Chispas en la hoguera

domingo, 5 de octubre de 2014

Capítulo 20: Ruedan cabezas

Nota de la autora: Creo que este capítulo me ha quedado muy corto. En realidad tenía pensando juntarlo con la prueba de Scarlett, pero prefiero separarlos para que se note que son dos turnos distintos. No sé, manías mías, me gusta más así. Siempre pienso que hago que todo pase demasiado rápido, pero es que no me gusta enrollarme TwT
El siguiente espero que sea el doble de largo. 
Aunque sea cortito, vuestras opiniones y comentarios siempre son muy bien recibidos, gracias por estar ahí tras la pantalla leyendo n_n ♥
PD: 05/10/2014 aún no lo he repasado para corregir. Lo haré mañana seguramente. Disculpad los errores o incoherencias que podáis encontrar.




Los botes de los doce participantes se dirigieron hasta el centro del lago con lentitud y precaución. No querían acercarse mucho unos a otros, pero la cercanía les proporcionaba seguridad.
Julian y María mantenían las distancias. Era una prueba individual y no querían estorbarse mutuamente.
Los Guardianes, el público y los jueces esperaban ansiosos, inquietos en sus asientos, a que algo ocurriera.
Pasaron al menos cinco minutos antes de que una pequeña onda comenzara a formarse en la superficie del agua.
Los nobles, los más alejados del lago, no podían percibir ese pequeño detalle, y los plebeyos solo veían como la inquietud crecía entre los botes.
Pero ellos, los aspirantes, entendieron no sin cierto temor que algo comenzaba a moverse en las profundidades.
Les habían procurado la misión de cortar una cabeza, así que todos tenían más o menos una idea parecida sobre qué se estaba despertando allá abajo: un monstruo, una bestia, un animal al que cazar y decapitar. ¿Pero cuál? Para esa pregunta cada uno imaginaba su propia respuesta.
Algunos, como Julian, descubrirían en breves instantes que sus predicciones eran correctas, y otros, como María, esperarían expectantes y con más curiosidad que temor, lo que se avecinaba.
Y lo que se avecinaba no llegó con rapidez, sino lentamente.
Tras las ondas llegaron los ruidos. Gruñidos guturales de los que quedaba un terrible eco en el aire.
Tardó un poco más en llegar el primer golpe. Un bote se balanceó con brusquedad y los que estaban a su alrededor jurarían notar como algo rozaba la madera. Algo grande.
Ni María ni Julian lo percibieron, hasta que una enorme ola subió amenazante unos metros al este. Había salido de la nada, y todos habían estado demasiado pendientes de lo que golpeó el bote como para fijarse en la causa de la ola.
Todos los Guardianes miraron hacia la zona, agarrando sus armas. La gente se estaba impacientando, pero la prueba parecía especialmente diseñada para poner sus nervios a flor de piel antes de la acción.
Y entonces, sin previo aviso, una cabeza del tamaño de una persona adulta salió de las aguas y partió en dos el bote más cercano de un mordisco. El desgraciado Guardián que se encontraba dentro cayó al agua, espada en mano, y se giró para contemplar horrorizado la visión del monstruo.
Era un gigantesco reptil de al menos nueve metros, y eso sin contar la parte que estaría bajo el agua. Tenía la piel en una mezcla de color pardo y verde, y el vientre amarillento. Un par de ojos dorados escrutaron al aspirante que nadaba, o más bien flotaba, en círculos intentando no darle la espalda a su enemigo. Una, dos y hasta tres serpientes salieron también de las profundidades, como si la primera hubiera dado la señal de que podían empezar la cacería.
El muchacho levantó su arma con fiereza y nadó hasta el monstruo que lo atacó, pero al ver el resplandor de la espada, la serpiente abrió las fauces mostrando dos hileras de dientes afilados como cuchillas y una lengua larga y viperina.
Las ocho serpientes que faltaban por salir, aparecieron entonces atraídas por el movimiento y el olor a miedo que desprendían los Guardianes.
En el momento en que esto ocurrió, todos parecieron olvidarse del único participante que ya no tenía bote. No obstante, Julian aún tenía sus ojos puestos en él y diciéndose a sí mismo que su único objetivo era acabar la prueba rápido, abrió el saco que ofrecían como objeto. Cogiendo un puñado de los polvos morados, los esparció en el aire, bien alto.
Acto seguido, con un giro de muñeca, transformó la ligera brisa primaveral en una cuchilla de aire. De pie y fijando la vista en su objetivo, Julian ordenó con otro movimiento de mano que la cuchilla fuera hasta la serpiente que estaba a instantes de devorar al muchacho. La cuchilla de viento y polvos viajó a la velocidad del relámpago y atravesó el cuello del monstruo de forma limpia. El reptil no tuvo tiempo a mostrar signos de entender qué sucedía, pues su cabeza se deslizó sobre su cuello sangrante y antes de que cayera a lago, el Elementar del Viento la atrajo hacia sí flotando.
La zona donde había proporcionado el corte se fue tiñendo más y más morada, cambiando hasta el mismo color de la sangre. Tal cual pareciera que estaba pudriéndose allí mismo.
El cadáver decapitado se hundió y fue directo al fondo del lago. El chico, que había sido salvado de una muerte segura, miró a Julian con gratitud y recelo. Julian no perdió el tiempo mirándolo, sino que se giró en redondo, ya con la cabeza reposando en el suelo de su bote y produjo un impulso en la parte trasera de este, que lo obligó a moverse sin utilizar los remos.
Habiendo sido el primero en conseguir la cabeza, el público aplaudió, silbó y gritó. No su nombre, sino su título.
“¡Elementar! ¡El Elementar del Viento lo ha conseguido! ¡La primera victoria es para el Elementar del Viento!”
Las alabanzas también llegaron a oídos de aquellos que no eran tan rápidos como Julian. Strone Walter, que remaba tan velozmente como le permitían sus brazos, huía de uno de los reptiles y cambió su rumbo para interponerse entre Julian y la orilla. Y con él, fue el monstruo que lo perseguía.
Julian chasqueó la lengua, molesto por tener que lidiar con estúpidas rivalidades. Walter hijo estaba rompiendo las normas al intentar entorpecerlo, pero tampoco era demostrable, así que el Elementar también varió su rumbo y lo esquivó. Jamás podría haber hecho aquel tipo de maniobra forzada con unos simples remos y por eso no los había utilizado.
La serpiente dio un golpe de cola que pasó rozando el bote de Strone. Poco después, Julian llegó sano y salvo a tierra, dejando atrás la fiera lucha entre humanos y serpientes. La ovación fue atronadora. Hicieron falta siete soldados para poder cargar con la cabeza. Julian dejó que la cogieran y en cuanto encontró a Scarlett, fue directo hacia ella. Sin embargo, dos soldados lo detuvieron a medio camino.
— ¿Qué ocurre? —preguntó molesto.
—No podéis hablar con los que faltan por participar, mi señor.
A sabiendas de que de poco serviría discutir, se rindió y saludó a Scarlett desde su posición. Ella le devolvió un energético saludo. Restringidos de poder verse, ambos esperaron a que finalizara el primer turno de la prueba desde sus sitios y centraron su atención en María.

Para María las cosas no estaban resultando tan fáciles como para Julian.
A pesar de que las serpientes parecían centrarse únicamente en un objetivo, el lago se encontraba en caos y a veces las dentelladas y latigazos erraban de presa. De los doce botes que había al principio, solo quedaban siete. Muchos de los aspirantes a Guardián habían muerto, bien devorados por los monstruos o ahogados en el lago. Otros, aún sin bote, se esforzaban por sobrevivir y devolver los ataques, aunque era sabido que en el agua, eran presa fácil para las serpientes acuáticas.
María repelía como podía a su reptil gigante, habiendo acertado con la hoja del bardiche repetidas veces, pero solo causándole heridas menores. El monstruo estaba en peor estado que ella, quien solo tenía algunas contusiones sin importancia de un cabezazo especialmente fuerte que la había arrojado contra una esquina del bote, y por poco, tirado al agua.
El cuello era ancho, y dudaba pudiera arrancarle la cabeza de un solo tajo. Lo había intentado múltiples veces, y aunque había tenido puntería, sus escamas eran gruesas y duras y el continuo movimiento del animal no permitía que la hoja profundizase lo suficiente.
«Podría intentar montarla…pero aunque consiguiera cortarle la cabeza, esta caería y se hundiría… ¿¡Qué hago!?»
Había cogido la cuerda porque siempre había tenido un don para domar a las fieras. Existían fieras que no podía domar, como el león de la primera prueba o las propias serpientes gigantes, pero nada que no pudiera montar.
Se exprimió la mente, buscando una idea que le permitiera conseguir la cabeza y llegar a la orilla. Miró hacia la orilla. Lo primero que vio fue a Scarlett, con las manos juntas sobre su corazón y la vista fija en ella. Un poco más a la derecha, Julian también la observaba sentado en la tierra húmeda. Buscó a Dáranir y Chelsea entre los Guardianes pero para su sorpresa, encontró dos rostros muy familiares: los de sus padres.
Esto la distrajo por completo y recibió una embestida brutal en el pecho, que la tiró al agua y la hundió. Las gélidas aguas despertaron sus sentidos y la adrenalina subió a su límite, haciéndola nadar con pura desesperación en busca de aire y luz. Su mano alcanzó la madera y se agarró a ella como un niño con miedo a su madre. La serpiente quiso aprovechar para volver a golpear, pero el ataque solo le sirvió de ayuda a María para apoyarse en su hocico y volver a entrar en el bote.
Calada hasta los huesos y sin tener un respiro, el monstruo volvió a la carga. Ella agarró la cuerda y el bardiche y cuando bajó la cabeza para dar un mordisco, María saltó y subió encima. El bote se rompió en la boca de la serpiente como quien destruye un trozo de queso. La serpiente, en un primer momento, pensó que había devorado a María entre las astillas y los maderos, y no percibió su presencia. María aprovechó para pasarle la cuerda por el cuello y atar ambos extremos en un nudo irrompible. Había ideado un plan.
La serpiente pronto la olió y empezó a sacudirse para echarla abajo. María, sosteniendo con firmeza la cuerda y con las piernas abiertas una a cada lado del cuello de la bestia, movió la cuerda para obligarla a moverse. Sin embargo la serpiente no siguió el plan que María había imaginado. En vez de nadar, se sumergió.
De nuevo en contacto con un frío que quemaba la piel, María tiró hacia arriba de la cuerda, pero la poca fuerza que tenía bajo el agua no amedrentó a la serpiente, que solo buceó más y más hondo.
A la muchacha comenzaba costarle respirar. Estaban aproximándose al fondo del lago y notaba sus últimos alientos escapando de sus pulmones.
 Fue entonces cuando los vio. Pálidos, hundidos, sin expresión en el rostro e inmóviles.
«Cadáveres»
Cuerpos inertes de los Guardianes que habían sido derrotados por monstruos como el que la estaba llevando a la muerte a ella. Eso la despertó.
Dejó atrás la desesperación y el miedo. María Geneviev no iba a ser vencida por un estúpido monstruo acuático. Sus amigos, su familia, su Casa…contaban con ella. Apretó tanto la empuñadura del bardiche que los nudillos se le pusieron blancos. Solo podía sentir furia y orgullo.
Rabiosa, pero certera, apuntó a las branquias de la serpiente y las apuñaló. Si no podía respirar en el agua, tendría que salir a la tierra.
En efecto, el animal se revotó y paró en seco, haciéndola chocar contra su hocico. María se alejó de la boca, pero en cuanto vio que empezaba a ascender, se apresuró a agarrarse de nuevo a la cuerda. Subía a gran velocidad, mucho más de lo que ella podría haberlo hecho y se alegró, pues mantenía a duras penas el conocimiento. La garganta le ardía por falta de aire.
Mientras ella subía, vio como otro futuro Guardián era hundido y agitaba las extremidades de forma inútil. Una garra le perforó el abdomen y un montón de burbujas salieron de su boca en un grito mudo. María apretó los puños, deseando poder ayudarlo. Pero sabía que ella nada podía hacer, aún si intentaba ayudarlo, perdería la consciencia antes de llegar hasta él. Giró la cara y cuando ya veía que no aguantaría más, la bestia salió, con ella en su cuello, a la superficie.
Bestia y humana respiraron aliviadas.
No le duró mucho el alivio a María cuando vio que aún estaban demasiado alejadas de la orilla. Solo veía una última opción posible.
—Veamos cómo cazas...
Antes de pensárselo dos veces y arrepentirse, María saltó al agua esta vez por voluntad propia y nada más tocarla, se puso a nadar hacia la orilla.
Alguna gente entre el público se levantó y varios jueces, entre ellos el príncipe, centraron su atención en ella. Si salía del lago sin la cabeza sería descalificada.
La serpiente vio sus movimientos y dio comienzo la persecución.
El bardiche pesaba y las ropas mojadas otro tanto. La fatiga y las magulladuras no ayudaban. María no tenía mucho a su favor, tan solo coraje y esperanza.
Por suerte o intervención de los dioses a su favor, ella jamás lo sabría, otra de las serpientes chocó con la que le estaba dando caza. Esto provocó unos segundos de confusión en el monstruo, que le dieron una pequeña ventaja a María.
Ya estaba cerca de la orilla cuando la alcanzó. María cogió la cuerda que aún llevaba atada alrededor del cuello y usando la poca fuerza que le quedaba en los brazos, se propulsó hacia arriba, para montarla una vez más. No esperó. Levantó el bardiche y la hoja cayó como la de una guillotina, atravesando piel, carne y hueso. El monstruo soltó un alarido de dolor que le hizo querer taparse los oídos, pero podía perder la ocasión. Volvió a levantar el arma y volvió a hacerla caer, así una y otra vez. Cuando la cabeza tan solo colgaba de un trozo de piel, la serpiente se sacudió iracunda y malherida y María patinó sobre la resbalosa piel. El bardiche cayó al agua.

En tierra, Julian fruncía el ceño de manera casi dolorosa. Scarlett sentía que el corazón le iba a estallar en cualquier momento. Dáranir observaba a su Guardiana con preocupación. Chelsea se mantenía seria, con una expresión indescifrable. Y en un árbol, un poco más lejos, Kira sonreía.

María ni pensó en recoger el arma. El cuerpo aún seguía moviéndose como si no hubiera perdido energías y no podía arriesgarse. Recuperando el equilibrio, se deslizó por el cuello agarrada a la cuerda y se dejó caer tan solo sujeta por esta. El peso de su caída hizo que la cuerda cortase el pellejo de piel que sostenía la cabeza.
Cayó en el agua poco profunda de la orilla y María tras ella. El cuerpo del animal se movió cerca, buscando sin resultados a su verdugo.
Dos soldados se acercaron cuando María salió por completo del agua empujando lentamente la cabeza de la serpiente y la ayudaron.
Gran parte de la plebe silbaba y aplaudía, aunque algunos, también nobles, se mantenían callados. Las victorias de una mujer no eran bien recibidas por todo el público.
Solo pudieron acercarse a ella aquellos que habían acabado la prueba. Los jueces se mantenían impasibles, pero María pudo ver la cara de total orgullo de su capitán, Dáranir, mirándolos a ella y a Julian. Luego miró a sus padres. No podía saber qué estaban pensando, pues solo aplaudían con educación. Algo se le removió en el estómago y volvió a mirar a Dáranir. Incluso se había levantado para vitorearlos. Otros capitanes de otras Casas le daban palmadas en el hombro, felicitándolo por sus vencedores. Julian se situó al lado de María y le pasó una toalla de lana por los hombros. María se arropó con ella y se escurrió la coleta.
—Buen trabajo. —fue lo único que le dijo el Elementar, pero no con la rudeza habitual.
María asintió sin muchas ganas. En su mente seguía viendo los cadáveres y a aquel muchacho hundiéndose para siempre. De pronto dejó de ver el rostro del muchacho y este quedó reemplazado por el de Scarlett.
— ¡Julian! —gritó, agarrándolo de la manga. — ¡No podemos dejar a Scarlett competir!
—Yo también estoy preocupado, pero es su decis…
María lo soltó. Él no había visto los muertos. No podía entender lo que había significado para ella.
 Temblando, echó un vistazo hacia Scarlett, quien empujaba un bote recién traído hacia el agua. Si ella había estado cerca de la muerte… ¿qué le ocurriría a Scarlett?
—Olvidas que es una Elementar. El dios Ignis la protege. —dijo Julian.
— ¡En un lago! —dijo María con ironía—¡El dios del fuego la protege en un lago! ¡Qué consuelo! ¿Dónde quedó tu instinto protector, Julian…?
Julian suspiró sin mirarla.
—No se ha ido a ninguna parte. Pero ahora mismo, de nada nos sirve. Prefiero darle mi fe, que mi angustia.
María se sentó, abatida y sin perder de vista a la pelirroja.
—Ahora mismo estoy escasa de fe…
Julian se sentó a su lado, dejando un espacio entre ellos.
—Tú eres la optimista, María…no puedes dejarme todo el trabajo a mí en momentos como este.
María lo miró de reojo. Se le notaba nervioso e intranquilo, pero se esforzaba por parecer sereno.
— ¿Creíste que iba a conseguirlo o que iba a fallar?
Los ojos castaños de Julian parecían sinceros cuando respondieron.
—Si hubieras fallado…habría estado decepcionado.
María agachó la cabeza para ocultar su cara de alivio. Era la forma que Julian tenía de decir que nunca había dudado de ella. ¿Acaso no era eso lo que le había dado fuerzas cuando más lo necesitaba? Saber que sus seres queridos creían en ella y que estarían ahí para recibirla cuando volviera. Si eso era lo que le había dado fuerza…también podría darle fuerza a Scarlett.
— ¿Quién más lo ha conseguido en nuestro turno?
Julian señaló hacia atrás. Tres chicos, entre ellos Strone Walter, hablaban  y miraban a sus compañeros de equipo entrar en el lago.
—Walter hijo y Pammond DeBlanc, el heredero del duque DeBlanc, han pasado la prueba.
— ¿Y quién es el otro chico?
—No recuerdo su nombre, Kai...Kei…algo así. Se rindió y salió, así que está descalificado.
María se sintió algo reconfortada. Siempre había pensado que era mejor morir a rendirse, pero…tras ver todos aquellos cadáveres, estaba agradecida de que el tal Kai… o Kei, hubiera decidido huir. No era la opción que ella habría elegido, de eso estaba segura, y aún así, consideraba que el chico tenía valor. Quizá sería peor en su caso enfrentarse a la humillación y el destierro que le ofrecería su familia. Una imagen clara como el día de Mark cruzó sus pensamientos. Ojalá hubiera estado allí. Ojalá la hubiera visto ganar. ¿Se sentiría orgulloso? ¿Le sonreiría y abrazaría, y la elevaría en el aire como si fuera una pluma? El dolor que sintió al imaginar esto fue agridulce.
Esta vez fue Julian quien la miró de reojo.
Y lo entendió. Entendió qué estaba pensando, cómo se sentía y el dolor por el que estaba pasando. No sabía muy bien qué hacer. Precisamente porque él entendía ese dolor, sabía que unas palabras no iban a solucionarlo y que nada de lo que hiciera se lo devolvería. Había camuflado la muerte de su mejor amigo con ira, pero en el fondo, sabía que solo lo hacía porque era más fácil que lidiar con el dolor.
No sabía qué decir ni qué hacer, así que no dijo ni hizo nada. Solo permaneció sentado a su lado, en silencio, esperando que de alguna forma entendiera que la apoyaba sin palabras.
Poco después, María apoyó la cabeza en sus rodillas y asintió.
Ninguno de los dos dijo nada, pero de alguna forma…los dos lo entendieron.

—Vas a conseguirlo. —le dijo María al aire, esperando que llegara a Scarlett.