público se
levantó y varios jueces, entre ellos el príncipe, centraron su atención en
ella. Si salía del lago sin la cabeza sería descalificada.
La serpiente vio sus movimientos y dio
comienzo la persecución.
El bardiche pesaba y las ropas mojadas
otro tanto. La fatiga y las magulladuras no ayudaban. María no tenía mucho a su
favor, tan solo coraje y esperanza.
Por suerte o intervención de los dioses
a su favor, ella jamás lo sabría, otra de las serpientes chocó con la que le
estaba dando caza. Esto provocó unos segundos de confusión en el monstruo, que
le dieron una pequeña ventaja a María.
Ya estaba cerca de la orilla cuando la
alcanzó. María cogió la cuerda que aún llevaba atada alrededor del cuello y
usando la poca fuerza que le quedaba en los brazos, se propulsó hacia arriba,
para montarla una vez más. No esperó. Levantó el bardiche y la hoja cayó como
la de una guillotina, atravesando piel, carne y hueso. El monstruo soltó un
alarido de dolor que le hizo querer taparse los oídos, pero podía perder la
ocasión. Volvió a levantar el arma y volvió a hacerla caer, así una y otra vez.
Cuando la cabeza tan solo colgaba de un trozo de piel, la serpiente se sacudió
iracunda y malherida y María patinó sobre la resbalosa piel. El bardiche cayó
al agua.
En tierra, Julian fruncía el ceño de
manera casi dolorosa. Scarlett sentía que el corazón le iba a estallar en
cualquier momento. Dáranir observaba a su Guardiana con preocupación. Chelsea
se mantenía seria, con una expresión indescifrable. Y en un árbol, un poco más
lejos, Kira sonreía.
María ni pensó en recoger el arma. El
cuerpo aún seguía moviéndose como si no hubiera perdido energías y no podía
arriesgarse. Recuperando el equilibrio, se deslizó por el cuello agarrada a la
cuerda y se dejó caer tan solo sujeta por esta. El peso de su caída hizo que la
cuerda cortase el pellejo de piel que sostenía la cabeza.
Cayó en el agua poco profunda de la
orilla y María tras ella. El cuerpo del animal se movió cerca, buscando sin
resultados a su verdugo.
Dos soldados se acercaron cuando María
salió por completo del agua empujando lentamente la cabeza de la serpiente y la
ayudaron.
Gran parte de la plebe silbaba y
aplaudía, aunque algunos, también nobles, se mantenían callados. Las victorias
de una mujer no eran bien recibidas por todo el público.
Solo pudieron acercarse a ella aquellos
que habían acabado la prueba. Los jueces se mantenían impasibles, pero María
pudo ver la cara de total orgullo de su capitán, Dáranir, mirándolos a ella y a
Julian. Luego miró a sus padres. No podía saber qué estaban pensando, pues solo
aplaudían con educación. Algo se le removió en el estómago y volvió a mirar a
Dáranir. Incluso se había levantado para vitorearlos. Otros capitanes de otras
Casas le daban palmadas en el hombro, felicitándolo por sus vencedores. Julian
se situó al lado de María y le pasó una toalla de lana por los hombros. María
se arropó con ella y se escurrió la coleta.
—Buen trabajo. —fue lo único que le dijo
el Elementar, pero no con la rudeza habitual.
María asintió sin muchas ganas. En su
mente seguía viendo los cadáveres y a aquel muchacho hundiéndose para siempre. De
pronto dejó de ver el rostro del muchacho y este quedó reemplazado por el de
Scarlett.
— ¡Julian! —gritó, agarrándolo de la
manga. — ¡No podemos dejar a Scarlett competir!
—Yo también estoy preocupado, pero es
su decis…
María lo soltó. Él no había visto los
muertos. No podía entender lo que había significado para ella.
Temblando, echó un vistazo hacia Scarlett,
quien empujaba un bote recién traído hacia el agua. Si ella había estado cerca
de la muerte… ¿qué le ocurriría a Scarlett?
—Olvidas que es una Elementar. El dios
Ignis la protege. —dijo Julian.
— ¡En un lago! —dijo María con ironía—¡El
dios del fuego la protege en un lago! ¡Qué consuelo! ¿Dónde quedó tu instinto
protector, Julian…?
Julian suspiró sin mirarla.
—No se ha ido a ninguna parte. Pero
ahora mismo, de nada nos sirve. Prefiero darle mi fe, que mi angustia.
María se sentó, abatida y sin perder de
vista a la pelirroja.
—Ahora mismo estoy escasa de fe…
Julian se sentó a su lado, dejando un
espacio entre ellos.
—Tú eres la optimista, María…no puedes
dejarme todo el trabajo a mí en momentos como este.
María lo miró de reojo. Se le notaba
nervioso e intranquilo, pero se esforzaba por parecer sereno.
— ¿Creíste que iba a conseguirlo o que
iba a fallar?
Los ojos castaños de Julian parecían
sinceros cuando respondieron.
—Si hubieras fallado…habría estado
decepcionado.
María agachó la cabeza para ocultar su
cara de alivio. Era la forma que Julian tenía de decir que nunca había dudado
de ella. ¿Acaso no era eso lo que le había dado fuerzas cuando más lo
necesitaba? Saber que sus seres queridos creían en ella y que estarían ahí para
recibirla cuando volviera. Si eso era lo que le había dado fuerza…también
podría darle fuerza a Scarlett.
— ¿Quién más lo ha conseguido en
nuestro turno?
Julian señaló hacia atrás. Tres chicos,
entre ellos Strone Walter, hablaban y
miraban a sus compañeros de equipo entrar en el lago.
—Walter hijo y Pammond DeBlanc, el
heredero del duque DeBlanc, han pasado la prueba.
— ¿Y quién es el otro chico?
—No recuerdo su nombre, Kai...Kei…algo
así. Se rindió y salió, así que está descalificado.
María se sintió algo reconfortada.
Siempre había pensado que era mejor morir a rendirse, pero…tras ver todos
aquellos cadáveres, estaba agradecida de que el tal Kai… o Kei, hubiera
decidido huir. No era la opción que ella habría elegido, de eso estaba segura,
y aún así, consideraba que el chico tenía valor. Quizá sería peor en su caso
enfrentarse a la humillación y el destierro que le ofrecería su familia. Una imagen
clara como el día de Mark cruzó sus pensamientos. Ojalá hubiera estado allí. Ojalá
la hubiera visto ganar. ¿Se sentiría orgulloso? ¿Le sonreiría y abrazaría, y la
elevaría en el aire como si fuera una pluma? El dolor que sintió al imaginar
esto fue agridulce.
Esta vez fue Julian quien la miró de
reojo.
Y lo entendió. Entendió qué estaba
pensando, cómo se sentía y el dolor por el que estaba pasando. No sabía muy
bien qué hacer. Precisamente porque él entendía ese dolor, sabía que unas
palabras no iban a solucionarlo y que nada de lo que hiciera se lo devolvería.
Había camuflado la muerte de su mejor amigo con ira, pero en el fondo, sabía
que solo lo hacía porque era más fácil que lidiar con el dolor.
No sabía qué decir ni qué hacer, así
que no dijo ni hizo nada. Solo permaneció sentado a su lado, en silencio,
esperando que de alguna forma entendiera que la apoyaba sin palabras.
Poco después, María apoyó la cabeza en
sus rodillas y asintió.
Ninguno de los dos dijo nada, pero de
alguna forma…los dos lo entendieron.
—Vas a conseguirlo. —le dijo María al
aire, esperando que llegara a Scarlett.