Chispas en la hoguera

domingo, 7 de octubre de 2012

Capítulo 12: Cuando el mar se tiñó de rojo


Nota de la autora ~> Quería preguntaros si os molestan los pequeños/medianos saltos en el tiempo que hay de vez en cuando. En este capítulo, por ejemplo, se ve que han pasado dos semanas desde el último y más tarde, se pasa de la mañana a la noche. ¿Os es muy confuso? Me sería muy útil si me lo dijerais y más cómodo de leer para vosotros^^
También quería saber si creéis que pasa todo demasiado rápido o está bien (me refiero a la acción).
¡Un beso y espero que os guste!

Ya habían pasado otras dos semanas y en tres días comenzaría la primera parte del examen para los Guardianes novatos de todos los reinos que se reunirían en Regardezt para que unos pocos fueran seleccionados y pasaran a la que sería su casa de por vida.
El mes que les había otorgado el rey Tulio terminaba justo el día en que sucedería la primera prueba, así que no tuvo más remedio que alargar el plazo para que pudieran presentarse a las tres.

Las puertas de madera pulida crujieron cuando abrió el armario, agarrando el primer camisón que encontró, casi sin mirar, tanteando con las manos.
Se lo puso en un abrir y cerrar de ojos, deslizando la prenda color salmón por su pequeño cuerpo de muñeca de porcelana y corrió de puntillas a meterse entre las sábanas para no despertar a su compañera.
Echó un último vistazo a la persona con la que compartía habitación.
Scarlett dormitaba con una expresión de paz y tranquilidad que le quitaba los nervios del cuerpo automáticamente. Refunfuñó algo en sueños agarrándose a la almohada con fuerza y se dio la vuelta, dejando ver únicamente una mata enmarañada de pelo rojo.
María suspiró. <<Esa chica nunca se peina, ¿eh?>> pensó mientras se recogía el pelo en dos trenzas sueltas. Estiró las sábanas hasta el cuello y miró al blanco techo, pensativa.
Tenía miedo de dormirse. Sabía que si lo hacía volvería a tener esas pesadillas, pero ya quedaba muy poco para la primera prueba y era preciso que estuviera despejada durante los últimos entrenamientos: darían información importante.
La verdad era que las pruebas no la preocupaban ni lo más mínimo. Sentía una gran confianza en sí misma, como si dar por sentado que ganaría fuera lo más lógico. Hasta el momento no había encontrado a nadie que pudiera derrotarla entre los otros aspirantes a Guardianes. Era la más fuerte, la más rápida y la más hábil con las armas. Cuando eres una diminuta mujer en un mundo de hombres, o matas su orgullo al instante o te comen viva. Y eso había hecho. Chelsea pasó por algo parecido, se lo había contando miles de veces, sobre todo hacía unos años, cuando María tenía ciertos momentos de pequeñas depresiones por el modo despectivo en el que la trataban todos. Al final consiguió hacerse respetar y ocupó un puesto en una Casa como aprendiz de un capitán, algo que pocos habían conseguido.
Bostezó sin querer.
No, no puedo dormirme—se frotó los párpados con fuerza.
Sus pensamientos fueron divagando de esa manera que solo ocurre cuando estás por la noche acostada, en la inmensa oscuridad nocturna, arropada por las mantas y dejando que tu mente vuele.
Los rostros de Julian y Scarlett aparecieron ante ella.
De alguna forma, eran como una pequeña familia. No solo ellos, si no todos los miembros de la Casa Gris. Sin embargo, desde que se inició la preparación para las pruebas, ellos tres se había vuelto más cercanos, como un equipo.
Incluso Julian estaba casi amable, lo que era algo increíble. Sabía que tendrían que trabajar juntos, que es la única manera de sobrevivir cuando te echan al campo de batalla.
María frunció el ceño.
La verdad, no podría decirse que Julian y ella fueran amigos. Nunca se habían llevado bien, estaban peleando constantemente y no podían permanecer en la misma habitación cinco minutos sin empezar a gritarse el uno al otro. Desde que eran pequeños fue así, solo Mark, aún siendo un niño como esos dos, conseguía separarlos y hacer que se reconciliaran.
<<Mark...>>
Lo echaba tanto de menos. Era mucho más que su primo, casi como un hermano mayor. A su lado siempre se sintió segura, protegida. Como un enorme muro que no permite pasar el viento.
Sonrió ante su propia metáfora. El muro era Mark y Julian el viento.
Su imaginación empezó a soñar, dejándose llevar a un mundillo de significados ocultos.
Scarlett sería como un junco. Al llegar el terrible vendaval, es flexible y paciente, dejando que pase, pero nunca, nunca se rompe. Fuerte y blanda a la vez.
Dáranir era como un gran roble, imponiendo su lugar en el bosque, mas dejando que los viajeros se refugien a su sombra.
Y Chelsea...
Sus párpados se cerraron lentamente, dejando entrar a algo nuevo, algo misterioso, algo...

Hija mía. Escúchame.
No confíes en dulces ojos como el mar pues albergan una traición que costará una vida.
Debes encontrar al viajero y el viajero debe encontrarte a ti. Su importante papel en esta historia aún no ha sido revelado, pero la portadora del medallón lo necesitará tanto como tú.
No juzgues antes de conocer. Quien parece un enemigo, será un amigo y quien parece inexistente, es el peligro que trata de esconderse entre la sombra de una mentira.
Si los oyes galopar, huye, huye aprisa sin mirar atrás. Tú no eres quien de vencerlos, solo uno conseguirá hacer que se arrodillen...a un gran precio.
El que fue vencido retornará para usurpar un trono que nunca mereció. Junta al dragón negro con la flor roja y será enviado al abismo una vez más, para desaparecer durante toda la eternidad.
Mi pequeña, deberás vivir otras dos pérdidas. El Guardián que representaba el honor ha decaído, sin embargo, el valor y la lealtad caerán ante el paso de un gran monstruo de lengua viperina.
La lealtad morirá, es su destino. Aunque, presta atención. Si el valor continúa con vida cuando se desate el fin de los tiempos, habrá esperanza para una victoria. Mas, si el que representa al valor decae...no habrá nada, ni nadie, que os salve de lo que está por venir.
Ya llegan. No hay tiempo. El mar se teñirá de rojo mañana al anochecer. Tu obligación es ayudarlos. Tendrás que convertir a un asesino en un salvador. No hay tiempo. Visualiza el lugar y corre. Corre. Corre.

¡El puerto de Dunkan!—gritó enderezándose de repente, con los ojos abiertos como platos y el camisón adherido a la piel por causa del sudor.
A su lado, sentada de rodillas sobre el suelo y colocándole una compresa fría en al frente, estaba Scarlett lanzándole miradas de preocupación.
Quieta, no te levantes tan rápido o te marearas—le aconsejó ayudándola a salir de la cama. Dejó que la chiquilla respirara profundamente durante unos minutos de silencio y luego habló—Otra pesadilla.
No era una pregunta.
María la miró con ojos asustados y asintió lentamente, temblando. Había sido tal el terror que había visto en un fugaz instante que la dejó petrificada. Scarlett ya parecía estar acostumbrada a sus repentinos despertares en medio de la madrugada, pues le estaba acariciando el pelo de forma constante y suave, algo que la tranquilizaba muchísimo. Pero con el miedo de volver a dormirse, la apartó a un lado y se puso los primeros zapatos que encontró, saliendo al pasillo bajo los gritos en voz baja de Scarlett.
Tenía que contarle a alguien su sueño, aunque sabía que nadie la creería excepto él. Correteó por los salones del castillo, por cuyas ventanas entraba la luz de las dos lunas. Al no encontrarlo por ninguna parte, ni tan siquiera en su pequeña habitación que compartía con otros criados, salió a la intemperie, abrazándose a sí misma para soportar el viento gélido que provenía de cada rincón de los bosques que rodeaban la fortaleza.
Salió por la parte del puente levadizo, que se encontraba cerrado por las noches y atravesó las arenas de combate para subir por las escaleras de caracol que llevaban hasta las almenaras. Había una de ellas, medio destruida por una antigua batalla entre reinos que era la favorita de Kira porque nadie iba allí nunca. Subió a toda prisa y se lo encontró sentado en la torre, con las piernas colgando al aire y el viento nocturno azotándole en la cara, haciendo que una maraña de cabellos oscuros revoloteara por doquier. Estaba tan concentrado en un punto del infinito horizonte que ni siquiera se dio cuenta de su presencia. Tenía una mirada que jamás le había visto antes: era gélida, inaccesible, como un témpano de hielo y en sus labios no se encontraba su habitual sonrisa si no que las comisuras formaban una línea recta y seria. La mandíbula tensa y los codos apoyados en las rodillas, como si estuviera esperando a que sucediera algo. Pero había algo más. Una especie de aura mágica, peligrosa, que te incitaba a alejarte lo más posible. María dio un paso al frente, no muy segura de sí misma y de repente, tenía las hojas de dos espadas sobre su cuello, formando una cruz que con un solo movimiento podrían decapitarla.
¡Soy yo, Kira, soy yo!—chilló asustada por el repentino ataque.
El joven volvió a guardarse sus armas y se quitó la gabardina negra, tirándosela por encima de la cabeza. Su expresión seguía igual de seria y no había pronunciado ni palabra.
¿Qué has visto?—dijo al cabo de un rato.
He tenido otro sueño...una premonición, creo—lo miró con ojos implorantes, pero este no se giró, parecía otear el cielo buscando algo o a alguien—Habló una mujer, dijo un montón de cosas sin sentido que parecían enigmas sin resolver. No entendí casi nada. Luego, fue solo un momento, pero...vi una escena. Era el puerto de Dunkan, en llamas y con las aguas teñidas de rojo...la voz me dijo que sucedería mañana al anochecer. Kira, ¿qué está pasando? ¿Qué está pasándome?
El muchacho vestido de negro apartó la vista de lo que estuviera buscando y la miró a ella.
María se asustó. Nunca había visto a su amigo con un aspecto tan cansado, pero el detalle en el que más se fijo fue en su cuello. Al quitarse el abrigo para prestárselo a ella, dejaba entrever un enorme corte no muy profundo que lo atravesaba como una línea. Aún estaba enrojecido.
¿Qué es eso? ¿Cuándo te lo hiciste?—intentó tocarlo, sin embargo, el híbrido le cogió la mano con delicadeza pero fuerza y la apartó. Al ver la cara de asombro de María, alzó las cejas y forzó una media sonrisa—Kira...no pasas todas las noches en el castillo, ¿verdad?
Hazme un favor y no se lo digas a nadie—guiñó un ojo, procurando dejar atrás la faceta fría y tan diferente a la que María conocía. Era tarde, ya la había visto—Mucho menos a Scarlett.
Soy una tumba—le tiró de la manga y el joven se agachó para ponerse a su altura. María bajó la mirada, preocupada—Si estuvieras metido en problemas...me lo dirías, ¿no? Porque somos compañeros, somos amigos. ¿O no lo somos?
Kira se rió como si fuera obvio, una risa perfecta, una perfecta actuación en la que María no pudo detectar el pequeño tono de mentira que había escondido.
Claro que somos amigos, princesita—cuando María se irguió para marcharse, un poco más tranquila y bajó dos peldaños de las escaleras de piedra, miró de reojo a Kira, que volvía a tener esa expresión que no le pertenecía, pues era la de un desconocido sin ningún afecto por nada—Mañana iremos a Dunkan, estate preparada. Y no te preocupes, tendrás tiempo para dar tu última clase con el general antes del inicio de las pruebas.
María no se quejó, aunque por dentro se estaba preguntando como demonios llegarían en menos de un día al otro extremo del reino.
De pronto, recordó que aún llevaba puesta su gabardina negra y retrocedió sobre sus pasos para devolvérsela. Mas cuando entró en la torre, no había nadie.
<<Los humanos normales y corrientes no desaparecen como si nada...Kira, ¿qué me estás ocultando?>>


                                                                        ***



A la mañana siguiente, las dos Guardianas de la Casa Gris desayunaron en el comedor con excesivas prisas, bajo la mirada orgullosa y seria de sus superiores, Dáranir y Chelsea. Habían madrugado más que de costumbre para estar perfectas en la última clase que impartiría el general, además de que sería la primera vez que los salvatores irían a verlos.
Estos eran nobles que pagaban considerables sumas de dinero a la corona del reino donde se celebraran las pruebas, para elegir a un aspirante a Guardián y, cuando las batallas empezasen, tener la posibilidad de salvar la vida o conceder privilegios a su favorito.
Creo que los salvatores van a pelearse por ti—sonrió Scarlett alisándose la capa roja por última vez antes de abrir las puertas del patio.
Oh, no estés tan segura. Los Elementar siempre atraen a las masas—contestó con un guiño. Las dos escucharon una especie de estampida detrás y el que faltaba apareció con la respiración agitada—DuFrain, ¡llegas tarde, ya terminó!
Julian puso una expresión horrorizada y su piel se volvió blanca de repente. María no pudo contenerse más y se echó a reír, dándole un empujón cariñoso.
¡Mira que eres inocente! Anda, entremos.
Nunca, en ningún otro entrenamiento, habían visto la arena tan sumamente llena. Desprendía energía por todas partes y los Guardianes, inquietos, se arremolinaban alrededor del soldado, mirando impacientes hacia las gradas, donde se sentaban una gran parte de la nobleza.
Scarlett se tambaleó un poco impresionada por la multitud reunida. Julian lo percibió y la cogió de la mano, dándole un ligero apretón para hacerle notar que estaba a su lado.
Avanzaron hasta la muchedumbre, donde el general empezaba a hablar para todos, con el tono autoritario y brusco que lo caracterizaba. Scarlett solo lo escuchaba a medias, pues su mirada se desviaba constantemente hacia los observadores que clavaban en ellos sus ojos como afilados cuchillos a la espera de que cometieran un error.
Hoy es la última vez que nos veremos en el mismo nivel—anunciaba Septimus Walter—Dentro de dos días os veréis metidos en un mundo inexplorado por vosotros hasta ahora. La batalla. Hemos trabajado duro y bien durante un mes, algunos mejor que otros, pero el rendimiento ha sido bueno. No creáis que os estoy alabando, porque aún os queda un largo camino por recorrer y mucho que mejorar. De todos los que estáis aquí presentes, al final de las rudas dificultades que encontraréis, solo unos pocos conseguiréis llegar hasta el último obstáculo y con suerte, superarlo. Las pruebas de la Guardia no son una niñería y como espero que sepáis, una de ellas, a elección del jurado, será a vida o muerte. El año pasado solo quedaron siete Guardianes, confío en que podáis superarlo.
Una voz masculina temblorosa se elevó para hacer una pregunta.
¿Siete, señor? Eso significa...¿que los otros murieron?
El general alzó los ojos al cielo, exasperado.
¿No escuchas lo que te digo, Ladler? Solo una de las pruebas es mortal, sin embargo, podéis ser eliminados de otras formas en las restantes—bufó, pasándose una mano por el canoso pelo y clavó sus ojos en Scarlett—Como veo que algunos prefieren prestar más atención al público antes que a mí, os explicaré quiénes son y qué hacen aquí. Vamos, mejor será que me lo contéis vosotros. ¿Alguien lo sabe?
Julian fue el primero en responder.
Son los salvatores, están aquí para analizarnos y elegir a quién ayudarán en las tres pruebas. Escogen a un único Guardián y solo pueden intervenir una vez en cada prueba. También tienen la opción de asegurar la vida de su predilecto desde el principio, sin embargo, si hacen esto, no podrán ayudarlo en ninguna otra cosa—declaró.
Exactamente. Supongo que vuestros capitanes y superiores os habrán contado sus experiencias en los exámenes de la Guardia y como el último día de entrenamiento les hacían demostrar sus habilidades frente a los salvatores. Pues bien, este año es diferente. Algunos de vosotros ya tenéis a vuestro propio salvator, pues durante todo el mes han estado observándoos sin que lo apreciarais.
Un murmullo mezcla del pánico y la emoción recorrió al gentío.
Julian y María estaban tranquilos. El primero sabía que siendo un Elementar no desperdiciarían la ocasión de reclutarlo y la segunda tenía claro que después de todo un mes demostrando sus habilidades y dejando quedar a los demás a la altura del betún, siendo a parte de la sangre de una de las familias fundadoras, debían ser unos inútiles si no se interesaban por ella.
No obstante, Scarlett no estaba tan convencida. Si bien era cierto que había mejorado mucho en casi todos los ámbitos, seguía siendo la que menos preparación había desarrollado a lo largo de su vida, pues su adiestramiento se basaba en las prácticas con Chelsea y el severo mes con el general Walter.
No os diré quienes habéis sido elegidos, lo sabréis a su tiempo—el soldado caminó con determinación alrededor de los muchachos, alzando la mirada de vez en cuando hacia ellos—Mañana tendréis el día libre para descansar y prepararos, así que hoy os daré las pautas principales para la primera prueba, que tendrá lugar en las arenas del coliseo de San Inary a las siete de la tarde dentro de dos lunas. Formaréis diez equipos, con cuatro integrantes en cada uno, así que id pensando con quién queréis luchar hombro con hombro. Esto es de lo único que tengo que comunicaros por el momento. Recibiréis el resto de la información en el coliseo. Hemos terminado.
Dicho esto, los Guardianes le hicieron hueco para que pudiera marcharse y en cuanto se hubo ido, todos comenzaron a charlar animadamente, debatiendo los equipos y preguntándose si tendrían un salvator y en ese caso, quién sería.
Scarlett, Julian y María se apartaron un poco. Con una mirada entre los tres supieron que como obviamente presentían, formarían parte del mismo equipo.
Vale, estamos juntos en esto, pero tenemos un pequeño problema...—dijo Julian.
Sí. ¿Quién será el cuarto miembro?—suspiró mirando a los otros jóvenes—He conocido a alguno que podría sernos útil y no es un imbécil redomado, pero creo que ya han formado grupos.
Scarlett oteó hacia la multitud de Guardianes que discutían.
Parece que los mejores ya se han unido—puso los ojos en blanco—Pensé que Ruber quizá querría venir con nosotros, pero al parecer se ha ido con Walter hijo.
María soltó una maldición seguida de un considerable montón de blasfemias.
Siempre nos queda la opción de que Scarlett intente seducirlos...—apuntó la rubia con una sonrisa divertida. Julian le lanzó una mirada asesina y le pellizcó la mejilla, haciéndole soltar un quejido—Bueno, de acuerdo, tal vez no.
Scarlett rió algo azorada.
Estoy segura de que encontraremos a alguien.


                                                                    ***


Esa misma noche...

María estaba esperando frente a los establos, en la cuadra número siete, tal y como se lo había pedido. Habían dado ya las campanadas que indicaban las once de la noche.
Escuchó un resoplido que venía de detrás de ella y se giró sorprendida, viendo como la cabeza de un enorme caballo negro asomaba, mirándola fijamente con unos grandes ojos oscuros y bufando en su nuca. Le costó un poco, pero reconoció al animal.
¡Ecoh!—susurró—Dioses, qué susto. Estás ensillado...¿dónde andará tu amo?
Aquí—respondió una voz desde dentro. Kira terminó de ensillarlo—Abre el pestillo, ya lo he preparado.
María obedeció y caballo y jinete salieron de la cuadra. La bestia negra era realmente impresionante, nunca se había visto uno tan grande, robusto y sobre todo, con esa mirada tan expresiva que no parecía pertenecer a un animal corriente.
Tengo que ir a buscar al mío, pero aún así, Kira, ¿cómo vamos a llegar a Dunkan en menos de un día?
Estaremos de vuelta antes del amanecer—la cortó el chico—Te ayudaré a subirte a Ecoh, ven.
A pesar de no estar muy segura, dejó que Kira la ayudara a subirse al enorme semental, subiendo este detrás de ella y agarrando las riendas al mismo tiempo que la cubría con sus brazos para que no se cayera. María vio como sonreía.
Será mejor que te agarres fuerte—murmuró—Odipar, Ecoh. ¡Odipar!
El caballo reaccionó al segundo saliendo disparado como una flecha sin necesidad de toques de espuelas ni otra orden. María soltó una exclamación ahogada y se pegó a los brazos de Kira, asombrada por la velocidad que había cogido en un solo instante.
Viajaron a galope tendido, mucho más rápido que cualquier otro caballo, pasando por el bosque como una exhalación y tomando un atajo por un camino perdido que la muchacha no conocía.
Cada obstáculo que se cruzaba en su travesía, fuera tronco, piedra o agujero, Kira maniobraba con palabras en susurros para que el animal los esquivara con rapidez y agilidad. Cuando llegaron a un río, lo cruzaron sin detenerse a pensar ni un momento. Al ser tan alto, las salpicaduras solo les llegaron levemente hasta los tobillos.
Así, después de dos horas de viaje al más veloz galope que María hubiera visto en su vida, vieron detrás del primer grupo de casas de pescadores una elevación de humo que emergía desde el puerto.
¡Creo que llegamos tarde!—gimió María, saltando para pisar tierra firme.
Vamos—la apremió Kira—Antes de nada debemos saber quiénes están atacando.
Corrieron por un lateral, escuchando los gritos de pánico que emitían los habitantes, hasta llegar a esconderse detrás de unos arbustos donde tenían el umbral de visión libre.
El puerto era una locura. Casi todas las gentes habían salido de sus casas para intentar escapar de sus asesinos y los que no, eran forzados a hacerlo. El mar ya no era azul, negro o verde, si no que por zonas estaba teñido de rojo. Una gran hoguera en medio de la plaza rebosaba de cadáveres de ciudadanos, hombres, mujeres y niños. María estaba tan horrorizada que se levantó para intervenir, pero Kira la detuvo.
Quieta, señorita intrépida. Mira, hay seis jinetes negros. ¿Los viste en tu sueño?—preguntó, asiéndola del brazo para que no se fuera.
¡No lo sé, fue todo muy rápido! Creo que sí...pero había otro. Oh, Kira, ¡tenemos que hacer algo! ¡Los están masacrando!—imploró María, forcejeando—¿Y por qué no han venido ya los Guardianes? ¡Deberían haber oído la alerta!
Kira seguía agarrándola y como vio que la muchacha estaba entrando en pánico, la obligó a agacharse y mirarlo a los ojos.
María, mantén la cabeza fría. ¿Acaso nosotros la oímos? No. Mira la torre, han matado al guarda, seguramente llegaron en silencio y atacaron primero al que podía avisar a la Guardia.
¡Pero yo soy una Guardiana y tengo que...!
No, tú eres una chiquilla de quince años que por muy fuerte que sea, no puede acabar con siete jinetes mucho más experimentados que, si mis teorías están en lo correcto, provienen del Inframundo—la sujetaba fuerte, pero no la miraba. Volvía a tener esa mirada fría y calculadora, cuando se apartó un poco de su posición para ver mejor una marca en el suelo: dos líneas curvas que formaban ondas—La marca...así que estuvo aquí...
María vio aterrorizada como lo que parecía una mujer de piel y cabellos azulados como la noche, avanzaba con un hacha alzada, cubierta de sangre, hacia un niño de unos doce años que tiraba piedras para defenderse desde un refugio improvisado que consistía en una pila de leña chamuscada.
En un descuido del híbrido, María consiguió escapar de su agarre, pero no dio ni un paso cuando este la volvió a coger de la tela de su camisa y la tiró al suelo, a su lado.
¡María, vas a conseguir que te maten!
¡Esa mujer va a asesinar a un niño!
¿Mujer...?
Kira pareció comprender algo y María asintió, con los nervios de punta.
Tienes que ayudarlo—rogó la Guardiana, ya que a ella no la dejaba moverse—¡Por el Dios Petram, Kira, no me puedo creer que vayas a dejarlo morir!
¡Antes de que nos maten a nosotros, sí!—contestó.
María lo miró espantada, como si acabara de ver un lado nuevo de su amigo, una faceta oscura que tenía oculta y que era totalmente inhumana. Se quedó petrificada y notó como recibía un golpe seco en la nuca, cayendo al suelo lentamente y poco a poco, cerrando los ojos.
Una lágrima le resbaló y su último pensamiento antes de perder la consciencia fue la de acabar de perder a alguien basado en una mentira.


Cuando volvió a abrir los ojos, notó al tacto una textura suave e inconfundible: las sábanas blancas de su cama sobre el mullido colchón. Lo primero que vio fue el sol salir entre las colinas del horizonte, acababa de amanecer. Estuvo a punto de sonreír al notar tan confortables sensaciones, pero luego recordó lo que había sucedido esa misma noche y el dolor le llegó como un rayo.
Al girarse hacia el otro lado, la recibieron tres pares de ojitos castaños.
María soltó un grito de la impresión y se enderezó de golpe, tapándose con las mantas por si acaso.
¿Q-quién demonios sois? ¿Y qué hacéis en mi alcoba?—preguntó.
Fue otra persona la que contestó. La puerta se abrió y entraron por ella Scarlett, seguida de la persona a la que menos quería ver en esos momentos.
Se llaman Turi, Cara y Odri. Son hermanos—comentó la pelirroja, dándole un vaso de leche con una sonrisa—Y desgraciadamente, huérfanos desde ayer.
María no parecía comprender la situación, hasta que se fijó mejor en ellos.
Eran dos niños y una niña, los tres de ojos castaños y pelo rizado, que la contemplaban con una sonrisa triste y agradecida cargada de hoyuelos. Le recordaban a algo, aunque no sabía a qué.
Hasta que se fijó mejor en el más alto. Era el niño que casi había matado la mujer de azul.
Viró al vista bruscamente, buscando con la mirada a Kira hasta encontrar sus ojos, que oteaban hacia el pasillo. Tenía los brazos cruzados y fruncía el ceño, pero era inevitable no ver la media sonrisa lobuna que se extendía por sus labios.